LO
QUE NO PUDO SER
(1931)
Lo
que no pudo ser es un título, pero inmensamente más
que él. Realidad demasiado. plural, vasta, lacerante.
Lo que no pudo ser es esa otra vida que se nos ha
mezquinado o a la que no supimos acceder. Lo que no,
pudo ser es una eLosperanza al revés: conciencia de
anticipadas derrotas, sustracción de nosotros a ese
nosotros que ya por nunca habrá de señalarnos. Lo
que no pudo ser es un pasado impotente que apenas
dice su verdadero abismo en esas cinco palabras que
giran en torno al adverbio negador.
Curiosa
y anticipadora página ésta de Pepita Turina. Primer
cuento con aires y almas derrotadas. Lo que no pudo
ser es la pasión adversa de Isabelina.
Joven
enamorada de un transeúnte que metódicamente pasa
cada día frente a su ventana, desde la cual ella sonríe
y anima ensueño propio y ajeno. ¿Cuánto ha durado
esta extraña y distante complicidad? ¿Acaso importa
a la esperanza el tiempo de la concreción?
Pero
otro día... Isabeliña va en compañía de su hermana
y el cruce de una pareja le insta a la individualización:
es él que va con otra. Es el instante en que como
dice Geraldy “se reconoce el amor en que no podemos
ocultarnos nada”. Isabelina intenta el disimulo para
esa mirada anhelante de Gustavo, de él, del centro
generador de la esperanza desmoronada por una compañía
arrebatadora, ya que para Isabelina, la otra mujer
es causa de un ventarrón propagador de su propia desdicha.
Y sin embargo, él la ha mirado como lo ha hecho desde
su consciencia a esa mujer vigilante de su deambular
cotidiano.
Jamás
hubo más que las compartidas miradas. Nunca otra cosa
que intercambio etéreo como de aire enamorado. Pero
ahora, después de la concreción vista, ya no puede
haber ilusión, sólo sufrimiento capaz de ensombrecer
el mundo, porque quien “ha visto la esperanza no la
olvida", nos recuerda Octavio Paz.
“Sufrió
Isabelina todo lo que puede sufrir una mujer que se
comprende demasiado a fondo y no puede engañarse a
sí misma y no puede triunfar sobre sí misma, porque
la verdad abrumadora la aniquila”.
En
ella no hubo desde entonces sino el páramo inexorable
de la desdicha, en ese ahuyentársele toda esperanza
de proseguir su antigua relación. Todo viértese en
tono de rotunda desventura. La desconexión establecida
—quizás si por un desencuentro no tan profundo— a
ella se le antoja como el destino insalvable, y aunque
no pudo sustraerse al dolor “eso él no lo supo”, y
aunque el varón insistió tantas veces en el encuentro
de sus ojos con los de ella, parapetados detrás de
la ventana, “eso ella no lo supo”.
El
tiempo no guardó relación en su renovarse con la estabilidad
dolorida de Isabelina. Alguna vez se encontraron.
El, casado, ‘la vuelve a mirar con esos ojos suplicantes
de quien sólo espera una oportunidad de restauración
afectiva, pero. ¿Para qué ahora? Ella era libre, pero
él no. Todo era una nada omniabarcante, pero de aquella
que no puede la suficiencia del vacío ni el reparador
alivio de lo indiferente Ambos continúan su dirección,
pero “si en ese instante se hubieran mirado, cuando
el alma asomaba límpida a los rostros dolorosos, se
hubieran comprendido. Y eso no pudo ser”.
La
narración concluye en el destino ciego de dos vidas
para siempre. distantes, para siempre perdidas de
su mutua entrega y, en esa pérdida, sólo el logro
de la tristeza, de un ceñido imposible porque eso
no pudo ser.
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