“SOMBRAS
Y ENTRESOMBRAS DE LA POESIA CHILENA
ACTUAL” (*)
(1952)
(*)
El presente volumen corresponde a estudios realizados
durante la década del 40. Fueron publicados al principio
de la siguiente por Oreste Plath, el marido de la
escritora, quien Ilevó el presente trabajo a Edics.
Barlovento. Santiago, 1952, pág. 74.
No
es azar ni capricho el título de este ensayo, pues
lo visto o entrevisto se atavía de zonas luminosas
y de otras no menos importantes donde campea la penumbra.
Por ello las sombras resultan verdaderas habitaciones
para quien escribe y para quien lee, y, entre ellas,
los haces de luz, de paréntesis de luna, por hacernos
inteligibles y comprensivos el rostro más distante
de lo real allí expuesto.
Sin
embargo, existe siempre la necesidad de definir lo
indefinible, de hacer dominio nuestro a aquello escurrido
o apenas si vislumbrado. ¿Podrá encerrarse la poesía
en los límites de un poema? ¿Podrá otro, el lector,
realizar el milagro explicativo de lo que naciera
por una íntima necesidad, por un impulso irrazonable
o razonablemente inefable?
La
duda expuesta más arriba nos predispone a responderla
negativamente, o por lo menos, a circunscribir el
alcance del poder de la palabra a decir de otra palabra,
de los átomos encadenados del poema. Porque escribir
acerca de la poesía —de cualquiera que sea— resulta
ser una especie de fotografía del arcoiris que el
día de lluvia muestra. Por lo demás, cuando escribimos
nuestras facultades concentran sus posibilidades en
fragmentos más o menos visibles, más o menos predispuestos
a ellas. Escribimos acerca de los que nos representa,
lo mismo vale para el poeta cómo para él ensayista.
En consecuencia, el poder que alcancen las palabras
estará directamente relacionado —en uno de sus aspectos—
con la cercanía producida con los lectores, por aquello
de que no nos pertenece sino lo que ya tenemos como
predisposición en el alma. Porqué junto a la necesidad
de decir para continuar siendo el que somos y debemos
y creemos ser, próximo a ella nos es menester el reverso
o mejor, el complemento de los otros, para que nuestra
palabra se pruebe también en ajenas latitudes y pueda
crecer en universalidad, en multiplicación de referencias
y de verdades irrefutables cuando corresponde a personas
verdaderamente sensibles y despiertas.
La
consciencia del límite es pues el principio rector
de toda empresa que no quiera ser desbordada por el
fracaso. Consciencia necesaria para el hacedor —sólo
en ella se sabe y se admite lo ignorado—, del límite,
para así asumir el asedio de la duda y de la sombra
como ínsitos caracteres del trabajo intelectual y
recreativo que el ensayista acepta como destino en
su quehacer.
Por
otra parte, ver en la obra ajena lo que ella es, lo
que es su existir de significados en tensión, vislumbrar
siquiera su reino de probabilidades y concreciones,
saber de la humanidad singular en ésa expresión de
lenguaje diferente, no olvidar que en sus páginas
subyace una experiencia, una época, mundovisión en
la perspectiva de una conciencia que se ha representado
a partir de zonas más o menos amplias, más o menos
restringidas de lo real, todo esto es de suyo esencial
y abrumador.
El
ensayista constituye en estos casos. el lector ideal
y, sin embargo, el más peligroso. Lo primero, porque
se detiene en las páginas con ansia indisimulada de
encuentros; lo segundo, porque puede alterar, o traicionar
la obra, multiplicando con ello el error o el desvío
de otros lectores que conocerán el libro inicial sólo
a partir de una referencia incompleta y tendenciosa.
Además, el quehacer interpretativo será casi siempre
provisorio, sustentándose sólo en el recuerdo de lo
que le diera nacimiento. Extraña es, por lo tanto,
la suerte del trabajo del ensayista literario: constituir
el segundo insuficiente con respecto a una labor previa,
primigenia, original. Y sin embargo, la tentación
de comprender origina aquí y allá trabajos de meditación
para congeniar en la palabra la irradiación magnética
dimanada del cuerpo verbal de uno o varios creadores.
Sucede
de tanto en tanto la existencia de obras interpretativas
que alcanzan por sí mismas la dignidad de una creación.
Los casos no son pocos y, a menudo, deberán contemplarse
como consulta obligada para el recto conocimiento
del orbe poético o intelectual de un autor (**).
El
presente volumen recoge enfoques parciales de la obra
de siete poetas chilenos: Humberto Díaz Casanueva,
Rosamel del Valle, Antonio de Undurraga, Juvencio
Valle, Jacobo Danke, Chela Reyes y María Silva Ossa.
Cada uno está acompañado por un matiz dominante que
desea dar luz en la sombra de ese reino de súbita
lucidez que es la poesía en cada uno de los casos.
Entretejido a cada autor, Pepita Turina expone sus
ideas del arte y del proceso creador con inequívoca
claridad.
En
primer lugar, la presencia de una mente ordenadora
que sospecha cuales son las íntimas leyes artísticas
y del que pretenda acercarse hasta su médula. “La
poesía no puede explicarse; no puede hacerse eso racionalmente,
como lo quisieran algunos para su comodidad. La poesía
no debería explicarse. Está ahí, por sobre y por bajo
el universo de la mente, adquiriendo un cuerpo proteico
multiforme. Y el poeta, que está en permanente pie
de conquista, trata en todo momento de arrasar las
palabras, de arrancarles nadie sabe bien qué: su emoción,
su belleza, su musicalidad, su fondo filológico, y
nos entrega ese don que se llama verso y que es uno
de los tantos misterios humanos” (1).
Puestos
los cimientos del respeto necesario para el misterio
de la poesía, la ensayista nos declara su personal
acercamiento a la obra de los autores mencionados
más arriba. Los accesos a la obra lírica son generalmente
dos: el sentir y el entender. Obras hay en que el
afecto llevará a la coherencia del pensar; otras,
en que será necesario entender para conseguir esa
latencia afectiva del sentir. En ambos casos, existe
el fenómeno de la comprensión incorporada de obra
y lector, la natura de la ajenitud y la consecuente
proximidad de espíritus.
“He
empleado para conocerlos la facultad de sentirlos
primeramente. El arte no es tanto para ser entendido
como para ser sentido, gozado, como el amor, como
la ilusión, como el perfume. Y aunque el arte no tiene
ninguna obligación, ni siquiera la de existir, orienta,
cava y distribuye inteligencia y cambia el espíritu
de los hombres y, por derivación, el de la humanidad”
(2).
Y
más adelante agrega la doble vertiente del conocimiento:
la, voluntad e involuntariedad del hallazgo y predilección.
Escribe:
“Yo
he tenido de estos poetas un conocimiento progresivo
premeditado e impremeditado. La impremeditación venía
desde que, sin pensar cogerlos para estudiarlos, ni
menos para hablar de ellos; cuando todavía no estaban
elegidos como tema, los conocía ya; sus aspectos físicos
y espirituales me habían rozado. La premeditación
vino cuando hubo una transición en mis observaciones
y traté de captar más; cuando seguí el proceso directriz
de iniciar la búsqueda de lo conocido para superconocerlo”
(3).
En
efecto, la búsqueda motivada por la necesidad de encuentro
de cierta materia; de cierto contenido, está perfilado
en el alma, de modo que, siguiendo la tradición platónica.
agustiniana, la ensayista acepta su conocimiento como
un reconocimiento de lo que estaba como carencia e
ímpetu de aplacamiento. Mas, subraya la acción y el
carácter impremeditado de aquello que nos madura sin
atención al cálculo. Diríamos que sostiene la pre-existencia
de un perfil y de una clave genético-espiritual transitada
de inclinaciones y de urgencias menesterosas de satisfacciones
inmarcesibles, a las que la poesía presta su poder
y su magia como “una manera de sentirnos menos vacíos”.
Sabe
también en su lucidez que el todo es inaccesible para
cualquier deseo humano, y más aún, si el esfuerzo
encamina sus anhelos en materia tan esquiva como la
obra de los poetas. Estos son los llamados a coger
lo difuso entregarlo a los demás como una ofrenda
de humanidad fraterna, para hacernos menos remotos
de nosotros mismos. “Aprisionador de lo que se desvanece,
de lo que ni siquiera existe para muchos, nos enseña
a sentir acontecimientos poéticos que tienen una materia
extraña de realidad” (4).
El
pensamiento de Pepita Turina evidencia ser fruto de
una interiorización de numerosas circunstancias, lo
que le hace aparecer más rotunda y segura en lo que
escribe. Hace convivir la observación genérica con
la peripecia singular, sus preferencias que significan
esfuerzo y soledad, o por lo menos, escasa concurrencia
de otros, y si se quiere, una valentía para no dejarse
domesticar por el espíritu gregario o hipopotámico
de nuestra época. Afirma el valor del descubrimiento
como una permanente introspección, más que distracción
o experiencia acumulativa de logros, externos;
observación suya, en vez de citas de erudiciones pacientemente
ordenadas; énfasis en la individualidad como generadora
de consciencia colectiva. “La poesía es un lujo de
ciertos espíritus”. Porque aquella reside más allá
del ámbito mercantil y mensurable: “no pretendé responder
preguntas, y menos preguntas del hombre común. No
todos tienen anhelo de belleza y expresión. (...)
Y el trance poético son momentos álgidos que no
quieren morir y se transforman en poesía” (5).
La
última cita nos entrega algunas afirmaciones que no
compartimos del todo, o al menos, en la forma tan
excluyente en que están expuestas. En primer lugar,
coincidimos en aquello de la poesía como don de algunos
espíritus, en la medida de la escritura propiamente
tal, mas no es menos cierto que cualquier persona
normal distingue —aunque subjetivamente— lo bello
de lo feo, y, sobre todo, posee una. cierta necesidad
de disfrutar de la belleza, sea encarnada en seres
humanos como en otros de diferentes especies. Si bien,
por otra parte, no todas las interrogantes contenidas
en la poesía son representadas en el espíritu del
hombre común, no es menos cierto, que la excelsitud
de algunos, su universalidad, logran representar ciertos
anhelos generales, matices lo suficientemente amplios
como para que los demás se reconozcan en las obras
de esos “espíritus”, aún cuando la mayoría ignore
existir en ellas. Finalmente, aceptamos la singularidad
o el carácter esporádico de los hombres en expresarse
por medio de la palabra o de los signos del arte,
aunque ello no englobe la necesidad de expresión genérica
de la mayoría. La diferencia fundamental reside en
que sólo algunos pueden y sienten el llamado a la
conciencia de lo real en sus dimensiones plurales
de lo posible, de lo imposible, de lo probable y de
lo inexorable. Sólo algunos pueden buscar buscándose;
decir, diciéndose y diciendo; hacer mientras se hace
la vida; o si mejor que todo lo anterior: dar nombre
a lo que de suyo sucede con nombres sucesivos y perecibles.
Los
poetas buscan la fijación de lo que es escurridizo;
eternidad para el instante; ordenamiento del caos;
unidad para lo plural; palabra en el silencio.
La
agrupación de ciertos nombres de nuestra poesía nos
lleva a considerar el segundo gran aspecto del ensayo
de Pepita Turina: su vislumbre aunador de la obra
disimil de aquéllos.
Los
define como poetas de sombras, obscuros, no fáciles.
Son de esos que dejan entrever, pero no se entregan
a la epidermis por lo fónico o la inmediatez reconocible
en la crónica del día. Por el contrario: “los poetas
obscuros son los poetas desilusionadores que entregan
las ásperas bellezas difíciles. Su manera de exponer
parece una deformación. Las zonas espirituales de
estos poetas no se comunican con las nuestras por
medio de fáciles señales, y no nos tienden alfombras
de flores para que nos acerquemos sino caminos subterráneos
que amedrentan, y que impresionan como feos e impenetrables
a los que carecen de cerebros de luciérnagas es decir,
con irradiaciones de luz propia o con antenas especiales
con las que se nace o se puede desarrollar” (6).
Diríamos
que son poetas de zonas interiores, alejados, con
una expresión próxima a la penumbra, pero no por eso
menos humanos ni menos conmovedores.. Y es necesario
transitar —según la autora— por aquellas zonas, pues:
“Quien no se aproxima a la tiniebla no descubre nada”
(7).
El
primer autor es Humberto Díaz Casanueva, a quien se
le descubre en su intelectualidad y filosofía para
definirlo en la sensación verbal que es goce comprensivo.
Visto a partir de dos de sus obras: “El blasfemo coronado”
y “Réquiem”; la autora se detiene en algunas observaciones
muy acertadas acerca del gran poeta.
“Humberto
Díaz Casanueva no es de los poetas que enamoran, sino
de los que hacen pensar”. “La poesía de Díaz Casanueva
es una poesía de silencio que entra en las bocas que
no dicen versos y no están en la “edad de los versos”...
Y
una tercera: “Es de aquellos cuya intelección, cuyo
cerebro, está vigilante de esa electrificación que
produce a sus sentidos el contacto con el mundo, la
captación poética o la trasformación a poesía de un
mundo mirado en los momentos relampagueantes del trance
poético que ilumina y mueve una mano que escribe”
(8).
La
poesía es también o sobre todo, una indagación de
nuestro puesto o de nuestras pérdidas en el mundo.
La carencia engendra el canto, como la herida, la
queja. Las zonas envueltas, conjuradas, dichas o entredichas
según el logro o fracaso de la palabra poética es
la lucha del poeta contra el ángel hasta el amanecer
de la naciente obra o hasta más allá, cuando la obra
debe nacer en la recreación ajena. La obra de Pepita
Turina es la experiencia de una comprensión y de una
sensibilidad y en este sentido, entrega una consciencia
alerta en enfoque que insinúa un mundo mucho más vasto
de cada autor.
El
segundo poeta: Rosamel del Valle en su sentido espiritual.
Sabemos que el autor de “Orfeo”, de “La visión comunicable”
y de esas curiosas narraciones llamadas: “Las llaves
invisibles”, representa al poeta iluminador de zonas
inhabituales. Su poesía fue enigma y su sentido estuvo
dispuesto más que a contener intelectualmente, a participar
del insabible mundo para la escueta lógica. Pepita
Turina así lo advierte cuando escribe: “Y lo obscuro,
en la mayoría de los casos, tal vez sea lo intransitado,
más que lo intransitable”.
El
acercamiento que nos entregan sus páginas a este poeta
son de las más certeras. Perfila el rasgo impopular
minoritario de esta poesía; acerca la distancia de
quien escribió las claves que le fueron reveladas
de aquellas zonas donde el hombre rutinario o seco
no puede siquiera sospechar una existencia, y, de
todo ello, le vienen pensamientos de comprensiva extensión
y de innegable acierto. Para ella, Rosamel del Valle
es “un poeta escrutador”, de aquellos que traen a
la luz las extensiones sombreadas.
Sin
recaer en la cita excesiva, prefiere resumir su percepción
de los enigmas de ese misterioso sistema de comunicaciones:
el sentido de una poesía enigmática y tornasol, para
hablar con los vocablos del postrer título del poeta.
Antonio
de Undurraga es el nombre tercero. “Lo que a mí me
ha hecho elegir, a Antonio de Undurraga, es su, angustia
metafísica, que usa símbolos telúricos, marítimos,
zoológicos, floreales, y de otras diversas índoles
para un decir altivo, entre frío e intelectualizado,
que lo ha ido marcando como un luchador osado que
hace, acoge y defiende la poesía actual” (9).
Definitivamente
Pepita Turina se inclina por la poesía que alude y
relaciona distintos ámbitos de la interioridad problemática,
esa extensión que se contrae bajo el imperio cósmico,
más allá de la lógica corriente y nunca más acá del
asombro. Preferencia, por lo ininteligible, porque
según lo afirma, todo poeta es un intelectual aunque
no sea demasiado inteligente.
Juvencio
Valle es el cuarto poeta escogido en este estudio.
Una vez más lo que importa en este enfoque son las
reflexiones de la autora, como si con ellas estuvieran
dialogando en su interioridad el conocimiento de la
obra, su mundo y estilo peculiar, su ángulo determinante
que precisa un modo dé ver y de entender el mundo.
Interesante es pues aquello de la imposibilidad de
la experiencia “sin una propensión subjetiva”. Ilumina
el umbral del porqué un hombre puede ser sensible
sólo a algunas experiencias, sólo para algunas fatalidades.
Mentís a los que creen abundar su movimiento y su
posibilidad a base de multiplicaciones de sitios y
aconteceres. Citando el caso de Juvencio Valle, Pepita
Turina prueba la existencia de una clave más honda
que las simples visitas y sucesos para la energía
expresiva de los autores.
Luego
se presenta a Jacobo Danke, uno de los autores más
desconocidos en el conjunto de su obra, salvo el caso
de “Hatusimé”. La ensayista se detiene en algunas
citas de “Las Barcarolas de Ulises” (1936), “Fundación
del Océano" (1945) y “Canto al Mar del Sur” (1951),
para exaltar de ellos la fantasía luminosa acerca
del océano. “El léxico de Danke —escribe Pepita— es
aquel tras del que acude una ineludible emoción del
poeta que demuestra conocer los vericuetos del diccionario
y sus posibilidades. Su léxico va en busca de originalidad
en un anhelar expresivo. Tras esta poesía está el
poeta —el hombre— y sus temas predominantes que quieren
superar la realidad y que eligen este destino de expresión”
(10).
A
continuación siguen algunas páginas de repulsa a la
vanidosa inclinación de los más, de aquellos que suponen
derecho a opinar y criticar el arte, la poesía moderna
como si ésta fuera necesariamente un atentado, una
transgresión cercana a la fechoría. Mas, todo poeta
es buscador porque necesita una cierta perfección
estética para lograr decirse y enlazarse a los otros,
incluso aquellos que desprecian o ignoran estas manos
tendidas, pletóricas de corazón, de interior candente.
Entonces surge inevitablemente la discordia entre
lo habitual y lo que necesitará de ojos venideros
para conquistar repercusiones. Agonía de rutinas contra
aventuras.
“Es
curioso que siempre esté faltando el descubridor de
lo que existe, el intérprete, el transformador, digamos
eI aventurero” (11).
Y
unas líneas más adelante escribirá: “Los artistas
son responsables de sus expresiones y de su tiempo.
Ellos lo revelan y lo marcan. Esta poesía es el flujo
natural de los espíritus poéticos actuales. La vida
no se detiene en ningún umbral. .
El
arte es como la corriente oculta de la vida y de la
muerte” (12).
Finalmente,
dos autoras: Chela Reyes y María Silva Ossa. De la
primera subraya el signo amoroso personal, sin parentesco
con las famosas poetas americanas de otrora: Gabriela
Mistral, Juana de Ibarbourou o Delmira Agustini. Como
mujer, predomina en ella la intuición, descrita como
esa “luminosidad misteriosa que conquista lo desconocido
en una especie de no saber” (13); de la segunda exalta
cierta “preeminencia miniaturista y en ese oficio
de escribir que es en ella una fuerza combinada entre
el medio y su persona, usa un estilo sin ninguna retórica
sabia; se manifiesta en lo que tiene de más puro en
el equilibrio de los elementos que admite su emoción”
(14).
El
necesario repaso de estas páginas nos descubre con
más certeza la actitud de ensayista de Pepita Turina.
Si el género de las proposiciones e hipótesis a desarrollar
urge de verdades parciales con nostalgia de absolutas
—la autora no acepta absolutismos, ni menos en estas
materias de interpretación—, necesita, sin embargo,
la lucidez del límite y el pronto reconocimiento de
lo inefable. No. obstante, el ensayo exige siempre
una cierta actitud razonadora, sugestiva además, para
que en su unión pueda alzarse una parcialidad que
deje adivinar ulterioridades. Mas, ¿será siempre posible
no caer en la tentación de ultimar lo acometido en
un texto exigente de rigor intelectual’? Una cosa
es clara: Pepita Turina escribe en esta obra la incitación
sobre una perspectiva de ver y significar una porción
del mundo. Su fundamento y materia: los poetas de
sombras y entresombras, quienes “traen a luz una parte
de las enormes substancias inasequibles de los seres.
Todo individuo, por muy ensimismado que sea, es un
factor universal” (15).
Este
ensayo es tan provisorio como toda obra y todo tiempo.
A partir de él puede intuirse el misterio de lo que
siendo palabra común, sólo en algunos alcanza la luminosidad
de verbo y de experiencia: la poesía. Ensayo dinámico
porque lleva al lector a replantearse los supuestos
reales donde más reposa que vigila y donde más repite
que aventura.
(**)
A manera de ejemplo señalaremos los casos
de Pedro Salinas y su visión de Jorge Manrique; el
de Amado Alonso y parte de la obra de Neruda; el de
Guillermo Sucre y la poesía de Borges, por citar sólo
tres de los muchos que hay en este sentido.
Del
ser y no ser de la: palabra - Las
verdades ocultas - Cuentos-
Lo que no pudo ser
- La niña que
quiso ir al horizonte - No
hay para que soñar - El
hombre se acuerda del niño - La
ciudad llama - Una
mañana - Cuando
ella volvió - Seis
cuentos de escritores chilenos-yugoslavos - La
mujer que no quiso ver el Sol - El
árbol de piedrarosa - Los
caballos que cambiaron de color - Novela:
Un drama de almas - Zona
íntima: la soltería - La
vida que nos duele - Ensayos:
Walt Whitman,cotidiano y eterno - Sombras
y entresombras de la poesía chilena actual
- MultiDiálogos
- ¿Quién soy?
- Referencias
críticas sobre las obras de Pepita Turina
Citas
(1)
. Pág. 5. Sombras y entresombras de la poesía chilena
actual
(2) . Pág. 8. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
(3) . Pág. 9. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
(4) . Pág. 10. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
(5) . Pág. 11. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
(6) . Pág. 11. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
(7) . Pág. 12. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
(8) . Pág. 32. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
(9) . Pág. 37. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
(10). Pág. 52. Sombras y entresombras de la
poesía chilena actual
(11). Pág. 58. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
(12). Pág. 59. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
(13). Pág. 67. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
(14). Pág. 70. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
(15). Pág. 61. Sombras y entresombras de la poesía
chilena actual
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