¿QUIÉN
SOY?
(1978)
“MILLONES
DE SEGUNDOS
EN OCHO MIL PALABRAS”
Consciencia
alerta en una brevedad que debe inquirir, devolver,
significar y comprender para decir en un gesto comunicativo
de palabras, por aquel que fuimos en los plurales
antes.
El
pasado se ofrece en una sola palabra: ayer. Pero este
lapso es vasto y complejo, transido de olvidos o desconsuelos,
de memorias fragmentarias y de sueños parciales que
jamás han sido unidad.
La
memoria personal es río alimentado de otras fuentes:
fotografías, personas, lugares, objetos, las huellas
de los años. La memoria personal se pone a prueba
de fidelidad cuando intenta hacer del pasado un apretado
presente. Mas, ¿que tiene que ver quien hoy escribe
con aquello que se ha sido irrevocablemente?
“Mi
imaginación actual tiene otra luz, otro tiempo. Ya
lo externo no existe. Sólo tiene interioridad. Entre
tantos olvidos la imaginación construye sus mitos.
Cuando en nuestros años maduros recordamos algo de
nuestros años inmaduros, le damos la mentira de la
madurez que en el tiempo de suceder no tuvieron” (1).
Pepita
Turina definirá esta involución, o mejor, este hacer
regresar la vida, pretérita, desde una perspectiva
de "espectadora emocional de lo vivido…"(2).
Reconocido el sesgo particular de la autora, se hace
menester incursionar en el contenido de una vida que
no es otro, que el pulso pasional de algunas constantes.
El pasado está en lo que hemos dejado y también en
lo que perdura, o como escribe el poeta Renato Irarrázaval:
“El pasado ya no puede arrepentirse”.
Puntarenense,
última hija de familia numerosa y aintelectual. Descendiente
de yugoslavos, su nombre ha motivado siempre algunas
equivocadas conjeturas. Pero lo más importante es
la definición de su interioridad, pues no es otro
el sentido de lo singular de su alma. ¿Qué dice de
sí? ¿Cómo se advierte?
El
lenguaje de la autora tiene la pulcritud de lo exacto.
Todo cuanto escribe lleva como ínsita condición la
certera palabra de lo que no admite variantes. Lo
escrito por ella persuade y convence que lo dicho
no es ni ha sido de otro modo. Lenguaje compacto,
con lucidez conclusiva. Expresión fiel de una personalidad;
peculiar hasta el dolor sereno que entregan sus palabras
es inmejorable, porque no deja ocasión comparativa.
El suyo es propio: sí misma. Su lenguaje es su mejor
definición.
“El
miedo y la inseguridad han superado en mí todas las
emociones. Y por eso no pude, ni puedo ser alegre.
Todas las variaciones psíquicas son en mí posibles,
menos la alegría. Como sé que no puedo tenerla, jamás
la busco. La risa ha sido para mí algo completamente
externo. Nunca mi alma se ha dado cuenta que he reído.
La felicidad, la alegría vienen y se posan en un resquicio
de nosotros. Carezco de ese resquicio. El entretejido
de mi alma y de mi cuerpo es de tan tupida composición,
que cada suceder viene hacia mí en un choque estremecedor.
Nada puede invadirme sin golpear” (3).
Pero
lo que cuesta decir más es siempre aquello, que nos
duele, aquello en que estamos desmejorados ante nosotros
mismos y ante los demás, por eso resultan difíciles
las propias explicaciones, los personales acometimientos
a la vida hecha o deshecha. Generalmente deseamos
sernos el sueño más amable, la aprobación más exitosa
de los demás, la apariencia que nos deje sin gravedad
ni hosco gesto. Generalmente queremos ser muy “generalmente”,
es decir, muy del gusto sancionado y por nada del
mundo, admitir que la verdad intransferible, puede
ser perfecta e indiferentemente otra.
He
aquí entonces, el segundo rasgo de este libro de confesión
y de autorretrato: la sinceridad abismante, nunca
humedecida por la ablandadora palabra eufemística.
“Hace
veinticinco años tuve una operación al cerebro —me
extirparon un tumor auditivo— y como resultado postoperatorio
quedé con una parálisis periférica al lado derecho
del rostro.
Como
el reír, desde entonces sólo podía hacerlo con la
boca torciéndose hacia un solo lado, en un gesto horrible,
dejé de reír para siempre. Nunca un defecto físico
pudo favorecer mejor un estado de ánimo. Al acostumbrarme
a no reír jamás, realicé externamente mi verdad más
íntima” (4).
La
vida en el libro de Pepita Turina, su propia existencia,
no le tienta a querer demostrarse en proezas ni en
quejas lacrimosas. ‘Los hechos son lo que son, la
esencia de ‘ellos es la que es no la que un deseo
simulador pueda o quiera ingeniársela.
Un
tercer aspecto de esta obra, puede nominársele como
su sentido implacable ante lo erróneo de sí. Escribe
de sus equivocaciones como quien se da cuenta que
en ellos y por ellos, es la persona que anuló a la
o las otras que pudo ser. Sus páginas adquieren una
clara connotación del imposible como fantasma, como
reverso, peno no a la manera de lloro, sino de irrealizaciones
anuladoras.
Pepita
moteja de erróneos algunos actos de su vida: la publicación
de su primera novela: “Un drama de almas” (1934) porque
“No pude postergar lo impostergable. Ignoraba cuánto
podía esperar. ¿Podemos decir alguna vez que no nos
equivocaremos, que no nos arrepentiremos jamás?. Muchos
creen que los desaciertos juveniles se esfumarán llegada
la madurez. Las equivocaciones no tienen edad” (5).
Similar
tono implacable se advierte cuando la autora refiere
la actual significación de su persona en la ciudad
de Valdivia, lugar donde viviera durante veinte años
y donde le ocurrieran muchas experiencias por vez
primera. Allí, en la ciudad del Calle Calle, obtuvo
una cierta celebridad local. Su primera obra fue saludada
con decidido apoyo y desarrolló además una labor cultural
y vivió allí su vida escolar.
Pero
aquella que fuera alguien con nombre conocido, deja
de serlo por la ausencia sostenida por los años santiaguinos
y es entonces cuando advierte escueta y definitiva:
“Soy Nadie. La juventud de hoy no había nacido cuando
yo estaba allá. Algunos que han escrito sobre la
vida intelectual de Valdivia ni siquiera me nombran.
Una vez más se comprueba que los escritores no son
tan importantes como se creen” (6).
Otro
aspecto que nos parece relevante lo constituye su
actitud de narradora eminentemente pensante. Pepita
Turina, por lo dicho más arriba, es escritora de ideas,
de análisis, de reflexión y, aunque no carezca de
cierto lirismo en ocasiones; su fundamento literario
reside más en la cabeza, como si practicara sin esfuerzo
la máxima huidobriana del vigor cerebral. Numerosos
enfoques acerca de temas heterogéneos, su definir
en pocas palabras lo que podría constituir tentación
divagadora, hacen de nuestra ensayista una mujer eminentemente
consciente, mayoritariamente ideativa.
Refiriéndose
a su reconocimiento de la ciudad de Punta Arenas escribe:
“Le presté esa atención que se da a todo aquello con
lo cual no estamos familiarizados” (7). Y de la misma
ciudad dejará su íntima pertenencia, porque: “El lugar
donde se nace es como la patria: no hay más que una
sola. Las nacionalidades adquiridas son fórmulas,
papeles, disposiciones” (8).
Y
también cuando recordamos su viaje por Yugoslavia,
reflexiona sobre el sentido de las revoluciones: “son
él no puedo más, una fuerza que destruye lo que ya
no se puede soportar. Todas las revoluciones se han
llevado a cabo para romper encadenamientos, para alcanzar
algo hasta entonces vedado, para derrocar o destruir
ciertas cosas e implantar otras” (9).
La
nostalgia de Chile se le presenta aún en la contemplación
de la belleza extranjera. A nosotros nos interesa
subrayar la captación ideativa más que la lírica como
característica sobresaliente de la autora. “El primer
día se llora de contemplar tanta belleza. Pero, en
los días subsiguientes se llora pon no poder soportarla,
si no se tiene dinero, amigos, trabajo, quehaceres,
distracciones, vida personal” (10).
Su
dimensión familiar y su personal manera de, ser en
ella la define en pocas líneas, manifestando una vez
más su sentido rotundo y unívoco hacia los demás:
“He tratado de ser la menos estorbante de las madres.
Y ellos son los menos estorbantes de los hijos. He
cultivado el alejamiento que deja hacer hasta lo que
no quiero que se haga. Mis hijos no son Yo.. El vientre
materno sólo es encierro mientras el hijo no nace.
Ya en el mundo ha de desprenderse. La sustancia de
la vida de un hijo configura la capacidad generativa
y dadora de la herencia. Pero, su encarnación, no
es motivo para una salvaje propiedad” (11).
La
consciencia de haber vivido se enlaza de un modo irrestricto
a la consciencia de lo que aún queda por vivir. Si
la memoria es el reino donde puede habitar el todavía
del ayer, la imaginación o la mirada prospectiva es
la certeza de lo probable, del aún es posible. Los
escritores —algunos de ellos— saben de anticipaciones
en que la realidad se convierte en silueta acuciante.
La palabra encarna entonces ese otro fantasma, esa
otra manera del podría, pero ahora con carácter cercano
a lo definitivo, porque el mañana tiene un sentido
donde las cosas y los días anuncian una forma definitiva
en su inminencia o en su edad remota.
Mañana
es el día cuando el hoy y el ayer, insertos en la
memoria y en la significación, adquirirán la inconsútil
unidad de lo que creció como dirección y sentido.
La pregunta más o menos explícita, se sitúa entonces
en la validez de lo vivido, en la aceptación de lo
que ya es destino, porque la libertad cristaliza en
la forma irrevocable de una existencia determinada.
A estas alturas o a estas honduras, Pepita Turina
nos entrega un último rasgo: el de su escritura como
quehacer unificador.
“Escribir
es una necesidad desesperada. Sólo que al principio
no tenía el léxico suficiente, ni amaba las palabras
como las amo hoy, con el enriquecimiento del lenguaje
y del pensamiento” (12).
Así
como se ha hecho multidialogante por la excesiva soledad,
por el celo que la lleva a buscar y a nutrirse de
lo sustantivo y de aquello “que no se quiere olvidar”,
así como la escritura le ha conformado una existencia
retirada, así también enfrenta el porvenir con un
sentido de indisimulada tragicidad, pues aquello que
debe obtenerse en el mañana ya está teñido —según
su opinión— de improbabilidad cercana al imposible.
Su sentido conclusivo le lleva a escribir: “No creo
ser materialista, pero nunca me ha interesado el más
allá, sino el más acá: los días, los minutos, los
segundos de esta vida. Y en esta, considero que ya
no tengo futuro. El anatema de lo que me queda por
vivir es que ya TODO ES DEMASIADO TARDE” (13).
Tal
vez si así lo sea; quizás si sus razones sean insuficientes;
a lo mejor lo que le queda por vivir sea un todavía
breve pero más fecundo. No se puede determinar lo
indeterminado, la no presencia. Es verdad que se la
puede suponer con más o menos exactitud, pero lo que
siempre permanece es aquello de que habla Octavio
Paz: “Si la muerte no tiene sentido, es que nuestra
vida tampoco la tuvo”.
(*)
Agrupación Amigos del Libro. Comité de ediciones:
Roque Esteban Scarpa, Carlos López Labarte, Carlos
George Nascimento, Oreste Plath, Pepita Turina, Alfonso
Calderón, Claudio Orrego Vicuña, Arturo Valdés Phillips.
Ed. Nascimento. 1978, págs. 5-6.
(1)
Pág. 5.
(2)
Pág. 6.
(3)
Pág. 8.
(4)
Pág. 8.
(5)
Pág. 13.
(6)
Pág. 18
(7)
Pág. 23.
(8)
Pág. 23.
(9)
Pág. 28.
(10)
Pág. 31.
(11)
Pág. 33.
(12)
Pág. 33.
(13)
Pág. 36.
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