“Dejó
Punta Arenas a los cinco años: Escritora Pepita Turina volvió
a su tierra natal”, tituló ese día el periódico. (1)
En
efecto, aunque luego residiera por largas décadas en Valdivia
-donde comenzó a escribir- y finalmente en Santiago -donde
proseguirla haciéndolo-, nunca negó u ocultó su condición
de magallánica. Más bien -ya lo apreciaremos-, se enorgullecía
de ella. El lapsus en que algunos han incurrido al calificarla
como “escritora valdiviana” es por entero ajeno a su propia
responsabilidad.
Es
cierto, sí, que, a falta de una temprana experiencia del paisaje
vernacular a una edad consciente, sólo entonces, en 1976,
descubrió físicamente su terruño con toda su fuerza y toda
su belleza, de lo cual dejó hermosa constancia escrita. (2)
Simultáneamente,
con la claridad analítica y la franqueza que la caracterizaban,
precisó que era una escritora no regional, en el sentido de
no ambientar en Magallanes sus creaciones.
¿Implica
ello que sea irrelevante su origen en Punta Arenas? Pudo serlo
desde el punto de vista de los lugares en que residiera durante
la mayor parte de su existencia, pero no así en lo atinente
a su sustrato espiritual y a la expresión que le diera en
su obra creativa. Ella estaba nítidamente consciente de esa
fuerza: “Veinte años viviendo en Valdivia, donde nací literariamente,
y cuarenta en Santiago, no me hacen valdiviana ni santiaguina.
El lugar donde se nace es como la patria: no hay más que una
sola ... Nada ni nadie puede quitamos la condición, por fortuita
que sea, de pertenecer al punto geográfico de esta esfera
terrestre y celeste que rueda por la magnitud del Cosmos”.
(3)
Las
tierras patagónicas se caracterizan por la majestuosidad única
de su naturaleza y por el rigor de su clima. Durante mucho
tiempo, también por su aislamiento en relación con el resto
del país. Es comprensible que, hasta hace cuarenta o cincuenta
años, cuando la aviación comenzó a obviar esta última limitación,
sus escritores -principalmente los narradores y los dramaturgos-
se esmeraran en darlas a conocer a través de sus obras, lo
que, por lo demás, ha dejado más recientemente de ser su impronta.
Pero
Magallanes es, no menos, la singular fragua en que se acrisoló
un admirable proceso de integración cultural, con significativos
aportes de inmigraciones internas y externas. Y ello, paralelamente,
favorecido sin duda por el trabajo interior a que invitan
sus rigores metereológicos, incentivó en sus hijos cultores
de la pluma -sobre todo, en los poetas y en los ensayistas-
la exploración de las temáticas universales.
Se
da así la paradoja de que el escritor magallánico pueda serlo
lo mismo por su regionalismo que por su universalidad. (4)
No
cabe duda de que el caso de Pepita fue el segundo.
Con
nitidez conceptual, ella atribuía las fuentes de esa perspectiva
a dos factores: el provenir de una familia de inmigrantes
croatas y el tener el castellano como lengua nativa. Certera
interpretación: el aporte de los antiguos yugoslavos fue fundamental
en Magallanes, más que en los predios de la lectura o del
pensamiento letrado, en su apertura de mente hacia otras culturas
-hasta la asimilación- y en su peculiar combinación de lo
racional, lo ético, lo sentimental y lo aventurero en su propio
comportamiento; por otra parte, como nos recordaría hace poco
un catedrático español, la cultura no es otra cosa que “un
modo de ver el mundo a través de la lengua”. (5)
Permítaseme
destacar algunas ocasiones y actividades en que Pepita demostró
inequívocamente esa fibra cultural y universal de raigambre
magallánica:
-En
1960, “con motivo del sesquicentenario de Chile, para destacar
a intelectuales descendientes de los pioneros yugoslavos”
(6) su contribución a la
narrativa nacional, tomo a su cargo la iniciativa del Instituto
Chileno-Yugoslavo de Cultura de elaborar la antología “6 Cuentos
de Escritores Chilenoyugoslavos”. De estos, cinco son magallánicos:
Zlatko Brncic, Francisco Berzovic, Simón Eterovic, Domingo
Tessier y ella misma.
-En
julio de 1980, en Santiago, tuvo participación activa en el
I Encuentro Nacional de Escritores de Magallanes.
Allí,
en su ponencia “Contribución de la literatura magallánica
al acervo cultural chileno” (7),
expresó en parte:
“Yo
diría: ‘Habla del mundo, de la vida, de ti mismo y representarás
a tu pueblo’...
Como
tantos otros magallánicos, fui trasladada lejos de mi ciudad
natal y sé poco de ella... (8)
Mis
intereses no empiezan ni terminan en una zona, ni siquiera
en una época. Me acerco con la misma atención a Plotino (del
año 200) que a Julio Cortázar (de estos años que se
acercan a 2.000). No soy menos magallánica por eso, ni represento
menos a mi país.
…"Los
escritores hijos de yugoslavos tenemos a Yugoslavia en la
sangre, en la herencia, en nuestra composición sanguínea,
en el color de nuestra piel, de nuestros ojos, pero eso no
es integralmente nuestro Yo. Para nosotros, nuestra razón
de ser es el idioma que hablamos y en el que escribimos.Para
nuestros padres yugoslavos Chile fue su patria de adopción,
para nosotros la cuna de nuestro idioma. Y con el desde cualquier
parte de la tierra somos chilenos, somos magallánicos”.
-En
1982, “con entusiasmo y sentido de integración” (9),
concurrió al Segundo Encuentro Nacional de Escritores de Magallanes,
celebrado en Punta Arenas.
Una
revista capitalina ilustró su crónica de este evento con una
elocuente
-simbólica,
diríamos- fotografia en que Pepita, del brazo de su marido
-Oreste Plath-, encabeza la marcha de un grupo de escritores
que desafian la lluvia y el viento en su visita al Instituto
de la Patagonia. (10).
Entrevistada
por la prensa local, declaró con cálida y expresiva espontaneidad:
“Los
escritores hijos de yugoslavos, cuyos padres, pioneros que
ayudaron a engrandecer fuera de la intelectualidad su tierra
de adopción, como yo, Nicolás Mihovilovic, Domingo Tessier,
Francisco Brzovic, ahora nos sentimos valorizados en un aspecto
diferente y tenemos que estar agradecidos de poder participar
en un encuentro de escritores magallánicos.
...
Al reunimos en Punta Arenas, no sólo nos conoceremos más por
cercanía... No sólo podremos resolver algunos de nuestros
problemas, sino que tendremos el agrado de llegar a un primer
plano, de integramos a los valores magallánicos de otra índole,
y de sentimos bien acogidos por los habitantes de la tierra
que nos vio nacer, y que, más de uno, vivimos lejos de ella”.
(11)
-Para
la Feria de Escritores Chileno-Yugoslavos, realizada en Santiago
entre el 7 y el 9 de marzo de 1986 por feliz iniciativa del
entonces presidente del Instituto Chileno Yugoslavo de Cultura,
Domingo Tessier (Mihovilovic), Pepita aportó varios de sus
libros. Me imagino que el envío de los mismos constituyó uno
de sus últimos actos en vida. ya que nos dejó cuatro días
antes de su inauguración, en la que, por cierto, le brindamos
nuestro sentido homenaje.
No
fue el único. Ese 1986 fue un año aciago para los autores
chilenos de origen croata. Además de Pepita, partieron al
más allá Vicente Boric, magallánico, y Amalia Rendic, antofagastina,
que habían concurrido asimismo con sus obras a la Feria. Se
ofreció por todos ellos una Misa de Réquiem celebrada en el
Templo de la Gratitud Nacional por el sacerdote salesiano
y escritor magallánico Simón Kuzmanic, quien en su homilía
recordó de modo documentado y emotivo a los tres escritores
desaparecidos.
Así,
del otro lado de la muerte, Pepita seguía -sigue- presente
bajo el doble signo de la gratitud y de lo magallánico, en
ella universal por fuerza del ancestro y del idioma.
"Esa
pervivencia en el espíritu alcanzó su clímax al ser solemnemente
esparcidas sus cenizas mortales en las aguas del Estrecho
-última voluntad suya que ratifica definitivamente su sentimiento
de pertenencia magallánica-. Aquel día de noviembre de 1990,
retornó a su región natal, esta vez para siempre".
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