MultiDiálogos

EL OLFATO
(páginas 24 - 28)

 

Pepita Turina

Turina.—EL OLFATO es el sentido más identificador. La tierra huele a tierra y el mar a mar. Los seres animados y los  objetos inanimados tienen un olor característico. Cada cosa está impregnada de su esencia. Cada flor huele según cual sea. La madera huele a madera, la piedra como piedra, el macho como macho, la hembra como hembra, Huelen las edades: olor de niño, de joven, de anciano. El germen tiene un olor y la maduración otro. Huelen los procesos: lo quemado; lo putrefacto, lo fresco, lo añejo, lo nuevo. Huelen las enfermedades los diagnósticos médicos podrían hacerse por el olor de los pacientes. Huelen los estados de ánimo, el equilibrio, el desequilibrio. El perro aúlla cuando el cuerpo está produciendo los cambios químicos de la muerte. El olor denuncia. En el lugar de un crimen el olor del criminal no se mezcla con el de la víctima. Para el olfato no valen los disimulos, las apariencias: los vestidos, las pelucas, los cosméticos, los gestos. El perro siente el olor de nuestro miedo, como lo excita nos muerde aunque exhibamos la mejor de las sonrisas.

CarlosYánezBravo.—El amo tiene una forma y un olor para su perro y otra para un perro extraño.

PTurina.—Por el olor el perro descubre al delincuente y al amo. Todo lugar y toda cosa lleva una firma olfatrónica. Por donde se pasa se deja trazos. Impregnamos los muros de las habitaciones donde hemos estado, las sillas en las cuales hemos reposado, los objetos que hemos tocado.

FélixRodríguezDeLaFuente.—En la vida social de las gacelas tienen gran importancia las glándulas tegumentarias, que intervienen con el olor de su secreción en las delimitaciones territoriales, el reconocimiento individual, la atracción sexual y el mantenimiento de la unión de los rebaños.

PTurina.—Los movimientos de los seres olfativos obedecen al olor advertido: el queso atrae al ratón y el azúcar a la hormiga.

FélixRodríguezDeLaFuente.—Los predadores, y particularmente los chacales, especializados en gacelas recién nacidas, no se guían sólo por la vista, sino también por el olfato. Así que antes de abandonar su cría, la madre la induce a orinar y defecar lameteándola, y se traga las deyecciones, haciendo desaparecer con ello todas las posibles fuentes de olor.

PTurina.—Los insectos de vuelo amoroso despiden aromas que se perciben a distancias increíbles. La mariposa atrae al macho desde cinco kilómetros de distancia. La abeja reina despide efluvios tan intensos que el zángano viene desde muy lejanas latitudes a fecundarla. La mujer atrae al varón, el varón a la mujer por impregnación olorosa de cercanía, aunque ni ella ni él se den cuenta.

KnutLarson.—He reunido pruebas experimentales en que se es más o menos sexual según nuestras condiciones olfativas.

PTurina.—El sexo y el olfato están vinculados.

MiguelAngelAsturias.—Sin oler lo que se besa, el beso no sabe a nada.

PTurina.—Los primeros clasificadores del poder olfativo del hombre, Zwademaker y Linneo, en una clasificación supersintética trataron de hacer entrar los olores en nueve categorías. Y el hombre posee millones de pequeños receptores que detectan síntesis olorosas, además de los olores subjetivos.

JulioCortazar.—Creo que sé mirar, si es que algo sé, y qué todo mirar resuma falsedad, porque es lo que nos arroja fuera de nosotros mismos, en tanto que oler…

PTurina.—Olemos no sólo esos olores “pasosos” que como él iodoformo nos impregna con 1.000.000.000 de gramo por litro, sino los olores imperceptibles y los olores inadvertidos. Los sentidos considerados nobles —la visión y la audición— son los sentidos del niño. El olfato y el gusto —sentidos químicos— son los sentidos adultos. El olfato y el gusto son sentidos enlazados. El olor atrae y antes de probar, sólo por el olor la sensibilidad excepcional del gourmet y el catador valoran la calidad de un guiso y la perfección de un licor.

JeanAnthelmeBrillant-Savarin.—Ningún hombre menor de 40 años puede distinguirse con el título de gourmet.

PTurina.—Para el niño los olores carecen en sí de fruición y de rechazo. Lo apetecible por el olor en la atracción alimentaria no cuenta para él. No dice: ¡Qué bien huele este asado que se está dorando en el horno! Tampoco coge una flor para aspirar su aroma y un montón de basura maloliente atrae sus pasos de acercamiento más que de alejamiento. La cultura y la civilización han ido cambiando los olores. La higiene corporal y los cambias ambientales de hoy huelen a hoy. Las épocas huelen. Donde el hombre vive y proyecta cambian los olores. Sin electricidad y sin higiene, los salones iluminados con velas y habitados por cuerpos desconocedores del baño no olían como los actuales. Las calles de Madrid —cuentan algunos historiadores— eran de lodo mezclado con aquello que se hacía en las bacinicas y se tiraba a la calle por las ventanas. Los recipientes y escupitines eran adorno y necesidad de las habitaciones. El olor no mueve las actividades humanas que se desplazan sufre la evaporización de los olores: las estaciones de ferrocarril, los automóviles, los perfumes, los hedores, las fábricas, las cocinas, los mercados, las imprentas. Los entretenimientos y los quehaceres se realizan entre el olor de las cosas y de los ambientes. Huele hasta el órgano que sustento el olor: la nariz. Pero el sentido que menos se trata de satisfacer es el olfato. A ninguna parte vamos a oler: a la escuela, a la iglesia, al teatro, ni siquiera a los jardines. No se viaja para oler. El olor es un desagrado o un agrado que nos encuentra, que viene a nosotros más, mucho más de lo que nosotros vamos a él.

 

 

 

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© Karen P. Müller Turina