LA
CIUDAD LLAMA
(Teatro
irrepresentable)
(1941)
No es sólo un relato de teatro irrepresentable en
que los mundos campestres y urbanos se oponen, se
contradicen y se niegan; además existen en él oposiciones
más profundas. En primer lugar, el pasado y el presente
representados por el padre y su hijo. Ambos tienen
los ojos destinados a ver lo que alcancen a descubrir
en la amplitud o escasez de un mundo en el que los
acontecimientos muestran actitudes y respuestas divergentes,
porque las instancias temporales revelan y provocan
efectos distintos, acentuados según sea el lapso en
el que se viva o muera más. Un segundo aspecto de
conflicto o de llamado reside en el deseo de uno de
los personajes en lograr una vida mejor, más justa,
más libre, asumiendo cierta actitud combativa para
lograr sus propósitos, motivo alegrador para el padre:
“Yo estoy muy contento, hijo. Tú luchas aún. Debemos
ir contra los que no nos quieren y nos niegan”.
Una
vez más se nos muestra al pensamiento como núcleo
valorativo de los relatos de Pepita Turina. Los personajes
dicen y es ello lo que atrae y envuelve con intensidad
a los otros aspectos. Por ejemplo, cuando el hijo
exclama su convicción optimista: “El egoísmo, el egoísmo
que es instinto, que es la vida que no quiere morir,
que no quiere desasirse. Es la satisfacción de entregarse
y de que se nos entreguen. Es el complemento de las
mitades que se juntan. Hay que estar unidos siempre”.
Lo
cierto de todo en este cuento está cimentado en la
pujanza del joven por acceder a nuevo estado, lo que
para ello le exige abandonar sitio, persona y usos
laborales y lingüísticos, todo lo cual provoca una
pena ostensible en su pro. genitor porque es un desligarse.
Pero más allá de la apariencia sentimental que pudiéramos
haber insinuado en lo anteriormente dicho, lo más
importante consistirá en cierta inevitabilidad de
la evolución de las edades del hombre en cuanto éstas
vayan asumiendo actitudes, valoraciones, destinos,
que hagan de los hechos una tendencia inexorable de
lejanía y peligro:
"Me
lo llevará. Es lo ineludible. Tiene que ser así. ¿Por
qué tiene que ser así? Antes los hijos no se iban
nunca de nuestro lado. Antes era todo más bonito,
más tranquilo. Mi padre, sus huertos frutales; mi
madre, las largas caminatas por las alamedas…"
No
obstante todo el reconocimiento de la situación y
de ese “hicieron bien en irse”, la duda y el temor
avivan en el padre sentimientos de constancias previstas
dolorosamente: “Mi
hijo es bueno, los quiere… El los ayuda, los defiende,
los cuida. ¿Por qué habrían de matarlo? ¿Pero quién
cuidará de él, quién cuidará a mi hijo de las asechanzas
de los perversos? ¿Estos? Ellos no, eso nunca, éstos
nunca, éstos nunca…“
La
ciudad llama quizás si para dar una vida que habrá
de engullir tarde o temprano a sueños y labores de
los hombres más honestos.
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