EL
ARBOL DE PIEDRAROSA
(1973)
Parece
simple escribir cuentos para niños, porque éstos son
de espíritu simple, esencial solamente, sin atisbos
siquiera de repliegues inútiles ni de sinuosidades
abstractas. Parece fácil hacerlo después de haber
leído algunos de esos que convencen al retrotraemos
al ayer de la inmortalidad lúdica infantil. Parece
género apto para cualquier escritor. Parece, parece,
parece... Pero los que no podemos hacerlo sin desmentir
o echar por tierra todas las condiciones que estos
relatos deben reunir, nos percatamos del valor de
quienes pueden realizarlo.
Nuestra
autora no sería, en apariencias, la más dotada para
este tipo literario, y sin embargo, nos entrega dos
breves cuentos infantiles que en nada provocan rechazo
porque no denotan esfuerzo mayor ni ansias de trascendencias
ilimitadas. Creemos busca llegar simplemente al espíritu
del infante.
El
argumento consiste en un episodio, nada ordinario,
en la vida de un gran tallador chiloense, de quien
existían, en numerosos lugares, trabajos de su oficio
y de su ingenio. “Una tarde, al desembarcar de su
bote, con el cual recorría otros lugares, vio en la
orilla una gran rama de un color de madera nunca visto
hasta entonces”. Tenemos, como corresponde, la ubicación
espacial y la identificación del personaje de quien
se contará la historia. En segundo término, hemos
transcrito el suceso primordial que llevará la fuerza
y unidad del relato. El lenguaje corresponde a una
disposición dinámica y esencialista, el que nos introduce
en la reacción asumida por el tallador —los protagonistas
se identifican con su quehacer—, y corresponde al
tercer aspecto del relato. Posteriormente sobreviene
el período más prolongado del hacer y reflexionar
del hombre ante el acontecimiento llegado: la rama
que desea tallar. Pero, ésta no cede ni a sus mejores
herramientas: “Esta es una madera de piedra-rosa-reflexionó”
El siguiente momento reside en el acontecimiento o
intervención de una fuerza superior o extraña al individuo
que logra lo que a él se le ha hecho imposible: un
rayo parte la rama de piedra-rosa, lo que trae, por
supuesto, la epifanía o revelación del argumento:
“se había convertido en mil flores hermosísimas de
un color rosa tostado, que el mar llevaba lejos de
la orilla, flotando entre espumas y que sólo unas
pocas quedaban a su alcance, posadas en la arenisca”.
Al final, el tallador nos revela su labor con aquellas
hermosuras, trabajo que le hace retornar a la identificación
consigo. La moraleja de estas hojas desprendidas del
árbol-madre se escribe, en el remate: “porque todas
las ramas hijas se desprenden del tronco materno y
deben aprender a vivir solas, multiplicándose a su
vez por el mundo”. De este modo el presente relato
cumple con los pasos necesarios para no ofender la
capacidad del niño, pero, sobre todo, es un hermoso
episodio en que se recupera un trozo chileno: tierra
y ofició, y además, una enseñanza que apunta al futuro
de cada ser.
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