Cuentos
Pepita
Turina
EL
ÁRBOL DE PIEDRAROSA
Cuento navideño
Revista
Mampato Nº 203, Año VI, Santiago de Chile, 12/12/1973
pp. 16-17.
Reproducido en la revista infantil “Remolino” (Suplemento)
Del Diario Las Últimas Noticias, Santiago de Chile,
Año I Nº 28.
Cuaderno Literario “Azor” XX, Nº 20, Ediciones Ronda,
Barcelona, España 1978, pp. 10-1
Diario el Rancagüino, Rancagua, Chile, domingo 17
diciembre de 2000 p. 20.
* Licencia de la autora la palabra piedrarosa la escribió
junta.
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Vivía
en una de las tantas islas que forman el archipiélago de
Chiloé. Pero en todas lo conocían. Era el mejor tallador
en madera de la región. Y en cada casa, en cada iglesia,
en cada escuela, había una imagen religiosa, pesebres navideños
con todas las figuras, desde El Niño-Dios hasta los animales,
los pastores y los Reyes Magos, figuras legendarias como
el Caleuche o la Pincoya, carretas, peces, embarcaciones.
Una
tarde, al desembarcar de su bote, con el cuál recorría otros
lugares, vio en la orilla una gran rama de un color nunca
visto hasta entonces. Como la corteza estaba mojada en partes
abierta, asomaba un color rosado que lo hizo imaginar la
piel de los recién nacidos y pensó que se prestaría maravillosamente
para tallar niños-dioses, ya que era el mes de diciembre
y se acercaba la Navidad, para la cual trabajaba muchos
nacimientos que cada año le pedían de todas
partes. Cogió la rama y la arrastró un poco
hacia adentro, para que se secara.
—Mañana
veré que hacer con ellas. Mañana—se dijo, contentísimo.
Al
día siguiente el tallador sacó sus mejores herramientas
para empezar a trabajar la hermosa rama que se había secado
tomando otros tonos más hermosos, más delicados. Cuando
se decidió a probar que el cuchillo el tipo de madera que
le había deparado la suerte, éste se dobló como si hubiera
tocado piedra y estuvo a punto de romperse. Sorprendido,
cambió el modo de enterrar el cuchillo, trató de levantar
la corteza y fracasó igualmente. Probó el formón, el mazo,
todas las herramientas que tenía, hasta el serrucho, y nada
pudo hacer con la extraña rama.
—Es
una madera de piedra-rosa —reflexionó. Todo el día no pudo
hacer otra cosa que intentar sacar aunque fuera la ramilla
más fina, y todo fue inútil.
En
la noche del 20 de diciembre se desencadenó una tormenta
de rayos y truenos. El tallador durmió toda la noche, porque
estaba acostumbrado a la inclemencia del tiempo, y el ruido
de la lluvia, el rugir de las olas del mar, los remezones
del viento y la luz de los relámpagos acompañando muchas
de sus noches. Pero, a la mañana siguiente, cuando se levantó
y fue hasta la orilla del mar, vio que la rama de piedra-rosa
había sido partida por un rayo se ha había convertido en
mil flores hermosísimas de un color rosa-tostado, que el
mar llevaba lejos de la orilla, flotando entre espumas
y que sólo unas pocas quedaban a su alcance, posadas en
la arenisca. Las recogió para integrar los pesebres que
repartiría por las islas. Y con el tiempo supo que a cuarenta
islas del archipiélago llegaron muchas de esas flores que
en la playa recogieron los niños, llevándolas para adornar
las iglesias, las escuelas, los hogares. Otras fueron conducidas
por el mar hasta los pies del árbol-madre de donde la rama
se había desgajado, porque todas las ramas-hijas se desprenden
del tronco materno y deben aprender a vivir solas, multiplicándose
a su vez por el mundo.
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