Pepita TURINA
o
la vida que nos duele

Juan Antonio Massone

 

Pepita TURINA
o
la vida que nos duele

Juan Antonio Massone

¿QUIÉN SOY?
(1978)

“MILLONES DE SEGUNDOS
EN OCHO MIL PALABRAS”

          Consciencia alerta en una brevedad que debe inquirir, devolver, significar y comprender para decir en un gesto comunicativo de palabras, por aquel que fuimos en los plurales antes.

          El pasado se ofrece en una sola palabra: ayer. Pero este lapso es vasto y complejo, transido de olvidos o desconsuelos, de memorias fragmentarias y de sueños parciales que jamás han sido unidad.

          La memoria personal es río alimentado de otras fuentes:  fotografías, personas, lugares, objetos, las huellas de los años. La memoria personal se pone a prueba de fidelidad cuando intenta hacer del pasado un apretado presente. Mas, ¿que tiene que ver quien hoy escribe con aquello que se ha sido irrevocablemente?

          “Mi imaginación actual tiene otra luz, otro tiempo. Ya lo externo no existe. Sólo tiene interioridad. Entre tantos olvidos la imaginación construye sus mitos. Cuando en nuestros años maduros recordamos algo de nuestros años inmaduros, le damos la mentira de la madurez que en el tiempo de suceder no tuvieron” (1).

          Pepita Turina definirá esta involución, o mejor, este hacer regresar la vida, pretérita, desde una perspectiva de "espectadora emocional de lo vivido…"(2). Reconocido  el sesgo particular de la autora, se hace menester incursionar en el contenido de una vida que no es otro, que el pulso pasional de algunas constantes. El pasado está en lo que hemos dejado y también en lo que perdura, o como escribe el poeta Renato Irarrázaval: “El pasado ya no puede arrepentirse”.

          Puntarenense, última hija de familia numerosa y aintelectual. Descendiente de yugoslavos, su nombre ha motivado siempre algunas equivocadas conjeturas. Pero lo más importante es la definición de su interioridad, pues no es otro el sentido de lo singular de su alma. ¿Qué dice de sí? ¿Cómo se advierte?

          El lenguaje de la autora tiene la pulcritud de lo exacto. Todo cuanto escribe lleva como ínsita condición la certera palabra de lo que no admite variantes. Lo escrito por ella persuade y convence que lo dicho no es ni ha sido de otro modo. Lenguaje compacto, con lucidez conclusiva. Expresión fiel de una personalidad; peculiar hasta el dolor sereno que entregan sus palabras es inmejorable, porque no deja ocasión comparativa. El suyo es propio: sí misma. Su lenguaje es su mejor definición.

          “El miedo y la inseguridad han superado en mí todas las emociones. Y por eso no pude, ni puedo ser alegre. Todas las variaciones psíquicas son en mí posibles, menos la alegría. Como sé que no puedo tenerla, jamás la busco. La risa ha sido para mí algo completamente externo. Nunca mi alma se ha dado cuenta que he reído. La felicidad, la alegría vienen y se posan en un resquicio de nosotros. Carezco de ese resquicio. El entretejido de mi alma y de mi cuerpo es de tan tupida composición, que cada suceder viene hacia mí en un choque estremecedor. Nada puede invadirme sin golpear” (3).

          Pero lo que cuesta decir más es siempre aquello, que nos duele, aquello en que estamos desmejorados ante nosotros mismos y ante los demás, por eso resultan difíciles las propias explicaciones, los personales acometimientos a la vida hecha o deshecha. Generalmente deseamos sernos el sueño más amable, la aprobación más exitosa de los demás, la apariencia que nos deje sin gravedad ni hosco gesto. Generalmente queremos ser muy “generalmente”, es decir, muy del gusto sancionado y por nada del mundo, admitir que la verdad intransferible, puede ser perfecta e indiferentemente otra.

          He aquí entonces, el segundo rasgo de este libro de confesión y de autorretrato: la sinceridad abismante, nunca humedecida por la ablandadora palabra eufemística.

          “Hace veinticinco años tuve una operación al cerebro —me extirparon un tumor auditivo— y como resultado postoperatorio quedé con una parálisis periférica al lado derecho del rostro.

          Como el reír, desde entonces sólo podía hacerlo con la boca torciéndose hacia un solo lado, en un gesto horrible, dejé de reír para siempre. Nunca un defecto físico pudo favorecer mejor un estado de ánimo. Al acostumbrarme a no reír jamás, realicé externamente mi verdad más íntima” (4).

          La vida en el libro de Pepita Turina, su propia existencia, no le tienta a querer demostrarse en proezas ni en quejas lacrimosas. ‘Los hechos son lo que son, la esencia de ‘ellos es la que es no la que un deseo simulador pueda o quiera ingeniársela.

          Un tercer aspecto de esta obra, puede nominársele como su sentido implacable ante lo erróneo de sí. Escribe de sus equivocaciones como quien se da cuenta que en ellos y por ellos, es la persona que anuló a la o las otras que pudo ser. Sus páginas adquieren una clara connotación del imposible como fantasma, como reverso, peno no a la manera de lloro, sino de irrealizaciones anuladoras.

          Pepita moteja de erróneos algunos actos de su vida: la publicación de su primera novela: “Un drama de almas” (1934) porque “No pude postergar lo impostergable. Ignoraba cuánto podía esperar. ¿Podemos decir alguna vez que no nos equivocaremos, que no nos arrepentiremos jamás?. Muchos creen que los desaciertos juveniles se esfumarán llegada la madurez. Las equivocaciones no tienen edad” (5).

          Similar tono implacable se advierte cuando la autora refiere la actual significación de su persona en la ciudad de Valdivia, lugar donde viviera durante veinte años y donde le ocurrieran muchas experiencias por vez primera. Allí, en la ciudad del Calle Calle, obtuvo una cierta celebridad local. Su primera obra fue saludada con decidido apoyo y desarrolló además una labor cultural y vivió allí su vida escolar.

          Pero aquella que fuera alguien con nombre conocido, deja de serlo por la ausencia sostenida por los años santiaguinos y es entonces cuando advierte escueta y definitiva: “Soy Nadie. La juventud de hoy no había nacido cuando yo estaba allá. Algunos que han  escrito sobre la vida intelectual de Valdivia ni siquiera me nombran. Una vez más se comprueba que los escritores no son tan importantes como se creen” (6).

          Otro aspecto que nos parece relevante lo constituye su actitud de narradora eminentemente pensante. Pepita Turina, por lo dicho más arriba, es escritora de ideas, de análisis, de reflexión y, aunque no carezca de cierto lirismo en ocasiones; su fundamento literario reside más en la cabeza,  como si practicara sin esfuerzo la máxima huidobriana del vigor cerebral. Numerosos enfoques acerca de temas heterogéneos, su definir en pocas palabras lo que podría constituir tentación divagadora, hacen de nuestra ensayista una mujer eminentemente consciente, mayoritariamente ideativa.

          Refiriéndose a su reconocimiento de la ciudad de Punta Arenas escribe: “Le presté esa atención que se da a todo aquello con lo cual no estamos familiarizados” (7). Y de la misma ciudad dejará su íntima pertenencia, porque: “El lugar donde se nace es como la patria: no hay más que una sola. Las nacionalidades adquiridas son fórmulas, papeles, disposiciones” (8).

          Y también cuando recordamos su viaje por Yugoslavia, reflexiona sobre el sentido de las revoluciones: “son él no puedo más, una fuerza que destruye lo que ya no se puede soportar. Todas las revoluciones se han llevado a cabo para romper encadenamientos, para alcanzar algo hasta entonces vedado, para derrocar o destruir ciertas cosas e implantar otras” (9).

          La nostalgia de Chile se le presenta aún en la contemplación de la belleza extranjera. A nosotros nos interesa subrayar la captación ideativa más que la lírica como característica sobresaliente de la autora. “El primer día se llora de contemplar tanta belleza. Pero, en los días subsiguientes se llora pon no poder soportarla, si no se tiene dinero, amigos, trabajo, quehaceres, distracciones, vida personal” (10).

          Su dimensión familiar y su personal manera de, ser en ella la define en pocas líneas, manifestando una vez más su sentido rotundo y unívoco hacia los demás: “He tratado de ser la menos estorbante de las madres. Y ellos son los menos estorbantes de los hijos. He cultivado el alejamiento que deja hacer hasta lo que no quiero que se haga. Mis hijos no son Yo.. El vientre materno sólo es encierro mientras el hijo no nace. Ya en el mundo ha de desprenderse. La sustancia de la vida de un hijo configura la capacidad generativa y dadora de la herencia. Pero, su encarnación, no es motivo para una salvaje propiedad” (11).

          La consciencia de haber vivido se enlaza de un modo irrestricto a la consciencia de lo que aún queda por vivir. Si la memoria es el reino donde puede habitar el todavía del ayer, la imaginación o la mirada prospectiva es la certeza de lo probable, del aún es posible. Los escritores —algunos de ellos— saben de anticipaciones en que la realidad se convierte en silueta acuciante. La palabra encarna entonces ese otro fantasma, esa otra manera del podría, pero ahora con carácter cercano a lo definitivo, porque el mañana tiene un sentido donde las cosas y los días anuncian una forma definitiva en su inminencia o en su edad remota.

          Mañana es el día cuando el hoy y el ayer, insertos en la memoria y en la significación, adquirirán la inconsútil unidad de lo que creció como dirección y sentido. La pregunta más o menos explícita, se sitúa entonces en la validez de lo vivido, en la aceptación de lo que ya es destino, porque la libertad cristaliza en la forma irrevocable de una existencia determinada. A estas alturas o a estas honduras, Pepita Turina nos entrega un último rasgo: el de su escritura como quehacer unificador.

          “Escribir es una necesidad desesperada. Sólo que al principio no tenía el léxico suficiente, ni amaba las palabras como las amo hoy, con el enriquecimiento del lenguaje y del pensamiento” (12).

          Así como se ha hecho multidialogante por la excesiva soledad, por el celo que la lleva a buscar y a nutrirse de lo sustantivo y de aquello “que no se quiere olvidar”, así como la escritura le ha conformado una existencia retirada, así también enfrenta el porvenir con un sentido de indisimulada tragicidad, pues aquello que debe obtenerse en el mañana ya está teñido —según su opinión— de improbabilidad cercana al imposible. Su sentido conclusivo le lleva a escribir: “No creo ser materialista, pero nunca me ha interesado el más allá, sino el más acá: los días, los minutos, los segundos de esta vida. Y en esta, considero que ya no tengo futuro. El anatema de lo que me queda por vivir es que ya TODO ES DEMASIADO TARDE” (13).

          Tal vez si así lo sea; quizás si sus razones sean insuficientes; a lo mejor lo que le queda por vivir sea un todavía breve pero más fecundo. No se puede determinar lo indeterminado, la no presencia. Es verdad que se la puede suponer con más o menos exactitud, pero lo que siempre permanece es aquello de que habla Octavio Paz: “Si la muerte no tiene sentido, es que nuestra vida tampoco la tuvo”.

          (*) Agrupación Amigos del Libro. Comité de ediciones: Roque Esteban Scarpa, Carlos López Labarte, Carlos George Nascimento, Oreste Plath, Pepita Turina, Alfonso Calderón, Claudio Orrego Vicuña, Arturo Valdés Phillips. Ed. Nascimento. 1978, págs. 5-6.

(1)   Pág. 5.

(2)   Pág. 6.

(3)   Pág. 8.

(4)   Pág. 8.

(5)   Pág. 13.

(6) Pág. 18

(7) Pág. 23.

(8) Pág. 23.

(9)   Pág. 28.

(10) Pág. 31.

(11)  Pág. 33.

(12) Pág. 33.

(13)  Pág. 36.


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© Karen P. Müller Turina