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Pepita
Turina
JEAN
COCTEAU Y SU TEATRO
Diario
El Mercurio. Santiago de Chile, domingo 12 de enero de 1941
“Para
arrojar luz sobre el arte contemporáneo hay que iluminar hasta la
transparencia la figura de Cocteau” prologa Ramón Gómez de la Serna
en la versión castellana de “Opium”.
Tras
de Apollinaire y de Ronsard, poetas, asoma el rostro
adolescente de Jean Cocteau, el niño prodigio de París,
que escribió buenos versos a los ocho años y a los
quince ostentaba con orgullo su celebridad parisina.
Los
ojos atónitos de una promoción de postguerra percibieron, los primeros,
el arte que había nacido del descalabro en espíritus privilegiados.
Reflexionando
sobre las actuaciones de la inteligencia de Jean Cocteau, se deduce
que su caso no entró de lleno en las en las explosiones dadaístas.
El
movimiento Dadá vivió unos pocos años de postguerra. Y esos pocos
años bastaron para multiplicar los campos de entrenamiento de los
escritores jóvenes, ávidos de evadirse de normas estáticas. La juventud
estaba efervescente. Y Dadá fué una copa de cristal muy sonoro hasta
bullanguero en que burbujeó un picante y sabroso licor literario.
El dadaismo fue un movimiento cultivado en formas cumbres solamente
en los idiomas francés y alemán. Pero tuvo un desdoblamiento internacional.
Llegó a tener culminaciones elogiosas y dignas de preocupación.
Poco a poco los atrevimientos fueron menos fervientes y los
espectadores —amigos y enemigos— menos desenfrenados. Y Eugenio
D’Ors hizo escuchar sobre esto las más acertadas palabras: “En el
circo los clowns que ruedan sobre las alfombras constituyen un intermedio
nada más, y es inútil prologarlo. Después el público pide siempre
números de fuerza”.
Inmiscuido
en las efervescencias de arte nuevo, capitaneándolo tratándose o
no de Dadá— Jean Cocteau, “portavoz” o portaestandarte”, produce
el espectáculo increíble de un conjunto de cualidades. Desconcierta
y entusiasma fabricando críticas teatrales, musicales, pictóricas,
creando películas cinematográficas o modelos de vestidos, haciendo
de actor, produciendo como dibujante, como poeta, como novelista,
como dramaturgo.
Frecuentador
de públicos escogidos, arbitro de modas, habitué de bares y restaurantes
finos, enamorado de refinamiento, desprejuiciado y sin embargo escrupuloso,
se desenvuelve anárquico y armónico, fantasmagórico, inestable.
Hombre mundano, hace de su vida un espectáculo permanente, un espectáculo
atrayente de ilusionista. Con una sagacidad encantadora, formula
para la poesía y para la música grandes leyes de purificación y
de desnudez.
Posee
con esplendidez una abracadabrante originalidad. “Es más fácil pasearse
en torno de su espíritu que penetrarlo” —asegura Ribadeau Dumas-—Su
admirable emotividad de poeta, entre el modernismo, el snobismo
y su veinte mil poses, enciende mechas de fuegos artificiales y
aborda problemas trascendentes. Su manera de vivir y de crear no
es pose. Y aunque fuera pose no es solamente pose. Aplausos, escándalos,
incompresiones demoledoras le han salido al encuentro. Su sonrisa
mundana herida por esta metralla ha persistido sobre su faz de "adolescente
perpetuo” aunque hoy bordee los cincuenta años.
El
error de los públicos ha sido creer que se enfrentaba con las obras
de un pensador. En sus obras se han entrometido los técnicos del
teatro a enmendar los errores de tecnicismos a quien ha tratado
de expandirse tangente a la tecnología rozándola, apenas lo suficiente,
con una gracia alada. Y aquello que Jean Cocteau ha dilucido como
“fatiga intelectual”, para justificar el arte moderno, Cocteau también
lo deriva, confesando que “el Gallo y el Arlequín” (libro de crítica
musical), nació de una fatiga de sus oídos, como aquella celebre
“Carta a Jacques Maritain”, brotada de su segundo retorno al catolicismo,
nació de una
fatiga de su alma.
Jean
Cocteau ha obtenido sonados triunfos en el teatro, adaptando a la
escena mitos helénicos, leyendas medioevales, remozando a Shakespeare
en “Romeo y Julieta”, haciendo lucir dramas antiguos con atrevidas
presentaciones moderna como “Edipo-Rey” y “Los Caballeros de la
Mesa Redonda”.
Él
ha llamado a su teatro “Poesía del Teatro”, a sus novelas “Poesía
de Novela”, a sus críticas "Poesía de Crítica" a sus films
“Poesía Cinematográfica”, a sus dibujos “Poesía Gráfica. “La poesía
es al arte como la gracia a la vida moral”, escribió en una carta
Maritain, Y en respuesta el filósofo le hizo ver que comprendía
el ejercicio trágico de su vida de poeta.
Los
proscenios de Chile conocían hasta ahora el teatro de Cocteau solamente
asomado en el melodrama “La Voz Humana”. Al presente, Lola Membrives
nos ha entregado esa obra cuyo título es “Los Padres Terribles”,
superación teatral en medio de ese repertorio archiconocido que
integra su temporada.
“Los
Padres Terribles” ha constituido la entrega de ese teatro eufónico,
óptico, mímico, poético, polémico, que transmite el privilegio de
las disensiones en un triple triángulo amoroso, donde los héroes
(yuxtapuestos en torno a una madre, arquetipo freudiano del amor
materno sexual que se siente rival pospuesta ante la amada de su
hijo) están acribillados por el destino ventajoso de una concepción
de dramaturgo, que mintiendo dice la verdad y su verdad.
El
hilo conductor de ese mundo alucinante, ostenta orden, en cierto
modo desordenado, que destruye las tramas unilaterales. La estilización
de los personajes, en ningún momento es disparatada; trae a la memoria
aquello de “el clasicismo interior del circo” y aquello otro de
“la estética de la cuerda tensa”; frases aplicadas al arte de Cocteau.
Desde
esas comidas semanales en París, en el París francés de antes en
que se reunían los grupos de la bohemia nueva, o desde la elástica
encrucijada de sus diversos libros, quiero enarbolar alguno de esos
pensamientos filmicos a manera de semáforas, por las que hemos de
comunicarnos mejor con este capitán, predigistador de costas distantes.
Erik
Satie, el músico, pregonaba que los verdaderos artistas eran aficionados.
Y Cocteau, opinó que eso era exactamente la definición que da el
diccionario Larousse: “que aman la poesía sin hacerla profesión"
De
lo que Cocteau afirma de Baudalaire se podría decir de él: “presenta
arruga, pero conserva una juventud asombrosa".
“Yo
soy un mentiroso que dice siempre la verdad”.
“Las
obras geniales requieren un público genial que las comprenda”.
“Las
personas se burlan del genio porque no pueden conmoverlas".
“Los
admiradores no cuentan. Es necesario haber transformado, por lo
menos, un alma de arriba abajo”.
“Detesto
la originalidad. La evito lo más posible. Hay que emplear una idea
original, con las mayores precauciones para que no parezca que lleva
un traje nuevo".
“He
dibujado siempre. Para mí escribir es dibujar”.
“Nada
más anormal que un poeta se asemeje a un hombre normal”.
“La
sabiduría consiste en estar loco cuando las circunstancias valen
la pena de estarlo”.
“Los
lienzos de Picasso le han nacido de ataques de rabia contra la pintura".
“El
único estilo posible es el pensamiento hecho carne”..
“Un
escritor desarrolla los músculos de su espíritu. Este entrenamiento
no permite ocios deportivos. Requiere sufrimientos, caídas, perezas,
flaquezas, fracasos, fatigas, penas, insomnios, ejercicios opuestos
a los que desarrolla el cuerpo”.
“Los
seres singulares y sus actos sociales constituyen el encanto de
un mundo plural que los expulsa.”
“El
espacio desempeña un poco el papel del tiempo. Es ya una perspectiva.
Un extranjero que juzga nuestro carácter por nuestra obra no juzga
mejor que los que nos rodean, que juzgan nuestra obra por nosotros.”
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