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Pepita Turina

CERCANÍA Y DISTANCIA DE DOMINGO MELFI*
Revista Atenea Nº 249, Concepción, Chile, marzo de 1946, pp. 323-324.

* Ensayista y periodista

          Al decir cercanía y distancia de Domingo Melfi no es que quiera referirme a la vida y la muerte. No. Solamente a su vida, en que estando cerca de él, había una distancia. En un segundo, como en años, Melfi podía estar con uno y parecía no estarlo. Había cautelosa distancia, invariablemente, dentro de todas las variaciones, al menos las que a mí de él me tocó conocer. Parecía que estaba cansado y que siempre estaba necesitando otra clase de vida. Caminaba, se movía y hablaba lento y su temperamento impresionaba en presencia, no en escrito, como de fiscal tranquilo, del cual no había que temer ninguna sentencia dura, pero que, como reo uno no dejaba de esperarla.

          Le conocí, le traté en cordialidad, y no puedo dejar de decir de él lo que he dicho, lo que iré repitiendo, porque así es mi recuerdo y mi verdad de él. Nunca su puerta de Director del diario a "La Nación" quedó para mí cerrada, tampoco su saludo me fue esquivado en la calle. Y lo sentí, como le sucedió a tantos, inteligente y lejano. Al leerlo se experimentaban enormes deseos de volver a él, creyendo poder encontrar cada vez la materialización de sus escritos, porque leerlo reconciliaba siendo que lo inconciliable permanecía. Hasta en algún artículo periodístico, de simple crónica sobre un crimen cualquiera, se encontraba el hombre de meditación, la sobriedad, el estilo, la comprensión más justa, el rango, más que ameno, profundo y atrayente.

          La biografía de un hombre no es más que su deformado espectro. Si él pudiera estar tras de nuestras líneas y leerlas a medida de su hilación, las iría tarjando, siempre convencido de aquel "ese no soy yo", o "ese no fui yo", y tendría y no tendría razón, porque ese yo que ven nuestros yos, son las captaciones simples y desconectadas de una vida en su ritmo completo, llena de resonancias y de transiciones, absorta en los sentimientos propios, reflejada en los espejos interiores, y no la silueta ocasional de las apariencias, en que cada ser se refleja conformado a las distancias y a las interpretaciones. También se equivoca el propio ser, tanto se equivocan ellos como nosotros. Sí queremos tener una medida de la insignificancia del saber humano y de la pobreza de los medios de expresión, tratemos de hacer una autobiografía o una biografía, o siquiera un simple y exacto recuerdo.

 


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