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Pepita Turina

LA DELICADA Y ARMONIOSA KATHERINE MANSFIELD.
Diario el Imparcial, Santiago de Chile, domingo 11/9/1949

          Elegí un tema: Katherine Mansfield. Este tema no me pareció sencillo, porque tenía la conciencia de la que la lectura de sus relatos habían dejado en mí poca huella.

          Había empezado a saber de Katherine Mansfield sólo a leer lo que André Maurois escribió de ella en "Nueve Maestros Ingleses". Su nombre, por ciertos detalles de su vida y de su manera de escribir se me hizo inolvidable, pero no la busqué. Y en casa de un amigo de lecturas poco selectas encontré por primera vez, entre los libros rezagados y no gustados, algo que no logró interesarme hasta el punto de sostenerla en mi recuerdo como una escritora inglesa predilecta.

          Después de esa primera lectura, creí haberla olvidado y no era cierto. Katherine Mansfield en verdad se había apoderado de mí,

          En un pequeño rincón de anaquel cabe toda su obra. Su estructura espiritual es ingrávida, tal como fue la física. 34 años como ella los vivió, no pesan sobre la tierra.

          Un Octubre la vio nacer en Wellington, capital de la colonia inglesa en el Pacífico llamada Nueva Zelanda. Era pues australiana. Su nombre quedo inscrito como Kathleen Beauchamp. Su tiempo escolar se desarrolló en la escuela primaría de una aldea. Le gustaba la música y más tarde aprendió a tocar el violoncello. Por perfeccionamiento de estudios fue enviada a Londres. La gran ciudad le gustó a tal punto que ya sólo el pensamiento de volver a los pueblos australianos se le transformaba en una rebeldía. "No le tengo apego al mundo, pero Londres es la vida" — confesaba ardientemente.

          Fina delicada, con ojos y cabellos obscuros y la tez marfileña, llevaba en sí la belleza de lo frágil. Cuando llegó el despertar del amor, cometió una equivocación de inexperiencia y juventud casándose con un profesor de canto a quien no pudo menos que abandonar pronto.

          El que iba a ser su compañero bien elegido llegó a ella por medio de una carta no amorosa. Era escritor y le solicitaba colaboración para una revista literaria.

          Llevó junto a él una existencia sin nada de artificio. Viajó algo acuciada por la búsqueda de clima para su tuberculosis (Suiza, Italia, el mediodía de Francia). Y en una extraña colonia teosófica que habían fundado unos rusos en Avón, cerca de Fontainebleau, vivió un corto tiempo; el final. Su última apariencia física es para John Middleton Murry, su marido, tan  hermosa  que parece irreal.

          Empezó a escribir. Podría decirse desde siempre; junto con el tiempo escolar. Ya a los 18 años, en una autobiografía de cuatro líneas confesaba: "Tengo 18 años y principios tan livianos como mi prosa". MI PROSA. Hermosas palabras para quien puede decirlas, y a tan temprana edad.

          Pertenecía al rango de aquellos que no pueden permanecer sólo viviendo sus días y que avanzan, llenando la gravitación mental de lo que tiene que fluir hacia las palabras escritas. Pertenecía al linaje de aquellas que tiene algo más que el genio del tocador —arma de la coquetería femenina—.

          Su gracia de prestidigitadora poseía la varilla mágica que descubre una flor donde sólo hay una caja vacía. El mundo de su infancia no le abandona, y su estética tiene que servirse forzosamente de su personalidad espiritual. Ella no lastimó su estilo con ninguna retórica sabia. Se manisfeto en lo que tenía de más puro. Su preeminencia de miniaturista desperfila los contornos materiales en tal forma, que en ella el oficio de escribir fue solo el equilibrio de los elementos que admitían su emoción. Creía en la verdad, iba en su  búsqueda aún sabiéndola poco asequible. Y ordenó su mundo interior con una plasticidad comunicativa que apetecía sinceridad. Pero también sabía —su Diario íntimo, obra póstuma, así lo revela— que se puede llevar simple e inconscientemente la verdad, pero que para hacerla relucir en una forma literaria hay siempre un sacrifico, y allí se preguntaba por que tiene que dejar tanto de lo que sabe, fuera de lo que dice, porque no lo sabe utilizar, y revelaba que el estilo, manera de expresar, es siempre un esfuerzo en el cual cada uno trata de introducirse para revelarse antes de desaparecer.

          Sus recuerdos se difunden y se expresan en un lenguaje terso. Su prosa es acogedora y tranquila como un camino que conduce a una aldea. Era una jardinera de huerto familiar. Conoció una verdad y se rindió ante ella. Katherine Mansfield es la armonía para consigo misma y es el más allá de la conveniencia y lo artificial. Es la sensibilidad natural, libre, soberana, entregándose disgregada del mundo torpe. de las fuertes aventuras, de la fealdad. Creía poco en los problemas de la vida; les consideraba más bien una invención de los últimos tiempos, aunque su inteligencia no ignoró que hay un enorme mundo desventurado y problemático, y una constante lección de contrastes. Los críticos literarios, la encontraban demasiado sencilla. La forma estaba en su alma de perceptivas intimas y no de gigantes. Está allí, pasado, cuando ensueña, futuro, cuando adivina. Buscadora de bellezas, acaso fue una romántica perfectamente segura de si misma que se buscaba, que estaba buscándose, sin ningún gran problema, ninguna tesis, ninguna mirada a la importancia de lo no familiar.

          Su conciencia social sólo alcanza a la familia, a la vecindad, a la vida que la circunda. Sus escenas se desarrollan en la cocina, en el jardín, en la playa, en el dormitorio. Puede ser una niña que está comiendo su plato de porridge, una joven que sueña en el amor, una madre que prepara guisos. Sabe también dar vida a lo inanimado; a las casas, al sol, a los jardines. Los escenarios descritos "En la Bahía" son tan hermosos como los prefacios de "las Olas" de Virginia Woolf.

          Tenía dotes sobrenaturales para la significación de los auténticos sucesos y la virtud de un fuerte influjo en pocas y simples palabras. Naturalmente humana, preocupada del tiempo y su importancia, los momentos tienen para ella la magnitud de la eternidad, recogía lo pequeño, recogía en su prosa la vida doméstica, la vida de todos los días, su flujo y su reflujo. El pueblo donde transcurrió su infancia en el que se retrata en GARDEN PARTY. Los cuadros, las escenas lugareñas de sus relatos, en los que parte sin intimidad de la realidad hacia la belleza, de evocación en los cuales la familia Beauchamp —que es la suya —figura muy poco alterada. En esto representa la pasión de los ingleses por la autobiografía, tanto como por la biografía. El inglés razona menos que lo que experimenta. Es un enamorado de las experiencias que se viven y que se entregan. A los ingleses les gusta saber como viven, como visten, cómo se divierten las personas, más que lo que piensan.

          En Katherine Mansfield, su armonía de la belleza formada en estos elementos que gustan a los ingleses, impresiona como un ala batida sin esfuerzo, como un conocimiento procurado por el advenimiento, por lo que va tranquilo y no asombra, por lo que ha visto nacer y formarse a su alrededor todo eso y lo ha aceptado en su estética y se lo ha formado.

          Y la gloria le está todavía sonriendo en la cumbre de sus 34 años detenidos por su muerte física.

 


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© Karen P. Müller Turina