Pepita TURINA
o
la vida que nos duele

Juan Antonio Massone

 

Pepita TURINA
o
la vida que nos duele

Juan Antonio Massone

ENSAYOS

“Mi alma insaciable y fluida emprede su vuelo, no hay sonda que la mida”.

Walt Whitman

WALT WHITMAN, COTIDIANO Y ETERNO (*)

(*)      Anales de la U. de Chile, 1º y 2º Trimestres de 1942, págs. 190-205 (Conferencia dictada en el Salón de la U. de Chile, el 26 de marzo de 1942, con motivo del cincuentenario de la muerte del gran poeta norteamericano).

          Dos palabras acompañan el nombre del poeta fundador de la poesía norteamericana. Fundador porque es quien sueña y anuncia un estilo, una grandeza, un destino manifiesto, la confianza y optimismo basado en la integración a lo creado. Whitman, poeta a quien muchos le son tributarios —Neruda y De Rokha, por ejemplo— tiene el signo de la contradicción o de la superposición de realidades en sí mismo. Es el poeta de “Hojas de hierba”, lúcido, maravilloso, sencillo, complejo, profundo, gracioso, increíble, imaginativo, realista, en fin, muitifacético y misterioso Whitman es revelación de un destino singular, de un cierto estado profético que su voz engendra con belleza inmarcesible.

          Pepita Turina incluyó a modo de enfoque sustantivo las palabras de cotidiano y de eterno. Cotidiano porque Whitman fue persona de pluralidades que uno no tiene por qué juzgar, pero que ciertamente no constituyen siempre un ideal humano. Whitman el vagabundo el desconocido de sus contemporáneos —aI menos durante unos treinta y cinco años—, Whitman el materialista “a su modo” —como escribe Pepita—, nunca se le conoció ambición de riquezas, ni atracción por las mujeres o por los placeres comunes, y corrientes. Absorbido por su gran idea, se saturaba de una serie de materias diversas. Se interesaba por las antiguas y por la nueva civilización. Asistía a las conferencias, frecuentaba gabinetes de científicos. Hizo incursiones en la política, perteneció al partido Democrático y al Republicano, apareció en los estrados como orador, representó pequeños roles en un círculo de aficionados al teatro. Entraba a esta serie de cosas como aprendiz de la vida” (1). Es el poeta cotidiano, quien a pesar del entusiasmó de muchos de sus, biógrafos por asignarle correrías amorosas y aún hasta una pretendida paternidad, deja de ver sus claras tendencias homosexuales. Es lo cotidiano, la miseria  del hombre histórico, aquello que su humanidad porta como carga, como fijación de biografía, como sino, como irrevocables hechos que le confieren a sus días la encarnación propia de un hombre no menos, caído y no menos contradictorio que sus congéneres.

          Nuestra autora asume en su conferencia estas dimensiones, mas sin el peso de los datos agobiantes ni tampoco de la complacencia en destacar lo que pudiere promover a curiosidad malsana. Es directa, pero con elíptica elegancia. Sabe que callar sería mentir, por no declarar toda la verdad; pero no ignora que junto al cotidiano, al poeta de máculas diversas, al hombre equívoco, convivió la otra dimensión, el eterno Whitman, el fundador y el optimista de la vida, el transfigurador de todo cuanto pudiese haberle sido motivo de pantano. Pepita Turina agrega un rasgo insólito, sorprendente para cualquier lector —como bien lo hace notar Fernando Alegría (2)— cuando refiere el proceso de la autopsia:

          “Cuando en las postrimerías del mes de marzo del 1892, en la Universidad de Pensilvania, cuatro doctores hicieron la autopsia (consentida y deseada de antemano por el recién fallecido), en la disección, su identidad física desmoronada quedó catalogada así: un tejido pulmonar impedido para la respiración por la existencia de una pleuresía insospechada; dos abscesos tuberculosos que habían desgarrado el esternón y la quinta costilla; un gran cálculo que obstruía la vesícula de hiel. Y entre tan serias afecciones, un cerebro notable por la simetría de sus circunvoluciones y un corazón intacto” (3).

          Así es como Pepita Turina enfrenta la realidad material, la realidad evaporada del poeta, aquello que otros miraron sin que estemos seguros de que hayan visto. Agil por su amenidad, sabe significar lo aparentemente inútil.

          Las ideas y regresos, el fracaso primero y el triunfo posterior, las diversas ediciones de “Hojas de hierba”, el apoyo de Emerson, la actividad periodística y, en fin, todo lo que constituyera la peripecia de este hombre singular, irrepetible y encantador, porque su poesía fue canto de humanidad plena, alejada de, cualquier connotación de sombras que le arraigaran a un cercano lloro o a una queja indisimulada.

          La segunda palabra que le acompaña al poeta en las páginas de nuestra escritora es el vocablo de eterno. ¿Por qué eternidad si ya hemos visto cómo fue su desenlace en el informe de la Universidad de Pensilvania? Quizás si la explicación para ello resulte de la fecundidad de su palabra; tal vez si de la ausencia relativa de biografía, como lo hizo notar León Felipe en su exordio lírico a una de las tantas ediciones al “Canto a mí mismo”.

          El poeta español escribió:

          ¿El gran vitalista no tiene biografía?“

          No, no tiene biografía. Ni autobiografía tampoco. Su verdad y su vida no están en su prosa, están en su canción.

          El “Canto a mí mismo” ‘es su verdadera autobiografía (y la tuya también o no es absolutamente nada).

Estas fugas están en su canción, no en el recuerdo
cronológico de sus días y de sus pasos.
Los grandes poetas no tienen biografía,
tienen Destino.
Y el Destino no se narra...
se canta...

          Escuchad” (4)

          Pepita Turina hemos dicho, completa la cotidianeidad del poeta con otro rasgo: lo eterno. Eternidad que hace resaltar en íntima cohabitación con el embrujo de una vida de tantos hechos y tal vez de ninguno importante, salvo el de su poesía. La escritora sitúa la eternidad de Whitman en aquello que salva los obstáculos de la parálisis y de la maledicencia, en eso que muy pocos pueden decir que han participado y también multiplicado: la poesía. Porque él es poeta sin edades, puesto que su verbo no conoce épocas, por eso pertenece a aquellos autores “del pasado y del porvenir, mundializado y no popular, dominando colosalmente a todos, los poetas del continente americano, ha sido menos trajinado e intensamente más traspasable que Poe, que Nervo, que Darío. Su estilo, que no aparece torturado a fuerza de rebuscas, de erudiciones, da la impresión de fluir, pero es el resultado de una labor paciente.

          Me atrevo a decir —como punto final— un poeta que no será desestimado, pero que tampoco llegó a donde soñó llegar; a la plurimundialidad.

          Repito lo que dije al comienzo: El pueblo no sospecha su polen en esa poesía piramidal que desafía a los tiempos” (5).

          Whitman es un nombre perenne, nos dice Pepita Turina, aunque muchos le desconozcan o no le sean inmoladas ofrendas de mal gusto. La eternidad humana crece muchas veces allí donde se callan las falacias de la cenicienta actualidad. La eternidad del hombre o por lo menos, su inmortalidad, tiene el carácter dual de la muerte y del renacer, del hielo fijador y del brote de la tierra. Pepita Turina sabe en este ensayo de todo cuanto se omite al hablar de una materia que más o menos se pretende limitada. Entiende que Whitman es un ser que resbala a quien olvide un rasgo de su existencia: lo temporal y lo trascendente; el hombre que murió a la carnalidad pasados los setenta años y el que renace en el verso con la persistencia de la hierba. Sabe también que la eternidad es una palabra reveladora sin menester de contorsiones ni de avisos publicitarios, sino constituye silencio creciendo en los vientres, en las almas de las vísceras, y en la materialidad de las almas, porque como escribió, Borges: “El idioma de Whitman es un idioma contemporáneo; centenares de años pasarán antes que sea una lengua muerta” (6). Nosotros preguntamos: ¿podrá morir quien manifestó tanta voluntad y tanto corazón de vínculo?

          “Si no me encuentras al principio no te descorazones,

          Si no estoy en un lugar me hallarás en otro,

          En alguna parte te espero”.

          Whitman es verdaderamente cotidiano y eterno.

Citas

(1)    Pág. 7. Walt Whitman, cotidiano y eterno.
(2)    ‘Walt Whitman en Hispanoamérica”. México, ediciones de Andrea, 1954. El autor señala en este libro a           dos mujeres que se han preocupado de estudiar a Whitman: Concha Zardoya y Pepita Turina.
(3)   Pág. 5. Walt Whitman Cotidiano y eterno.
(4)    León Felipe.
(5)   Pág. 20. Walt Whitman, cotidiano y eterno.
(6)     J. L. Borges, prólogo a “Hojas de hierba”, Edit. Lumen, Barcelona, pág. 22. El Instituto Chileno-           Norteamericano de Cultura, reprodujo en su revista “Andean Quartely”, julio-septiembre, 1942, un           fragmento de seis páginas de la conferencia de Pepita Turina. Este mismo fragmento lo publicó después,           luego de ser transmitido por radio, incluyendo varias poesías de Whitman en 1943.


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© Karen P. Müller Turina