DEL
SER Y NO SER DE LA PALABRA
Eligiendo
aspectos de Pepita TURINA que la retrataran, no de
cuerpo entero, sino en ciertas actitudes, especialmente
literarias, busqué en ellas más luz de realce. Es
lo literario traspasado de rasgos humanos, planteando
la dualidad literatura-vida con el prestigio de lo
auténtico. Lo mítico no tiene cabida. Deseo que quien
lea, descubra en las páginas siguientes, la naturaleza
de los motivos. Nada hay sobrevalorado, sino reconocible,
para identificar a una mujer-escritora. Investigando
con dedicación me sería imposible negar los hallazgos,
aún en los escritos que, de antemano, la autora consideraba
hojarasca que debía hacerse polvo bajo los pasos del
avanzar.
Existe una cifra misteriosa que anuda los extremos
de lo que somos con los de nuestros imposibles Aquélla
casi siempre busca expresión, como si de ese modo
alcanzara una objetividad benigna para quien la porta
en torbellino de pesadumbre o en incesante porfía.
La cifra anhela nombre, poblar silencio con esos matices
graficados de la escritura, porque no podría soportar
la continuidad de su abultamiento. La palabra hace
nacer una conciencia capaz de auto-generar su propia.
semejanza. Lo que somos y no somos cohabitan en la
página con esa concordancia de sonido y silencio.
Fraternidad de lo lejano y aparentemente
discrepante, pero zonas complementarias del íntimo
secreto.
Somos
inevitables para nosotros mismos, por ello no podemos
escoger otra materia que la brindada por la urgencia
de definir nuestras comprensiones y oscuridades. La
palabra del hombre mostrará las más de las veces ese
esparcimiento que la desdicha o implenitud acrece
en cada uno. El escritor habrá de reconocer en su
trabajo la intromisión de sus falencias. Si el Verbo
primordial participa de su vida a lo que aún no es:
expande, procrea, funda e inaugura; el del hombre
busca significar los espacios del vado, los trasuntos
del imposible, la insaciedad inherente a lo que es
tiempo continuamente en mudanza.
También
el recreador que pretende acercarse a la obra ajena,
siente al contacto de ellas, una predilección conjunta:
descubrir y ser revelado por el mutuo consentimiento
de crecer en y por otro. Pero así corno cada autor
confiesa en el lenguaje de la inmensidad del silencio,
su personal reconocimiento de la imperfección, así
también los que abordamos sus expresiones estamos
ciertos de la inmensa duda que puede sostener a nuestros
provisorios esfuerzos por comprender lo que aún es
parcialidad en la existencia del autor.
Creo
que todo libro debe representar un criterio hacia
lo humano. En este caso, los libros de Pepita Turina
me han persuadido de un vivir el dolor hasta las más
ocultas reservas, porque la vida le duele, porque
dolientes nos son sus alardes de no alcanzar nunca
la plenitud, porque el hombre requiere de más hondos
soportes, de una razón de amor que le sostenga en
el padecimiento incluso.
Prefiero
los libros que dicen resueltamente aspectos de lo
más permanente del hombre. Advierto en los de Pepita
Turina el deseo de conocer la esquivez de la apariencia.
Su aporte muestra el valor no de lo actual, sino de
lo vigente. Declaro además, consentir más con la imperfección
de lo inédito, en vez de la tristísima costumbre de
seguir vociferando acerca de lo que todos saben.
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