Pepita TURINA
o
la vida que nos duele

Juan Antonio Massone

 

Pepita TURINA
o
la vida que nos duele

Juan Antonio Massone

LO QUE NO PUDO SER
(1931)

          Lo que no pudo ser es un título, pero inmensamente más que él. Realidad demasiado. plural, vasta, lacerante. Lo que no pudo ser es esa otra vida que se nos ha mezquinado o a la que no supimos acceder. Lo que no, pudo ser es una eLosperanza al revés: conciencia de anticipadas derrotas, sustracción de nosotros a ese nosotros que ya por nunca habrá de señalarnos. Lo que no pudo ser es un pasado impotente que apenas dice su verdadero abismo en esas cinco palabras que giran en torno al adverbio negador.

          Curiosa y anticipadora página ésta de Pepita Turina. Primer cuento con aires y almas derrotadas. Lo que no pudo ser es la  pasión adversa de Isabelina.

          Joven enamorada de un transeúnte que metódicamente pasa cada día frente a su ventana, desde la cual ella sonríe y anima ensueño propio y ajeno. ¿Cuánto ha durado esta extraña y distante complicidad? ¿Acaso importa a la esperanza el tiempo de la concreción?

          Pero otro día... Isabeliña va en compañía de su hermana y el cruce de una pareja le insta a la individualización: es él que va con otra. Es el instante en que como dice Geraldy “se reconoce el amor en que no podemos ocultarnos nada”. Isabelina intenta el disimulo para esa mirada anhelante de Gustavo, de él, del centro generador de la esperanza desmoronada por una compañía arrebatadora, ya que para Isabelina, la otra mujer es causa de un ventarrón propagador de su propia desdicha. Y sin embargo, él la ha mirado como lo ha hecho desde su consciencia a esa mujer vigilante de su deambular cotidiano.

          Jamás hubo más que las compartidas miradas. Nunca otra cosa que intercambio etéreo como de aire enamorado. Pero ahora, después de la concreción vista, ya no puede haber ilusión, sólo sufrimiento capaz de ensombrecer el mundo, porque quien “ha visto la esperanza no la olvida", nos recuerda Octavio Paz.

          “Sufrió Isabelina todo lo que puede sufrir una mujer que se comprende demasiado a fondo y no puede engañarse a sí misma y no puede triunfar sobre sí misma, porque la verdad abrumadora la aniquila”.

          En ella no hubo desde entonces sino el páramo inexorable de la desdicha, en ese ahuyentársele toda esperanza de proseguir su antigua relación. Todo viértese en tono de rotunda desventura. La desconexión establecida —quizás si por un desencuentro no tan profundo— a ella se le antoja como el destino insalvable, y aunque no pudo sustraerse al dolor “eso él no lo supo”, y aunque el varón insistió tantas veces en el encuentro de sus ojos con los de ella, parapetados detrás de la ventana, “eso ella no lo supo”.

          El tiempo no guardó relación en su renovarse con la estabilidad dolorida de Isabelina. Alguna vez se encontraron. El, casado, ‘la vuelve a mirar con esos ojos suplicantes de quien sólo espera una oportunidad de restauración afectiva, pero. ¿Para qué ahora? Ella era libre, pero él no. Todo era una nada omniabarcante, pero de aquella que no puede la suficiencia del vacío ni el reparador alivio de lo indiferente Ambos continúan su dirección, pero “si en ese instante se hubieran mirado, cuando el alma asomaba límpida a los rostros dolorosos, se hubieran comprendido. Y eso no pudo ser”.

          La narración concluye en el destino ciego de dos vidas para siempre. distantes, para siempre perdidas de su mutua entrega y, en esa pérdida, sólo el logro de la tristeza, de un ceñido imposible porque eso no pudo ser.


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© Karen P. Müller Turina