Juan
Antonio Massone del Campo
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Discurso
en el Crematorio del Cementerio General el 3 de marzo
de 1986 |
A
menudo las miradas se contagian de apariencias, creyéndolas
completa realidad. Corrientemente uno está dispuesto a darse
por satisfecho con sus rutinas y hábitos, teniéndose por lúcido
en menguados alcances de los talentos recibidos. Sucede que
cada quien suele presumir de alguien que se conoce y, con
la soltura y liviandad, arriesga decires para este mundo y
el otro. Todos o casi todos nos sentimos inclinados una vez
y otra a esa actitud autosuficiente, sólo que la realidad
desborda, sorprende en su variedad; ofrece zonas inesperadas,
súbitas desconocidas que descolan o anonadan.
El
vivir como el morir nos sorprende en cada persona como cifra
único. Sobre todo el morir. En tal trance uno quisiera volver
atrás, desmentir los hechos con el propósito de eternizar
la vida en las formas de este más acá; y se confunde tanto
la percepción como el juicio al forzar asimilaciones de lo
permanente respecto de lo transitorio. Al olvidar amargas
verdades de lo que cuesta vivir, hasta se pretende de los
demás alegres permanencias como si les facilitara, en algo,
la dura brega de sus días. Parece más recomendable otra actitud,
puesto que ante los hechos más naturales e íntimos de la vida,
sólo cabe afecto, comprensión y una plegaria
¿Fatigaremos
a los familiares de Pepita Turina con una relación de obras
y de cualidades de escritora en este momento? ¿Insistiremos
en nuestra vinculación a ella para atestar una efímera importancia?
¿Lamentaremos lo sucedido como seres apenas empinados sobre
la animalidad?. O, finalmente, ¿olvidaremos que a los verbos
humanos de vivir y morir se les depara una misteriosa significación
de integralidad, oculta por ahora, en este universo de lo
que aún somos?
Quizás Pepita Turina no se percató que multidialogaba con
Dios en esas apariencias y fragmentos de lo real que ella
supuso exclusivos de la razón humana. Tal vez no se dio cuenta
de que a los seres humanos—aun en la oscuridad— les alcanza
una animación de latidos que amanece, aquí o allá, en un alba
cierta. Acaso su espíritu perfeccionista y riguroso no supo
disfrutar de la profunda belleza y verdad sitas en lo más
sencillo. Con todo, se esforzó honradamente en aportar lo
que ella sabía, y de cuanto fue descubriendo y seleccionando
de sus lecturas y observaciones. En esa responsabilidad efectiva
debiéramos comprender un gran gesto fraterno como lo fue la
entrega de la quintaesencia de cuando, a su juicio, debía
ponerse en claro y defenderse.
Se
puede estar triste, y con razón, pero la tristeza no agota
la esperanza; no puede el ánimo atribulado desdecir el amanecer
cotidiano. La turbación es más bien la distancia que media
entre los hechos sorpresivos y la aceptación que de ellos
nos hacemos lentamente. Ese estupor que embarga paraliza;
muestra la indefensión que nos
acomete
entre el brusco declinar de las circunstancias y el lento
albear del espíritu. Probablemente los ojos habituados al
cuerpo se revelan impotentes ante el sutil aire vivificante
del alma que se aparta.
En esta tarde Pepita Turina nos reúne para que cada uno, desde
el ángulo personal del afecto y pensamiento, dialogue con
ella. Es éste el mejor multidiálogo que podemos ofrecerle,
porque está escrito en silencio de ecos y memorias. Pepita
Turina ya habrá descansado del peso oprimente de sus dolores.
En ese otro vivir a que se nos llama, no son precisas argumentaciones
ni forcejeos anímicos, por el contrario, se nos ha dicho que
es encuentro pleno en los brazos de Dios. En vista de esa
promesa quiero recordar aquí las palabras de San Pablo: "Y
cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad
y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: La muerte ha sido devorada
por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el
pecado; y la fuerza del pecado la ley. Pero, gracias sean
dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo".
Pepita Turina, ya nos veremos en plenitud.

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