MultiDiálogos
LA
CAMA
(páginas 94 - 99)
Pepita
Turina
PTurina.—LA
CAMA es de tal importancia en la existencia humana
que está vinculada al nacimiento y a la muerte, al
sueño sin el cual no se puede vivir y a la enfermedad
que pide reposo.
JackBel.—Sería
interesante dedicar a la cama un museo. En él se exhibiría
el lujoso y presuntuoso lecho del multimillonario
construido con oro macizo, el ultramoderno dotado
de televisión, dictáfono y toda suerte de automatismos
a lo yanqui; el lecho de justicia y el lecho de tortura,
el diván del psicoanalista y la cama de hospital.
En el transcurso de los siglos la cama ha cambiado
de forma, de presentación, de estilo y de confort
siguiendo los caprichos de las modas y de las costumbres.
PTurina.—Se
considera flojos a los que se levantan tarde, a quienes
gustan de permanecer en cama. Se estima ágiles y trabajadores
útiles a los que se levantan de madrugada, olvidando
que hay vagabundos, pordioseros, narcómanos, que trajinan
día y noche y su línea vertical forma parte de la
más abyecta inutilidad.
RoseMacaulay.—A
medida que transcurre la media hora siguiente al despertar,
un amargo presentimiento empieza a poner agua en el
vino embriagador de nuestra voluptuosidad. Más o menos
pronto, alguno de los que viven bajo nuestro techo
asomará a la puerta para preguntar si nos sentimos
mal. ¡Qué suposición tan absurda! ¿Cómo ha
de sentirse mal quien, en vez de levantarse, se queda
gozando de la cama?
PTurina.—Gracias
a mí cultivado estar horizontal, a la tendencia a
acostarme temprano y levantarme tarde, he podido ordenar
mis meditaciones. Me falta la conciencia del examen
demorado de mi soledad reclinada para sentirme segura
de haber comprendido. Como soy de un entendimiento
discontinuo, que me disminuye en la participación
de los grupos sociales, retardo lo que me acecha más
allá de la cama. Los alumbramientos mentales —y los
otros— suceden en la cama. Imposible me habría sido
seguir la filosofía peripatética, paseando con Aristóteles,
entre sus discípulos. Como Walter Benjamín no puedo
razonar caminando. Siempre que le interesaba alguna
cosa que necesitaba razona. Benjamin se detenía. La
preocupación de sostenerse en pie, de caminar, da
trabajo a los músculos restando la actividad del cerebro.
En el más solitario de los parques no aprendería lo
más elemental. Pasear es distracción. Miro a los estudiantes
que se pasean leyendo sus libros de estudio en los
parques. ¿Aprenderán? Las últimas pruebas científicas
del aprendizaje señalan que estando semidormido, con
una grabadora que repite lecciones al lado de la cama
se adquieren conocimientos en forma sorprendente y
rápida.
LouisNizer.—Para
trabajar prefiero la posición supina. El sillón de
mi estudio de criminalista, se incline lo suficiente
para que un banquillo oculto detrás me permita reclinarme
lo bastante sin lastimar el concepto del decoro que
puedan tener mis clientes. He hallado justificación
para mi indolente postura en algunas revistas médicas,
donde me he informado que tal postura alivia el esfuerzo
cardiaco a la vez que aumenta las energías y la capacidad
mental.
PTurina.—Las
facultades mentales se afinan en la cama. Cuántos
escritores pueden segurar que uno de los lugares más
agradables para escribir es la cama. En ella lo hicieron
Proust, cuyo sitio habitual de trabajo y meditación
era el lecho, Mark Twain, Voltaire, Rousseau, Swift,
Milton, Samuel Pepys. Winston Churchill mañana y tarde
trabajaba en su lecho. En él compusieron música Rossini,
Puccini, Paisiello, Donizetti, sir John Suckling practicó
hasta la perfección el juego de naipes con que se
ganaba la vida y Thomas Hobbes estudió matemáticas.
VicenteAleixandre.—Como
consecuencia de una larga enfermedad que sufrí en
la juventud, me acostumbré a escribir echado. Curé,
pero quedó, en mí, esa actitud de descanso corporal
como lo mejor para el trabajo. Sobre ella, papeles,
carpetas, libros cuando sean necesarios... Cuando
me levanto, avanzada la mañana, mi jornada literaria
ha terminado. No he escrito nunca una línea sentado
a una mesa.
PTurina.—En
China, no hace muchos años, Ho Lin Hi, dejó un legado
para que se levantara un “monumento a la cama” porque
en ella había pasado “las más y mejores horas de su
vida”.
JackBel.—De
todos los muebles y objetos que nos rodean en la vida,
el más importante es, sin duda, el lecho en el que
de una manera u otra pasamos aproximadamente un tercio
de nuestra existencia. Sería interesante en extremo
el que algunas camas pudieran escribir sus “Memorias”.‘
PTurina.—El
trabajar bien no significa trabajar muchas
horas y moverse mucho.
TomásAlviraAlvira.—No
podemos confundir actividad, dinamismo, con traslación
de un lugar a otro; y así la mayor actividad de la
vida del llamado gusano de seda la tiene en el período
que permanece dentro de su capullo.
PTurina.—Las
mejores horas del hombre para su utilidad fuera de
la cama no se realizan temprano. El cerebro no despierta
cuando despertamos. En la mañana tenemos un rostro
más descansado y menos inteligente. Los ojos demuestran
menos viveza. Las avanzadas horas del día son
las que bullen de la máxima actividad. Ni dictar una
conferencia, ni entenderla, sería posible al amanecer,
ni efectuar asambleas, ni debatir en congresos, ni
ir al teatro y disfrutar de la brillantez del trabajo
de los actores. Respirar el aire fresco del alba,
es beneficioso y agradable, si se trata sola mente
de respirarlo, de salir a pasear bajo un cielo
que está alboreando, por las calles de una ciudad
dormida. Pero, ¡trabajar a esa hora! Y los refranes
moralizantes y mentirosos dicen lo contrario: “A quien
madruga Dios le ayuda”. Los aforismos de Benjamín
Franklin y otros han torturado a la juventud, junto
con los padres que siempre han considerado que sus
hijos para ser excelentes deben levantarse temprano:
“Quien se acueste y levante temprano será hombre sabio,
rico y sano”. Contra el infatigable deseo de levantarse
tarde inducimos a los jóvenes y a los niños,
a cumplir con los madrugones. El niño pequeño quiere
saltar de la cama a la primera claridad. A los siete
años —que es la edad de la razón— empieza el gusto
por la cama. Los aviones, la última “comodidad” de
los transportes modernos, tienen unos horarios imposibles.
El agrado de los viajes se destroza por ellos. ¡Levantarse
a las 4 de la mañana para tornar un avión! ¡Qué enfado!
Razones tendrán las compañías de aviación para fijar
esos horarios. Para mí son incomprensibles y me resisto
a ellos.
RoseMacaulay.—Mira
a la hormiga, estudia sus costumbres y aprende a ser
prudente. ¡Ah!, pero es que la cama de la hormiga
es un potro si se la compara con la del hombre. No
se ha hecho para ella el voluptuoso tránsito del mundo
del sueño a ese otro mundo de molicie que ofrecen
el colchón elástico y las sábanas, más acariciadoras
que los mismos párpados cuando se cierran dulcemente
sobre los ojos ya casi dormidos. Ni tampoco se hizo
para las hormigas la vivificante taza de café, ni
el blanco periódico, oloroso a tinta fresca, que aguarda
que lo despleguemos para tender ante nosotros su panorama
de noticias.
PTurina.—Ni
el montón de libros que podemos leer, ni el cúmulo
de asuntos que podemos resolver. ¿No respondemos ante
lo difícil: “Consultaré con la almohada”? Y el cómodo
desarreglo en que podemos, estar, y la dicha de sentir
los pies desnudos, la ropa holgada, el relajamiento
de los músculos, la libertad de nuestras expresiones
faciales sin disimulo. No usar calzado, no tener cama,
es la indigencia, la parte más baja de la escala social:
es la característica ínfima en los grados de aculturación.
Cada vez que me acuesto, pienso que es pobre, de máxima
pobreza e infeliz de la peor infelicidad, el que no
tiene un lecho confortable donde terminar la jornada
diaria en la impagable posición horizontal.
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