Ernesto
Livacic Gazzano
PEPITA
TURINA Y SUS CUENTOS NAVIDEÑOS
Pepita
Turina (1909*-1986) ocupa el primer lugar en la lista
de escritoras chilenas de ascendencia croata, felizmente
acrecentada con muchos otros nombres en las últimas
décadas, y es una de las más interesantes y polifacéticas
figuras de las Letras de su país natal.
(*
El autor se equivocó en la fecha de su nacimiento
es 1907. Nota de Karen Müller Turina)
Visión
panorámica d su vida, personalidad y obra
Nació
en Punta Arenas, en el extremo sur de Chile, adonde,
como se sabe, arribó una importante corriente de emigración
dálmata.
Fue
la menor de los diez hijos (2 varones y 8 mujeres)
de la familia Turina Turina, o, como ella decía en
sus propias palabras, “la última de las hijas del
pionero Juan Turina”.
“Mis
hermanas mayores” –cuenta- “se enamoraron y se empezaron
a casar cuando yo tenía tres años”. Por eso, en medio
de su numeroso grupo familiar, se sentía sola, paradójicamente.
Ello, sin duda, la llevó a desarrollar muy prontamente
su inquieta vida interior, que tan notables frutos
produciría en su posterior creación literaria. Por
cierto, como era habitual en aquellas generaciones,
no había en su hogar un ambiente letrado que favoreciera
sus inclinaciones en tal sentido.
Cuando
Pepita contaba apenas cinco años, la familia se trasladó
a la ciudad de Valdivia (2.400 kilómetros al norte
de Punta Arenas), donde vivió durante dos décadas.
Solamente en 1976 volvería la escritora a su tierra
natal, de la que casi no conservaba recuerdos y que
en verdad entonces conoció, como testimonió en emotivas
páginas.
En
Valdivia concurrió al colegio, adquirió tempranamente
hábitos de asidua lectora y a poco andar ensayó las
vías de su propia expresión literaria. A los veintiún
años había terminado de escribir su primera novela,
Un drama de almas, que se publicó en 1934 y
de la cual ella misma sería bastante crítica, al señalar
“esa prosa tan pobre de adjetivos, en que el entusiasmo
narrativo era su único mérito”. Sin embargo, la obra
le dio notoriedad en su región adoptiva y le hizo
conquistar el corazón de quien sería su primer marido,
en un matrimonio del que, en muy breve tiempo, pasó
a la viudez.
Poco
después, en 1941, ya residente en Santiago, entregó
su segunda novela, Zona
íntima: la Soltería, “escrita con mayores
conocimientos”, según opinaba. Declara haber roto
una tercera novela, Una mujer escucha, “que
tuve guardada quince años y que me dejó de gustar”.
Era muy exigente consigo misma, lo que le otorgaba
autoridad para serlo con los demás.
En
la capital de Chile, casó con el escritor Oreste
Plath (seudónimo de César Octavio Müller Leiva),
también viudo y sin hijos. De su unión, que se prolongó
por más de cuarenta años, hasta la muerte de Pepita,
nacieron, como mellizos, una mujer y un varón: Karen
y Carol.
No
sólo vivió alegrías, lamentablemente. Poco después
de 1950, para extirparle un tumor auditivo, fue sometida
a una operación al cerebro, a resultas de la cual
quedó con una parálisis periférica al lado derecho
del rostro. Ello acentuó su actitud amarga ante la
existencia: “Nunca un defecto físico pudo favorecer
mejor un estado de ánimo. Al acostumbrarme a no reír
jamás, realicé externamente mi verdad más íntima”,
escribió con cruda franqueza.
Con
todo, su penosa situación no melló sus inquietudes
espirituales. Más bien, diríamos, se concentró más
en ellas como compensación de sus limitaciones corporales.
Ya
sus funciones como catalogadora de la Biblioteca de
la Casa Central de la Universidad de Chile le habían
favorecido, ciertamente, continuar cultivando un permanente
contacto con los libros y la lectura, ampliando sus
intereses –desde el análisis de la psicología femenina
en sus novelas- a sesudos temas de alcance universal,
sin fronteras de culturas ni tiempos, clima intelectual
en el que se gestaron sus libros de madurez, ensayos,
literatura de ideas. Su aporte más original dentro
de esta modalidad son sus “multidiálogos”, definidos
por ella misma como “poca literatura y mucho pensamiento”:
MultiDiálogos
(1977) y MultiDiálogos
sobre el matrimonio, la familia y sus prismas
(1985).
Constituyen
lo que más apreciaba dentro de sus escritos. Su juicio
personal es muy rotundo: “al principio no tenía el
léxico suficiente, ni amaba las palabras como las
amo hoy, con el enriquecimiento del lenguaje y del
pensamiento. Puedo decir que todo lo que publiqué
antes de MultiDiálogos, fueron páginas en agraz:
antes de sabor y tiempo”.
No
obstante, habían sido justamente celebrados sus estudios
Walt
Whitman, cotidiano y eterno (1942) y Sombras
y Entresombras de la Poesía Chilena actual (1952).
Por
otra parte, en 1960, en 6 cuentos de Escritores
Chileno yugoslavos, no sólo acreditó sus condiciones
de antologadora sino que volvió a mostrar sus dotes
de cuentista, ya que uno de ellos (La
mujer que no quiso ver el sol) era obra de
su pluma.
No
se trata de un caso excepcional, pues escribió más
de una docena de relatos de esta modalidad, desde
el publicado en Valdivia en 1931 (Lo que no pudo
ser) hasta el dado a conocer en 1986 (Tres
tiempos en la vida de Sergia), que obtuvo
mención honorífica en el concurso “Esperante” de la
Northeastern Illinois University, Chicago), amén de
algunos que parece no salieron a la luz.
En
ese mismo año 1986, Pepita Turina puso fin a su compleja
existencia. Uno de sus últimos actos en vida fue enviar
ejemplares de sus libros para la Primera Feria de
Escritores Chileno-croatas.
Los
cuento navideños
Dentro
de ese corpus de relatos, merecen especial consideración
los cuatro “cuentos navideños” que se editan en esta
oportunidad, traducidos al croata por el Prof. Jerko
Ljubetic.
Representan,
sin duda, un sector muy singular en el conjunto de
sus obras, marcadas por una visión fuertemente pesimista
de la vida: “El miedo y la inseguridad han superado
en mí todas las emociones. Y por eso no pude, ni puedo
ser alegre. Todas las variaciones psíquicas son en
mí posibles, menos la alegría”.
Estos
cuentos tienden, felizmente, a desmentir su aserto,
sugiriendo que poseía también la capacidad de sentir
positivamente y de comunicarlo.
¿Qué
explicación cabe?
La
niñez ejercía un atractivo especial sobre ella (lo
que de algún modo comparten todos los seres humanos,
señaladamente las mujeres y las madres). Así queda
en evidencia en el hecho de que fue cofundadora y
secretaria de la Sección Chilena de IBBY (Organización
Internacional para el Libro Infantil-Juvenil). Dicho
sea de paso, su asistencia al X Congreso de esta institución,
en 1966, le permitió conocer Zagreb y otras ciudades
de Croacia. Confiesa que le habría gustado quedarse
por más tiempo allá.
La
niñez no sólo ejercía un atractivo especial sobre
ella: parece haber dulcificado su mirada al mundo
y haber gestado en su alma sueños ideales.
En
efecto, los cuentos navideños que dedica a niños y
adolescentes no lo son necesariamente en el sentido
estrictamente temático. En algunas ocasiones, sí ocurre
explícitamente que sucedan en torno al pesebre del
Niño Jesús, lo que aparece marcado con particular
claridad en Los caballos que cambiaron de color.
Pueden serlo también por el ambiente de expectación
pascual en que se desenvuelve la acción, y aun por
su publicación en el período de preparación de la
gran fiesta conmemorativa del nacimiento del Hijo
de Dios.
Lo
son principalmente, más bien, por su atmósfera de
mágica sobrenaturalidad, por la limpia sencillez de
sus protagonistas y, sobre todo, por la reafirmación
del mensaje de paz, alegría, esperanza y renovación
que caracteriza a la Navidad. (Con todo, ha de reconocerse
que esto último es objeto de una llamativa excepción
en La niña pelirroja, por la actitud interior
de su personaje masculino, quien rompe el encanto
de la fiesta al estimar “bonita la leyenda” del Niño-Dios,
sin creer en Él. Acaso por este motivo, que no lo
identifica como tan propiamente navideño, no hay constancia
de que el cuento haya sido publicado).
Desde
el punto de vista propiamente artístico, son excelentes
muestras de su sensibilidad, imaginación y amenidad,
y evidencian un alto nivel de calidad en el manejo
del idioma, conjugando pureza, musicalidad, fluidez
y dinamismo (que se manifiesta incluso en algunos
logrados neologismos).
A
través de algunos sucintos párrafos, dedicaremos sucesivamente
nuestra atención, uno a uno, a los cuatro textos.
El
Árbol de piedra rosa
Apareció
en una revista infantil de Santiago en la época prenavideña
de 1973, y fue posteriormente reproducido en otros
medios tanto en España (1978) como en Chile (hasta
2000).
Su
acción ocurre en una isla de Chiloé. Es el único de
los cuatro cuentos ambientados en un medio geográfico
preciso, pero ello no le resta poeticidad. Por una
parte, ese archipiélago se caracteriza por su atmósfera
de mitos y leyendas con fuertes signos sobrenaturales.
Por otra parte, la locación inicial sirve de base
para la expansión espacial en el desenlace del relato,
elemento clave para captar su significado.
Un
afamado artesano local talla en madera “pesebres navideños
con todas las figuras, desde El-Niño Dios hasta los
animales, los pastores y los Reyes Magos”. Un día,
cercana ya la fiesta, encontró una rama rosada, de
una especie hasta entonces nunca vista (lo cual introduce
ya el ingrediente de ruptura de la realidad ordinaria),
“que se prestaría maravillosamente para tallar niños-dioses”.
Sin embargo, no pudo lograrlo, pues su madera era
muy dura, lo que lo movió a darle el nombre de piedrarosa.
En la noche del 20 de diciembre, uno de los rayos
que caen durante una tempestad la abre y la convierte
en mil flores hermosísimas, que llegan a cuarenta
islas del archipiélago y son recogidas “para adornar
las iglesias, las escuelas, los hogares”. El mismo
artesano alcanza a tomar algunas, “para integrar los
pesebres que repartiría por las islas”.
Se
aprecia la actuación de una fuerza superior a las
humanas, que logra lo imposible para éstas, y que
quiere favorecer con sus beneficios a los habitantes
de muchos lugares (símbolo del mundo entero), para
lo cual acoge la colaboración del artesano (representación
de nuestra actitud de entrega generosa). Es una hermosa
expresión poética que sintetiza los efectos de la
irrupción del Niño-Dios en la historia de la Humanidad.
El
refugio de las campana
También
en 1973 y con publicación en la misma revista que
el anterior, fue reeditado en 1986 y 2002, además
de recibir mención de honor en un concurso efectuado
en Buenos Aires en 1982, cuyo jurado estaba integrado
por escritores de muy alto nivel.
Su
ambiente es mítico: en medio de un desierto, un pueblo
de campanas, cuyo origen y presencia en tal lugar
no son de fácil explicación. Un niño que hasta allí
llega con su padre, pide, fascinado, permanecer en
el lugar. Averiguando, consigue saber que la campana
más pequeña fue traída desde un árbol de pascua, y
que la de mayor volumen sólo pudo haber sido transportada
por una fuerza sobrehumana.
En
la noche de Navidad, todas ellas comienzan a sonar,
movidas por un viento arcangélico. Desde entonces,
el niño no ha querido dormir en la víspera de Pascua,
para escucharlas a lo largo de toda su vida en esa
fecha del nacimiento de Jesús.
En
medio de la sequedad del corazón humano (el desierto),
Jesús trae una siempre renovada esperanza de vida
(encarnada en la animada música de las campanas),
y nos invita a todos (campanas grandes o pequeñas)
a asociarnos a ella y a mantenerla durante toda nuestra
existencia.
La
hermosa alegoría está expresada en un delicado y emotivo
lenguaje.
Los
caballos que cambiaron de color
Algo
posterior a los precedentes (1975), nos propone el
motivo de la transformación purificadora que puede
realizar en nuestras vidas el nacimiento de Jesús.
Hasta
el pesebre del Niño-Dios, guiados por una singular
luz, llegan caballos de distintos colores y se convierten
en los más blancos, sedosos y brillantes ejemplares
que pueda imaginarse.
El
relato –maravilloso por su acontecimiento y por su
lugar de realización- está hecho desde la perspectiva
de un niño que abrigaba el ideal de hallar caballos
blancos en una región donde no los había. “Desde entonces
ese lugar se llama ‘la región de los caballos blancos’,
porque en todo el globo, en ninguna parte, hay caballos
más blancos que los que allí viven, que los que allí
nacen”.
Jesús
ofrece la pureza –signada por la blancura-, y con
ella la felicidad, que no encontramos en otro sitio.
Y su presente es duradero: “La dicha se presume colmada
de permanencia y el niño radiante de alegría”, afirma
Juan Antonio Massone al glosar este cuento.
La
niña pelirroja
Un
adolescente aficionado desde niño al dibujo, apreciaba
como su mejor pintura la de una muñeca pelirroja,
basada en la que había visto al asistir al ballet
“Coppelia”, y soñaba con que ella pudiera cobrar vida.
Con
el tiempo, llegó a vivir a una casa vecina a la suya
una familia en la que “venía una quinceañera pelirroja”,
y surgió entre ambos el primer amor de sus respectivas
existencias.
Para
la fiesta de Navidad, se intercambiaron regalos. No
obstante, se distanciaron al no compartir el profundo
significado de esa fecha, en cuya realidad ella creía
y él no. Con todo, conservaron siempre sus regalos
como recuerdo de la más hermosa época de sus vidas.
No
todos nos abrimos por igual a la acogida del mensaje
navideño: no lo captamos en su plenitud o encuentra
en nosotros un eco meramente sentimental, evocación
del pretérito.
Juicio
global
Escritos
en la etapa más madura de su trayectoria personal
y creativa, estos cuentos de Pepita Turina acreditan
la fina capacidad de la escritora para compartir el
singular mundo de los niños y adolescentes y para
comunicarse con ellos en un lenguaje atrayente y motivador.
Nos parece que en ello reside, en importante medida,
la base de los valiosos reconocimientos que han merecido
en concursos y de la sostenida vigencia que continúan
manteniendo a varias décadas de su elaboración.
Más
allá de eso, nos mueven a reflexionar cómo, aun en
medio de una pesimista cosmovisión que personalmente
se pueda tener, existe en todo ser humano una sed
de trascendencia y un anhelo de esperanzas que den
su mejor sentido a nuestro paso por el mundo, ese
paso que también el Niño Dios quiso dar junto a los
mortales.
NOTA:
La primera cita de Pepita Turina está tomada de un
artículo suyo en “La Prensa Austral”, Punta Arenas,
31 de mayo de 1978. Todas las que le siguen en la
sección “Visión panorámica...” proceden de su presentación
autobiográfica en la colección “¿Quién es quién en
las Letras chilenas?” (Agrupación Amigos del Libro,
Santiago, 1978). La de Juan Antonio Massone, proviene
de su libro “Pepita Turina o la vida que nos duele”
(Nascimento, Santiago, 1980). Las demás que se insertan
en el comentario de los cuentos, fueron directamente
reproducidas desde los respectivos textos de estos.
Santiago,
septiembre de 2003.
|