ENSAYOS
“Mi
alma insaciable y fluida emprede su vuelo, no hay
sonda que la mida”.
Walt
Whitman
WALT
WHITMAN, COTIDIANO Y ETERNO (*)
(*)
Anales de la U. de Chile, 1º y 2º
Trimestres de 1942, págs. 190-205 (Conferencia dictada
en el Salón de la U. de Chile, el 26 de marzo de 1942,
con motivo del cincuentenario de la muerte del gran
poeta norteamericano).
Dos
palabras acompañan el nombre del poeta fundador de
la poesía norteamericana. Fundador porque es quien
sueña y anuncia un estilo, una grandeza, un destino
manifiesto, la confianza y optimismo basado en la
integración a lo creado. Whitman, poeta a quien muchos
le son tributarios —Neruda y De Rokha, por ejemplo—
tiene el signo de la contradicción o de la superposición
de realidades en sí mismo. Es el poeta de “Hojas de
hierba”, lúcido, maravilloso, sencillo, complejo,
profundo, gracioso, increíble, imaginativo, realista,
en fin, muitifacético y misterioso Whitman es revelación
de un destino singular, de un cierto estado profético
que su voz engendra con belleza inmarcesible.
Pepita
Turina incluyó a modo de enfoque sustantivo las palabras
de cotidiano y de eterno. Cotidiano porque Whitman
fue persona de pluralidades que uno no tiene por qué
juzgar, pero que ciertamente no constituyen siempre
un ideal humano. Whitman el vagabundo el desconocido
de sus contemporáneos —aI menos durante unos treinta
y cinco años—, Whitman el materialista “a su modo”
—como escribe Pepita—, nunca se le conoció ambición
de riquezas, ni atracción por las mujeres o por los
placeres comunes, y corrientes. Absorbido por su gran
idea, se saturaba de una serie de materias diversas.
Se interesaba por las antiguas y por la nueva civilización.
Asistía a las conferencias, frecuentaba gabinetes
de científicos. Hizo incursiones en la política, perteneció
al partido Democrático y al Republicano, apareció
en los estrados como orador, representó pequeños roles
en un círculo de aficionados al teatro. Entraba a
esta serie de cosas como aprendiz de la vida” (1).
Es el poeta cotidiano, quien a pesar del entusiasmó
de muchos de sus, biógrafos por asignarle correrías
amorosas y aún hasta una pretendida paternidad, deja
de ver sus claras tendencias homosexuales. Es lo cotidiano,
la miseria del hombre histórico, aquello que su humanidad
porta como carga, como fijación de biografía, como
sino, como irrevocables hechos que le confieren a
sus días la encarnación propia de un hombre no menos,
caído y no menos contradictorio que sus congéneres.
Nuestra
autora asume en su conferencia estas dimensiones,
mas sin el peso de los datos agobiantes ni tampoco
de la complacencia en destacar lo que pudiere promover
a curiosidad malsana. Es directa, pero con elíptica
elegancia. Sabe que callar sería mentir, por no declarar
toda la verdad; pero no ignora que junto al cotidiano,
al poeta de máculas diversas, al hombre equívoco,
convivió la otra dimensión, el eterno Whitman, el
fundador y el optimista de la vida, el transfigurador
de todo cuanto pudiese haberle sido motivo de pantano.
Pepita Turina agrega un rasgo insólito, sorprendente
para cualquier lector —como bien lo hace notar Fernando
Alegría (2)— cuando refiere el proceso de la autopsia:
“Cuando
en las postrimerías del mes de marzo del 1892, en
la Universidad de Pensilvania, cuatro doctores hicieron
la autopsia (consentida y deseada de antemano por
el recién fallecido), en la disección, su identidad
física desmoronada quedó catalogada así: un tejido
pulmonar impedido para la respiración por la existencia
de una pleuresía insospechada; dos abscesos tuberculosos
que habían desgarrado el esternón y la quinta costilla;
un gran cálculo que obstruía la vesícula de hiel.
Y entre tan serias afecciones, un cerebro notable
por la simetría de sus circunvoluciones y un corazón
intacto” (3).
Así
es como Pepita Turina enfrenta la realidad material,
la realidad evaporada del poeta, aquello que otros
miraron sin que estemos seguros de que hayan visto.
Agil por su amenidad, sabe significar lo aparentemente
inútil.
Las
ideas y regresos, el fracaso primero y el triunfo
posterior, las diversas ediciones de “Hojas de hierba”,
el apoyo de Emerson, la actividad periodística y,
en fin, todo lo que constituyera la peripecia de este
hombre singular, irrepetible y encantador, porque
su poesía fue canto de humanidad plena, alejada de,
cualquier connotación de sombras que le arraigaran
a un cercano lloro o a una queja indisimulada.
La
segunda palabra que le acompaña al poeta en las páginas
de nuestra escritora es el vocablo de eterno. ¿Por
qué eternidad si ya hemos visto cómo fue su desenlace
en el informe de la Universidad de Pensilvania? Quizás
si la explicación para ello resulte de la fecundidad
de su palabra; tal vez si de la ausencia relativa
de biografía, como lo hizo notar León Felipe en su
exordio lírico a una de las tantas ediciones al “Canto
a mí mismo”.
El
poeta español escribió:
¿El
gran vitalista no tiene biografía?“
No,
no tiene biografía. Ni autobiografía tampoco. Su verdad
y su vida no están en su prosa, están en su canción.
El
“Canto a mí mismo” ‘es su verdadera autobiografía
(y la tuya también o no es absolutamente nada).
Estas
fugas están en su canción, no en el recuerdo
cronológico
de sus días y de sus pasos.
Los
grandes poetas no tienen biografía,
tienen
Destino.
Y
el Destino no se narra...
se
canta...
Escuchad”
(4)
Pepita
Turina hemos dicho, completa la cotidianeidad del
poeta con otro rasgo: lo eterno. Eternidad que hace
resaltar en íntima cohabitación con el embrujo de
una vida de tantos hechos y tal vez de ninguno importante,
salvo el de su poesía. La escritora sitúa la eternidad
de Whitman en aquello que salva los obstáculos de
la parálisis y de la maledicencia, en eso que muy
pocos pueden decir que han participado y también multiplicado:
la poesía. Porque él es poeta sin edades, puesto que
su verbo no conoce épocas, por eso pertenece a aquellos
autores “del pasado y del porvenir, mundializado y
no popular, dominando colosalmente a todos, los poetas
del continente americano, ha sido menos trajinado
e intensamente más traspasable que Poe, que Nervo,
que Darío. Su estilo, que no aparece torturado a fuerza
de rebuscas, de erudiciones, da la impresión de fluir,
pero es el resultado de una labor paciente.
Me
atrevo a decir —como punto final— un poeta que no
será desestimado, pero que tampoco llegó a donde soñó
llegar; a la plurimundialidad.
Repito
lo que dije al comienzo: El pueblo no sospecha su
polen en esa poesía piramidal que desafía a los tiempos”
(5).
Whitman
es un nombre perenne, nos dice Pepita Turina, aunque
muchos le desconozcan o no le sean inmoladas ofrendas
de mal gusto. La eternidad humana crece muchas veces
allí donde se callan las falacias de la cenicienta
actualidad. La eternidad del hombre o por lo menos,
su inmortalidad, tiene el carácter dual de la muerte
y del renacer, del hielo fijador y del brote de la
tierra. Pepita Turina sabe en este ensayo de todo
cuanto se omite al hablar de una materia que más o
menos se pretende limitada. Entiende que Whitman es
un ser que resbala a quien olvide un rasgo de su existencia:
lo temporal y lo trascendente; el hombre que murió
a la carnalidad pasados los setenta años y el que
renace en el verso con la persistencia de la hierba.
Sabe también que la eternidad es una palabra reveladora
sin menester de contorsiones ni de avisos publicitarios,
sino constituye silencio creciendo en los vientres,
en las almas de las vísceras, y en la materialidad
de las almas, porque como escribió, Borges: “El idioma
de Whitman es un idioma contemporáneo; centenares
de años pasarán antes que sea una lengua muerta” (6).
Nosotros preguntamos: ¿podrá morir quien manifestó
tanta voluntad y tanto corazón de vínculo?
“Si
no me encuentras al principio no te descorazones,
Si
no estoy en un lugar me hallarás en otro,
En
alguna parte te espero”.
Whitman
es verdaderamente cotidiano y eterno.
Citas
(1)
Pág. 7. Walt Whitman, cotidiano
y eterno.
(2)
‘Walt Whitman en Hispanoamérica”. México, ediciones
de Andrea, 1954. El autor señala en este libro a dos
mujeres que se han preocupado de estudiar a Whitman:
Concha Zardoya y Pepita Turina.
(3)
Pág. 5. Walt Whitman Cotidiano y eterno.
(4)
León Felipe.
(5)
Pág. 20. Walt Whitman, cotidiano y eterno.
(6)
J. L. Borges, prólogo a “Hojas de hierba”, Edit. Lumen,
Barcelona, pág. 22. El Instituto Chileno- Norteamericano
de Cultura, reprodujo en su revista “Andean Quartely”,
julio-septiembre, 1942, un fragmento
de seis páginas de la conferencia de Pepita Turina.
Este mismo fragmento lo publicó después, luego
de ser transmitido por radio, incluyendo varias poesías
de Whitman en 1943.
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