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“¿QUIÉN
ES QUIEN EN LAS LETRAS CHILENAS?”
Pepita
Turina
Revista
Atenea Nº 437, primer semestre Universidad de
Concepción, Concepción, Chile, 1978. pp. 226-
232 |
Ser
escritor es un destino que se encuentra entre todo
lo demás que se busca. Lo "demás" es
para el hombre el imperativo del "ganarás el
pan…" y para la mujer, serás hija, esposa y madre,
y después, en el tiempo que sobre, serás escritora.
Si en el transcurrir del hombre, en sus resultados
se dice: “Cherchez la femme”, en el de la mujer
lo más acertado es decir: “Cherchez l’omme et les
fils”.
QUE
SOY, QUE NO PUDE SER, QUE NO QUISE SER, podrían llamarse
las autopresentaciones —publicadas por Nascimento
y Pacífico— en que algunos escritores chilenos se
definen por silencioso escrito, posteriormente a que
dando a conocer su voz y su estampa física, lo han
hecho en el Museo Benjamín Vicuña Mackenna de Santiago,
auspiciados por la Agrupación Amigos del Libro que
comanda Oreste
Plath.
La
característica esencial es que todos han rezumado
bastante sinceridad relatando su infancia, su crecimiento,
probando y sacándose indumentarias hasta encontrar
la propia, la que se ciñe al cuerpo transubstanciando
el alma, la que forma parte de la piel, tan ceñida
a ella que vistiéndose desnuda, dando el verdadero
contorno.
Los
procesos y los experimentos han sido presentados tal
como son —no giratorios— porque nada ni nadie vuelve
a lo que fue y cada mudanza tiene otras transparencias
que forman el diorama de cada vida, diseñando la individualidad
irrepetible.
Con
toques realistas, cada escritor delata su intimidad,
aquella que no asoma en la crítica literaria que hacen
los demás, ni en las entrevistas, menos porque los
hechos aquí relatados se consideren secundarios, más
porque son poco indagados creyendo que no interesan
a nadie.
En
los ¿Quién es Quién? el escritor se inquiere a sí
mismo, destacando lo más virginal Abiertas de par
en par las ventanas, vemos primero asomar a un niño
y enseguida el crecer de ese infante transformándose
a medida de los acontecimientos, en medio de los errores
propios y ajenos, las obligaciones, las condiciones
latentes y ambientales.
Nada
más atrayente que las autoconfesiones, que las memorias
y los diarios íntimos. Desde Amiel a Malraux, desde
las cartas personales que se compran a buen precio
para hacerlas públicas, desde los literaturizados
recuerdos de Proust atrapando el tiempo perdido y
minuciosamente recuperado, hasta las escuetas confesiones
de una hora de los escritores chilenos, que sintetizan
en menos de 10.000 palabras las miríadas de segundos
vividos, es apasionante comprobar que se han abierto
pliegues recónditos, levantando cortinajes ocultadores,
para que nuestra curiosidad descubra las significaciones.
ROQUE
ESTEBAN SCARPA.— Su experiencia es que
nadie le pidió que escribiera. Y ya a los ocho años
de edad, en su Magallanes natal, pergeñó los primeros
poemas. Esos versos lo iniciaron en la denominación
futura más auténtica: poeta e investigador literario.
Pero, cuántos otros títulos de responsabilidad rimbombante
se le asignaron después en la capital de Chile: Director
de Bibliotecas, Archivos y Museos, Académico de la
Lengua, Catedrático y Decano de la Pontificia Universidad
Católica. Largos o cortos fueron igualmente desviadores
de la espontaneidad. Desde sus senderos de infancia,
hasta los caminos pavimentados de oficialismo, siempre
supo hacer altos, detenerse e introducirse en la desviación
elegida. Ahora sabe quién es entre lo demás que ha
sido.
MIGUEL
ARTECHE.— Sobrino de cura, alguien afirma
hasta hoy que tiene mucho de sacerdote. Sin embargo,
entró en la categoría de lector a los siete años,
nada menos que con “Las flores del mal” de
Baudelaire. ¿Quién dijo que había que escribir literatura
infantil para que leyeran los niños? En 1946 entró
como estudiante de Derecho en aulas universitarias
y allí bostezó y se aburrió. Durante doce años trabajó
en el diario “El Mercurio” en un “cargo secundario
o mejor terciario” y allí supo de la indignación
de cierto gerente general, porque escribía versos.
Y como siempre fue pobre y los cargos que tuvo y que
tiene le alcanzan apenas para la subsistencia, aconseja
a los jóvenes poetas: "Trabajad, hijos míos,
en los más diversos y variados oficios, que es lo
único que los ricos no hacen…"
GABRIELA
LEZAETA.— Cree que fue una niña precoz,
en sus tres edades: la física, la espiritual y la
emocional. Llamada por muchas vocaciones escuchó algunos
llamados y enlazó la trama de su vida con variables
nudos. Agradece a sus antepasados lo que pudo haber
heredado. Y le parece que para la creación literaria
llegan voces ultraterrenas. Quiso estudiar medicina
y en vez de eso se “graduó” con notas sobresalientes
en la profesión triple de dueña de casa, esposa y
madre. Esperó a que crecieran sus hijos y entró a
la Escuela de Bellas Artes a amasar greda. Mientras
tanto, en horas muy tempranas (de 5 a 7 de la mañana)
terminó una novela. Se dedicó con éxito a ser concursera
literaria, a ganar premios y a conocer entonces
las ingentes dificultades editoriales, que hacen sufrir
por igual a los buenos y a los malos escritores.
MANUEL
FRANCISCO MESA SECO.— De familia religiosa,
con muchos sacerdotes y monjas, orilló su infancia
campesina en los alrededores del río Maule. Creció
en la autenticidad y la dicha que da la tierra, cercano
a los pájaros, a los animales, inmerso en el paisaje
de la zona central de Chile. Hasta hoy, distanciado
de la gran ciudad, asoma por ella nada más que en
busca de ciertos contactos inevitables. Abogado en
ejercicio, ex regidor por Linares, se ha desenvuelto
muy bien en desempeños públicos y privados. Pero,
el más adecuado título es "progenitor"
(es padre de 12 hijos de carne y hueso y otros
tantos de papel). Para ser criador y creador de tal
naturaleza, los recursos económicos no han venido
de los libros. Ellos han sido otros tantos hijos para
quienes hay que abrir los bolsillos, no para
que en ellos entre dinero, sino para que se derrame.
CECILIA
CASANOVA.— Reacia a los colegios, sus recintos
tristes y los deberes escolares, pasó por ellos imaginando
“lo hermosa que sería la vida si no fuera por el colegio”.
A los 15 años comenzó a estudiar canto y rápidamente
llegó a desempeñar papeles en operetas y óperas. Ya
alejada del canto, tomó clases de actuación teatral,
representando algunos roles en las puestas en escena
del Teatro de Ensayo de la Universidad Católica. Aparte
de todo eso y entremedio de las preocupaciones de
ser dos veces esposa y cinco veces madre, ascendió
a la profesión-no-profesión de escritora, demostrando
una vez más que para ostentar tal título los colegios
y las universidades están de más, que los diplomas
sobran y que el Estado se ahorra los gastos para equipar
a un ciudadano, o ciudadana, a que forme parte activa
y muchas veces descollante de un país.
FERNANDO
GONZALEZ-URIZAR.— Si la mayoría de los
escritores considera que las matemáticas son detestables,
González-Urízar demuestra que son afines con la música
y la poesía. El álgebra y la geometría entran en sus
preferencias. ¡Cuántas cosas eligió y cuántas desecho!
Junto con “borronear los primeros atisbos de poemas”
amó los sones de la cítara, del plano, hizo esculturas
de yeso y de jabón, talló en madera, dibujó a lápiz
y a tinta. Ya adulto, y todavía insatisfecho, busca
y rebusca. Canta y compone canciones, ingresa a la
Universidad y sigue arquitectura y leyes, incursiona
en radioemisoras como actor y libretista. Entre tantos
años “duros, ricos, sordos, hondos, baldíos”, su
vocación más profunda y sempiterna es la poesía, el
faro que lo salvó de todos los naufragios.
JULIO
FLORES.— Creyendo o no en la Astrología
dice que su signo —Capricornio— lo clasifica con sus
características: trabajo y esfuerzo. Procediendo de
pescadores, desde pequeño conoció y amó el mar y sus
faenas. Al morir su madre y al contraer el padre segundas
nupcias, su felicidad se trizó. Teniendo apenas doce
años abandonó el hogar. Trabajó en lo que fuera. Y
al tomar un empleo de mozo en la casa de un rico alemán,
ocurrió que allí la biblioteca del patrón encendió
su mente. Más tarde pasó a la Marina de Guerra y por
20 años recorrió la costa de Chile. Fuera de la “Universidad”
del mar, entró a una de verdad para seguir una carrera:
odontología, elegida por compatibilidad con el servicio
naval. Entonces, definitivamente, nació su otro Yo.
Poeta, prosista, ensayista, redacta incansablemente
lo que sus sueños y sus realidades le dictan.
ANTONIO
CARDENAS TABIES.— Del insólito archipiélago
de Chiloé surge el más legendario de los escritores.
En ese inhóspito clima, las leyendas envuelven las
mentes rudimentarias, en ese mundo mágico, donde habitan
hombres “mudados”, “alumbrados”, “encaleuchados”,
el escolar, hijo de analfabetos, aprendió a leer por
milagro, según las creencias de sus mayores. Su madre
estaba segura que sólo podía hacerlo sacándole al
pajarillo “pilque” la cola de la memoria, para dársela
al hijo. Esta madre, relatándoles fantásticas historias,
que para ella no eran irreales, avivó la imaginación
de sus hijos. El joven Cárdenas, después de trabajar
en un sinfín de cosas, ingresó a la Escuela Normal
y se recibió de profesor primario. A pesar de los
nulos contactos literarios de comienzo, nació el escritor
y encontró esas horas esquivas que se dan sólo a ratos,
para destacarse y figurar en el cuadro de honor de
los narradores zonales.
JAIME
QUEZADA..— Uno de los más jóvenes entre
los ¿Quién soy? Le faltan todavía los menesteres
que tendrá que desenvolver, a pesar de sí mismo, para
conservar el lujo anexo de la poesía. Fue un escolar
sobresaliente, de buen entendimiento y mejor conducta.
Esas cualidades no han sido mayormente utilizadas.
La serie de iniciaciones fueron un “cuasi”: (antropología,
periodismo, derecho, arte). Lo más cierto es que ama
el ocio y la poesía y ha hecho como un voto sacerdotal
de renunciar a cualquier otro destino. Para comprar
papel, calco y costear el franqueo que exige el
envío de un poema a un concurso, empeñó su reloj despertador.
Para editar su primer libro tuvo que vender su bicicleta.
Escribe parapetado en ayunos y abstinencias, de pobreza
vocacional absoluta. Desde allí mira los afanes ajenos.
Y está en paz consigo mismo.
EMMA
JAUCH.— Hija de alemán y chilena, se sintió
siempre más chilena que alemana. Su sorpresa de lectora
incipiente la recibió al saber que una de sus tías
era personaje de un cuento de Mariano Latorre. Dedicada
a estudiar para profesora de Historia y Geografía,
porque el profesorado o la casa era el destino ideal
para las mujeres de su época, encontró, por azar,
a quien pudo cambiarla a la asignatura de Dibujo y
Caligrafía. Allí conoció a Pedro Olmos que después
fue su marido. Pintora antes que escritora, supo al
mismo tiempo que quería escribir, pero le costaba
aceptar que la rapidez de la imaginación sufre importante
mengua en la lentitud de las manos que escriben. De
los matrimonios que demuestran la perfección del mecanismo
humano formador de pareja, se destaca el de estos
artistas. Ella dice: “Emma Jauch, esposa y compañera
del pintor Pedro Olmos, y todo lo demás por añadidura”.
CARLOS
RUIZ-TAGLE.— ¿Quién podría ser yo? —se
pregunta el autor comenzando. Y a continuación asegura
que es un escritor de domingos, el día que se deja
de ser lo demás y se es lo que se debe ser. Es un
ingeniero agrónomo que no escribe literatura agronómica,
sino por el contrario dice que “el campo, lindo lugar
sólo para veranear, donde toda novedad es fatalidad”.
Lento para leer y para escribir, demora sus publicaciones
por razones propias y no tan propias. En suma, no
sabe quién fue y tampoco quién es, pero sabe quién
le gustaría ser: un peluquero que recita versos a
sus clientes y que cobra una minucia por sus servicios,
que no tiene ambición de dinero y que goza con la
espiritual mediocridad de sus preferencias poéticas.
¿Le creeremos a Carlos Ruiz-Tagle que le gustaría
ser Don Uberlindo?
ALICIA
MOREL.— En el relato de su infancia, de
su crecer, recordado mágicamente, no está el dramatismo
de las renuncias. Entre una maraña de preocupaciones
y deberes extras, que vienen de haber sido la mayor
de una familia de siete hermanos y de haber formado
ella después otra igualmente numerosa, tuvo que replegarse
y soportar distanciamientos entre caracteres tan dispares.
Los libros que leyó la apartaron y la salvaron de
arrastrarse sobre otras realidades. Leyó ansiosamente.
Los tíos y las tías le regalaban libros sabiendo su
predilección. La primera obra infantil que escribió
le brotó espontánea. No se ha limitado solamente a
ese género, pero sabe que su facilidad está en él.
Se pregunta “si todo el arte no nace de un juego de
algunas personas especialmente dotadas para transmutar
la realidad dolorosa, los hechos crudos, en creación,
entrando a esa misma realidad que se rechaza, por
otra puerta”.
MARIA
SILVA OSSA..— Sencilla heredera de una
familia ilustre, nieta de José Santos Ossa, descubridor
del salitre, conoció casas pertenecientes a su abuela
materna, con pianos, alfombras y otros lujos, sólo
que recuerda a su abuelo con poco agrado, por retratos
enormes, pintados al óleo, que mostraban a un hombre
impecable, y a ella le “hubiera gustado verlo montado
sobre un burro, con la picota del minero al hombro
y calzado de ojotas”. Casada con el poeta Carlos René
Correa, otros ámbitos rodearon su desenvolvimiento
de poeta y de escritora de libros para niños. Madre
de siete mujeres, un hombre y abuela de once nietos,
lejos ya de la compañía de su hermano, el notable
dibujante Coré, con quien la unió una fraterna predilección,
y que murió en un accidente, considera que ha sido
perseguida por la muerte, a pesar de que en verdad
no la ha castigado el dolor atroz de la viudez o la
pérdida de algún hijo. Siempre ha colocado el amor
en el primer lugar de los valores humanos.
ISABEL
VELASCO.— Criada en el campo, entre agricultores
que posteriormente perdieron sus tierras, se hizo
mujer “bajo la protección del padre y tres hermanos
sanos, fuertes, intachables”, y está segura que desde
esa circunstancia viene su propensión al machismo,
encontrando que la máxima protección y compañía se
encuentra en el hombre. Confiesa que tiene “desgano
por luchar”, no obstante revela que junto con los
primeros amores vinieron inquietudes “por hacer, por
crear y aprender cosas”. Sintió “pasión por el ballet”,
se interesó por tocar guitarra y en ninguna de las
dos cosas dio fuego. Fue vendedora de alfombras, secretaria
de abogados, funcionaria de una casa de remates, asistente
social de una radioemisora. Se preocupa demasiado
por otros y rara vez encuentra los esquivos momentos
propicios para escribir. Sus tres libros demuestran
que su poesía es dramática, coloquial y denota angustia
y soledad.
JUAN
ANTONIO MASSONE.— Biografía de veintiocho
años solamente. Mucho que decir ya en tan corto lapso,
mucho por hacer. Lo que el tiempo le ha enseñado es
que somos uno y varios. Nieto de un juez de pueblo,
por vivir en frente de una iglesia encontró en ella
sus juguetes casi preferidos: “el alba, la casulla,
cíngulo y capa”. Perteneció a un grupo familiar bastante
desbaratado. Los padres agustinos, en el colegio religioso
en que se educó, fueron su más estable apoyo. Ingresó
al Pedagógico eligiendo la carrera de Profesor de
Castellano. En principio “no tuvo afecto por la Universidad”,
pero allí se convirtió en un lector ansioso, A los
once años de edad ya tuvo el agrado de ver publicado
“un pequeño trozo poético”. Su trayectoria sentimental
“ha tenido siempre un dejo tormentoso”. Ha “sufrido
cada despedida y cada desencuentro con la indecible
insatisfacción del ansia vulnerada”.
PEPITA
TURINA.— La secuencia se perdería si eludo
mi ¿Quién soy? Y para no cometer tal descabalamiento,
repito lo impreso en algunas de las 36 páginas que
lo forman: “Nací en Punta Arenas, en el primer cuarto
de este siglo, hija de padres yugoslavos (precisamente
croatas). El origen de mi apellido viene de Turinovocelo,
que quiere decir: pueblo de los Turina. Entre todo
lo que soy —o podría haber sido— lo más esencial es
que soy "escritora", sensitivamente,
emocionalmente, cerebralmente. Llegué a ser escritora
porque el ansia de escribir formaba parte de mi índole.
Sólo que al principio no tenía el léxico suficiente
ni amaba las palabras como las amo hoy, con el enriquecimiento
del lenguaje y del pensamiento”.
MARÍA
URZUA.—Aproximándose a la vida de María Urzúa
se hace evidente con qué dimensión estuvo ligada a
Gabriela Mistral. Las unió el hecho de que ambas fueron
expulsadas de sus colegios, por falsas culpas. Además
de haber sido por dos períodos su secretaria, Gabriela
la estimuló a que publicara su inicial libro de versos.
París la atrae. Lo conoció de paso en una gira de
grupo, que hizo como alumna del Pedagógico. Como Profesora
de Francés le otorgaron una beca para completar estudios
de Literatura Francesa. En 1977, le fue concedido
el Premio Anual de la Municipalidad de Santiago, en
la mención cuentos, y ese dinero le ayudó a pasar
cuatro meses en la capital de Francia. Su libro “Volvamos
a París”, refleja en el título su anhelo más permanente.
HUGO
MONTES.— Poeta, critico y educador no ve
“tres parcelas, sino otras tantas expresiones de un
mismo afán de verdad y amor”. Vive feliz en el mundo
de las letras y de sus alumnos. Mirar para atrás no
le entristece, aunque lo abrumaron “cinco años de
pesadilla” ejerciendo de abogado. Defiende lo prolífico
de su producción (ha publicado más de treinta
libros y algunos han superado las diez ediciones),
aduciendo que Lope de Vega y Calderón de la Barca
escribieron centenares de comedias, mientras que otros
alcanzan renombre con muy pocas entregas, lo que demuestra
que la jerarquía de lo que se produce no reside en
la mayor o menor cantidad de páginas. Entre sus recordaciones
de viajes asoma de España “Un retazo de piedra y pradera”
y de Alemania “La posibilidad de vivir solo y en silencio”.
NICOLAS
MIHOVILOVIC.— Es uno de los “muchos magallánicos
que escribieron, escriben y escribirán”. La sustancia
del recuerdo de sus años escolares es la que prima
en este jovial compendio de las vicisitudes de su
acontecer. Desfilan uno a uno los colegios en que
estuvo, y las características principales, junto con
el daguerrotipo de ciertos profesores. Lo primero
que hizo, literariamente hablando, fue un soneto dedicado
a una niña que le gustaba, y por él se convenció de
que la poesía clásica no era su fuerte. Obligado a
otros desempeños, sus actividades literarias quedaron
rezagadas. Recién a los 50 años estrenó su título
de novelista. Viviendo en Santiago desde 1953, permanece
invadido por la geografía y los genuinos contactos
magallánicos. Los escenarios de sus tres libros representan
la zona más austral del mundo: ciudad, pampa y mar.
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