Ensayo
inédito
Pepita
Turina
VERDADES
PUNZANTES
E
L C E R E B R O es la movilidad quieta más espectacular
de nuestro organismo. En las millares de posibilidades
y exploraciones no se mueve para pensar. Su intensidad
directamente corporal, es una química de irrigación
sanguínea, ya que el cerebro anémico no piensa, y
sus corrientes son misteriosas.
El
cerebro, conmutador telefónico maneja los mensajes,
se informa de todo. Se relacione con el dolor, la.
memoria, el sueño, las emociones, ordena y regula
lo que nuestros sentidos reciben. Formado por millones
de neuronas o células nerviosas transmisoras, las
informaciones que recibe las transmite a regiones
especializadas. Sus dos hemisferios trabajan en forma
coordinada, pero cada mitad recibe estímulos y sensaciones
diferenciadas. El cerebro permite la lucidez de la
razón, que también es tiniebla ¿por qué se es inteligente?,
y lo demoniaco de las alteraciones.
Todos los lugares de nuestro cuerpo envían sus mensajes
al cerebro, en milisegundos. Los impulsos nerviosos
se hacen presentes en los neurotransmisores y de allí
transmiten sus mensajes. El Dr. Donal Jenden, jefe
de medicina de la Universidad de California. destaca:
"Tratar de descubrir a un neurotransmisor en
los tejidos es algo así como tratar de detectar una
pizca de sal disuelta en el agua de un estanque”.
Beveridge, en “The art of scientific investigation”
apunta: “Los aparatos fabricados juegan una parte
importante en la ciencia de hoy día, pero yo a veces
me admiro si no estamos inclinados a olvidar que el
instrumento más importante en la investigación debe
ser siempre la mente del hombre”.
Si
se daña el cerebro se daña el hombre entero. El cerebro
se enferma de enfermedades no cerebrales. Como la
enfermedad es un desequilibrio orgánico, la mente,
captadora de ese desequilibrio tiene sus respuestas.
Si así no fuera las enfermedades psicosomáticas no
se desarrollarían, ni las curas milagrosas que proceden
sujetas a una fe religiosa, a un empirismo folklórico,
a la credulidad y la confianza que producen curanderos.
Como las respuestas emocionales son conmociones químicas,
el cerebro modifica nuestra conducta.
Las exploraciones de la conducta, han preocupado con
la misma intensidad a los que se refieren a la conducta
individual o colectiva. Ralph Linton, en sus libros
"Cultura y personalidad" y "Estudio
del hombre" tiene sobresalientes páginas al respecto.
En lo individual recalca: “Las diferencias en inteligencia
pueden responder a diferencias en el torrente sanguíneo
que baña el cerebro y en el metabolismo basal, o incluso
a diferencias estructurales en el cerebro y en el
sistema nervioso. Estas diferencias de constitución
pertenecen a un orden de fenómenos completamente extraños
a la cultura, y nunca podrán explicarse en términos
de esta”.
El niño, desde el primer llanto y la primera risa,
hasta el senescente con la actividad mental disminuida,
integran la conducta de las edades.
Para el tratamiento de las lesiones cerebrales los
neurocirujanos han hecho maravillas extirpando tumores.
Lo discutido, y discutible es la psicocirugía, la
que se destina a modificar la conducta. Se ha denunciado
a la psicocirugía como un asesinato a la personalidad,
desoyendo a los defensores que la describen como un
nacimiento; el de crear una conducta sociable, que
anula iras, impulsos suicidas y que ayuda a los psiquiatras
cuando fallan los tratamientos no quirúrgicos. El
Dr. Peter R. Breeygin, psiquiatra de la Escuela de
Psiquiatría de Washington, ha dicho que la psicocirugía
otorga docilidad “pero lo logra mediante una disminución
descrita como mutilación de partes del cerebro y,
por tanto, como muerte parcial del individuo”.
Lo
sorprendente es que se puede vivir descerebrado, porque
este órgano no es indispensable a la vida. Pero de
él depende la conducta del hombre. Cualquier perturbación
altera el cuerpo y el alma. La clase de vida que se
puede vivir descerebrado es sin dinamismo y sin psiquismo.
Tendido en una cama, el hombre que no piensa, no experimenta,
no condiciona sus actitudes, no construye su presente
ni su futuro. Dice el filósofo Epitecto: “Lo que perturba
al hombre y lo alarma, no son las cosas, sino sus
opiniones y fantasías sobre las cosas”.
Los
podólogos dicen que si uno tiene buenos pies más que
seguro que es una persona sonriente, Los dentistas
alegan que si se tienen buenos dientes acompaña el
bienestar y la dicha y que una muela estorbante de
raíces retorcidas, basta para crear un criminal. Todos
los especialistas saben que un detalle anormal de
nuestro organismo nos condiciona a un comportamiento
diferente. Parece completamente cierto que los estados
de ánimo procedentes configuran los estilos de vida.
“Vemos”
con el cerebro, no con los ojos. En la infancia el
mundo se ve con ojos de niño. En la senectud con ojos
de viejo. El sonámbulo se levanta, camina con los
ojos abiertos faltos de visión ocular. Sus pupilas
no funcionan y el cerebro lo guía con las imágenes
exclusivas de su interioridad.
La
mente influye sobre los demás, sobre uno mismo. La
computadora cerebral procesa también los estímulos
externos. La cerebración se expande desde la lactancia.
Desde el primer segundo de vida recogemos información,
experiencias conscientes o inconscientes. Hoy no se
ignora que el espíritu se inserta en la materia y
que acierta Jiddu Krishnamurti (1895-1986) el filósofo
hindú al decir: "El hombre no tiene un alma;
es un alma que tiene un cuerpo”. Entre las realidades
invisibles cabe preguntarse si es posible que exista
el alma sin el cuerpo. Si únicamente tenemos alma
mientras tenemos cuerpo, si mora en los intersticios
de nuestra materia, intercalada en la “atmósfera”
de nuestras células, expandida en ellas o localizada
en nuestro cerebro, nada más.
El
doctor Alejandro Garretón Silva describe así nuestra
masa encefálica: “El cerebro como arquitectura y como
función es lo más difícil del conocimiento biológico
del ser humano. Todo es inverosímil. Es en extremo
complicado. Las conexiones cercanas o lejanas, los
elementos químicos que entran en juego, la enorme
multiplicidad de acción de células o grupos pequeños
de células, todo es fascinante y misterioso. Sin,
duda se sabe mucho, pero es muy poco en relación con
lo que queda por saber. Todo esto lleva a pensar que
el cerebro es lo más extraordinario del ser humano”.
No
es en el corazón, donde está centrada la personalidad.
El corazón es un músculo, y los trasplantes han demostrado
que si un hombre blanco recibe el corazón, de un negro
nada cambia y que si un hombre recibe un corazón de
mujer sigue siendo varón. El latir de un corazón y
sus funciones no se adhieren a las características
de la conducta. Es por el cerebro que sentimos dolor
o alegría. Las variantes emocionales y fisiológicas
repercuten en esa caja. Con la filosofía primero y
con el psicoanálisis después, quedó demostrado que
las vías hacia la verdad son las circunvoluciones
cerebrales. La relación del alma con el cerebro hace
que llamemos desalmados, y no descorazonados, a los
que cometen actos punibles o repudiables. Ni el mal
ni el bien, ni la ignorancia ni la inteligencia residen
más allá de la cabeza.
Albert
Einstein murió de setenta y seis años, en 1955.
Su cerebro fue guardado con fines científicos,
para estudiar y descubrir lo especial del cerebro
de un genio. La respuesta de su cerebro muerto ha
sido nula. El cerebro vivo responde con la electricidad
y la química en acción.. El Dr. Thomas Moore explicó:
“Las células cerebrales de Einstein son iguales a
las de cualquier persona de esa edad. Si usted muestra
la platina a alguien, sin decirle a quién pertenecen,
le diría que son las de cualquier individuo anciano”.
Lo que vale es el cerebro funcionando, es el organismo
que activa el cerebro. Muerto no guarda la memoria,
el discernimiento, la abstracción, las elaboraciones
del pensamiento, aunque vivo tampoco su trabajo se
va "escribiendo” con un alfabeto comprensible
para que sea descifrable. Se ha llegado al prodigio
de vigilar el cerebro en funcionamiento con ciertos
compuestos radioactivos que se inactivan y se inyectan
en el organismo, haciendo posible que en una pantalla
de televisión se proyecten los sesos trabajando, iluminándose
las partes que trabajan según lo que hacemos (si movemos
nuestras extremidades, si leemos), pero esas luces
son apenas indicios que no explican la dimensión del
hombre ni los niveles a que alcanza.
E. Platner, físico y filósofo alemán, sostuvo que
“pensar es una constante oscilación entre procesos
conscientes e inconscientes”. El epistemiólogo Jean
Piegat explica que: “En el caso de los procesos afectivos,
y por tanto energéticos, el resultado a que conducen
es relativamente consciente, es decir se traduce por
sentimientos que permanecen en el sujeto más o menos
claramente como datos actuales. Por el contrario,
el mecanismo íntimo de esos procesos permanece inconsciente,
es decir, el sujeto no conoce las razones de sus sentimientos
ni su origen (ni por tanto toda la relación que comportan
con el pasado del individuo ni el por qué de su intensidad
más o menos fuerte o débil, ni sus eventuales ambivalencias...
Este funcionamiento último y oculto es el que intenta
poner de relieve el psicoanalista”. Y continúa Piaget
en su libro “Problemas de biología genética”: “Los
resultados del funcionamiento íntimo de la inteligencia
continúa siendo completamente desconocidos por el
sujeto hasta niveles muy superiores en que se hace
posible la reflexión sobre ese problema de las estructuras.
Hasta entonces, el pensamiento del sujeto está dirigido
por estructuras... cuya existencia ignora y que determinan
no ya únicamente lo que es capaz o incapaz de “hacer”…
sino también lo que está “obligado a hacer”.
La psicoquímica ha llegado a descubrir que los fenómenos
mentales exceden la psicología admitida y que el código
conductual es tan tenso como la infinitud del Universo.
Sabemos lo que deseamos pero no por qué. Sabemos lo
que nos gusta o nos disgusta, ignorando por qué. Los
psicoquímicos hoy aseguran que la angustia es un fenómeno
químico y las sustancias de los fármacos tienen atribuciones
tan poderosas como la naturaleza. Con medicamentos
se regulan no solo las enfermedades, sino el sueño,
la memoria, el sexo, las depresiones. Los sedantes,
los alucinantes, los estimulantes actúan en nuestro
cerebro y crean condiciones adecuadas para responder
a lo que se espera de nosotros o como nosotros queremos
actuar. El doping de los caballos de carrera ha pasado
a la tentación de los deportistas todos que desean
superar marcas. Cada vez más y más se sube en las
exigencias. Los conjuntos deportivos tienen vigilantes
médicos que examinan a cada individuo, tienen que
tenerlos, porque si no... Las maratones exigen más
kilómetros, los metros para los saltos de garrocha
van subiendo, los kilos para los levantadores de pesas
aumentan ¿Cómo aumentar la resistencia para las pruebas
cada vez más exigentes? Estos son los recursos para
enfrentar la realidad. Hay otros para evadirla. La
categoría de adictos al ácido lisérgico que alucinan
su cerebro con imágenes oníricas que “ven la música”
y “oyen la pintura”, a quienes les aparecen impulsos
agresivos, van de la mano con los marihuaneros que
“flotan” con sus músculos fuera de coordinación y
un estado de ebriedad similar a la del alcohólico,
que cometen delitos de agresión contra los demás y
contra sí mismos.
En
la historia de las drogas, médicos, recetando morfina
y opio han despertada hábitos. El pintor español Francisco
de Goya y Lucientes aquejado por un mal que le fue
restando la audición, fue un opiómano que comenzó
por una simple receta de láudano. Hans-Georg Behr,
en “La droga potencia mundial” explica: “Los historiadores
de arte achacan la tétrica desesperación de "Los
Caprichos", así como de los cuadros de la llamada
época negra de Goya, a su enfermedad y a la amargura
que le producían los acontecimientos y la situación
política de su tiempo. No cabe duda, sin embargo,
de que el opio jugó una parte muy importante en el
pesimismo tétrico del mundo imaginario de Goya, sobre
todo si se tiene en cuenta que el láudano produce
un efecto profundamente depresivo en los momentos
de abstinencia... Si llevamos a cabo una comparación
de la obra de Goya con la de otros grandes pintores,
también adictos al consumo del opio, como Gericault,
Munch y Ensor, Delacroix, llegamos a la confirmación
de esa tesis”.
La
morfina, bautizada así en honor del Dios del sueño,
Morfeo, nunca estuvo ausente en los sesos de artistas
connotados que deseaban mayores chispas que encendieran
sus creaciones: Novalis, Walter Scott, Byron, Cocteau.
El nazi Hermann Goering y sus ímpetus políticos fueron
los de un estimulado morfinómano.
La
psicofarmalogía moderna demuestra que en la patogenia
de las enfermedades mentales, los actos intelectivos
que se modifican por fármacos, demuestran que la locura
es susceptible a medicamentos sabiamente administrados
y es posible hacerla desaparecer. Actuando sobre la
mente con los recursos actuales, contrariamente los
torturadores políticos enloquecen a sus detractores
o los anulan. El “lavado de cerebro” es práctica difundida.
Ante los descubrimientos de los últimos años del siglo
XX, cabe la afirmación de que somos capaces de mejorar
y de empeorar. El cerebro es el que aprende y desaprende.
La
sustancia gris, asiento de la personalidad y del psiquismo,
materialmente sólo pesa mil quinientos gramos, intelectualmente
su "peso" es incalculable. Pesa después
de muerto y desaparecido. Sus abstracciones evadidas
de la caja craneana se multiplican en otras ideas,
o trascienden con las mismas, son flechas grávidas
que apuntan a infinitos blancos y miles de personas
se dejan traspasar por ellas, aumentando su actividad
cognoscitiva. La configuración de la sustancia gris
no reside sólo en su mínimo peso de mil quinientos
gramos. Las informaciones cerebrales no se pesan en
las balanzas, por muy de precisión que sean. Repartidas
en todo el organismo físico y enredadas en la psiquis,
sus relaciones funcionales regulan los rechazos y
las aceptaciones derivando en la conducta.
El oxígeno que alimenta nuestro cerebro no es la inyección
que lo hace potente. Si así fuera, los habitantes
de los campos y de los bosques ostentarían las mentes
más preclaras. Y no es así. Las ciudades, creadoras
de la cultura dan índices mayores de aprovisionamiento.
La teoría de la relatividad de Einstein no se creó
al aire libre. Los descubrimientos más fabulosos,
como las obras de arte más excelsas proceden por estímulos
más complicados que una mera oxigenación. Y también
los crímenes más “pensados” son de procedencia urbana.
Se planearon en la atmósfera viciada de las ciudades.
La mente trabaja mejor en el encierro de los gabinetes.
Es apócrifo que Newton descubrió la fuerza de gravedad
viendo caer manzanas de un árbol. Esa patraña fue
una ocurrencia del ingenioso e irónico Voltaire que
la difundió muchos años después.
En
la trayectoria cibernética se han inventado las “máquinas
que piensan”. Pero, la máquina no tiene conciencia
de su función. Una máquina con pensamientos filosóficos
o teológicos no se concibe. Las matemáticas responden
a teclas y reglas de computación y alcanzan celeridades
prodigiosas habiendo permitido por ello que el hombre
salga al Cosmos y lo explore. La lentitud del pensamiento
es la que la máquina “comprende” menos. Las dudas
y sus dimensiones psicológicas son imposibles en los
mecanismos carentes de vida propia. El cerebro del
hombre tiene alma y divinidad, condiciones intransmisibles
a lo que él proyecta y realiza. Las características
anátomo—fisiológicas, la disposición y naturaleza
de esas estructuras pueden copiarse, trasladarse a
materiales de distinta composición y naturaleza, sólo
que lo inmaterial y divino opone su equivalencia inaprensible.
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