Ensayo inédito

Pepita Turina

VERDADES PUNZANTES

LOS MÉTODOS PARA ENCAUZAR CONDUCTAS

          LOS METODOS PARA ENCAUZAR CONDUCTAS incluyen los represivos donde las cárceles y los reformatorios cumplen el papel que la justicia dispone. Los métodos de consuelo son más utilizados por los psiquiatras y psicólogos, como por las religiones.

          Manchados de crimen y de neurosis, los individuos de conductas difíciles, que se presentan ante los jueces y los psiquiatras, tienen una apariencia sucia, que los jueces o los médicos quieren limpiar. Desempeñando sus profesiones, poseyendo especialidad, utilizan limpiadores que consideran eficaces. “Hasta donde es posible remontar en la historia para estudiarla,— reflexiona el alemán Frank Benseler (1929- ) — vemos que siempre ha sido necesario dirigir el comportamiento humano”.

          Los delincuentes han existido siempre, y los vicios. En la antigua civilización griega, los sofronitas tenían por misión vigilar y guiar a los beodos con poco equilibrio. La embriaguez era — no cabe duda — un extendido vicio en la antigua Grecia. En el Imperio Bizantino, la ciudad de Constantinopla fue la más corrupta, cruel y sensual. El refinamiento y devoción de sus habitantes no libró a Constantinopla de estas deficiencias.

          La inmoralidad está en la naturaleza humana. Buscando estimulantes, olvidos, antes de las tabernas, en todos los ámbitos del orbe, entre primitivos y civilizados, el hombre descubrió el alcohol y se embriagó. Mahoma prohibió el alcohol, a los que seguían su religión, y por dejarlo encontraron el opio. En la prehistoria, y en todas las épocas de la historia había homosexuales, prostitutas, ladrones, vida inmoral.. Sin lenguaje, sin vestuario, sin lectura, sin dinero, sin cine, sin televisión, sin escuelas de inmoralidad y vicios los había. Leyes morales diferentes anulan algunas inmoralidades, algunos vicios. En ciertas sociedades nadie se quebrantaba ni era castigado por incesto.

          ¿Por qué el hombre necesita y busca el alcohol? Ocupó su inteligencia en destilar los frutos y sacarlo de la uva, del maíz y de otros vegetales que guardaban en su interior  azúcares y componentes para  fabricar su extranecesidad embriagante. Los vegetales puros los hizo impuros. De la amapola sacó el opio y sus derivados drogadores. De otras plantas extrajo los componentes descomponiéndolos para transformarlos en antinaturales y viciosos. Desarrolló esa habilidad que le dio placeres, al mismo tiempo que la destrucción de su organismo. Beber, fumar, drogarse ¿necesidades de su cuerpo o de su alma? Sus células invadidas, le hicieron dar a su cerebro respuestas motivadas por la intoxicación. Los cambios que se producen ¿es porque están allí y se desbordan? Embriagados los hombres se transforman, unos en pendencieros, otros en simpatiquísimos y alegres, los callados conversan, los tímidos se atreven. ¿Se droga o bebe para dejar de ser lo que es, o para poder ser lo que desea? Muchos crímenes se cometen bajo la influencia del alcohol. ¿Se llega al homicidio porque soterradamente se desea matar, o porque cambia nuestro YO, sin que nada tenga que ver nuestra fidedigna índole? ¿Borrachos o drogados somos más inauténticos o más auténticos? ¿Amarra o desamarra la invasión de sustancias perturbadoras en nuestro cuerpo?

          Nada puede inducirnos a ser lo que no somos, ni aún hipnotizados. Pero, una mujer casta, bajo el mandato de la hipnosis puede desnudarse en público, haciéndole creer que está sola en su dormitorio. Ser no, pero hacer sí. Quienes saben actuar sobre caracteres débiles o circunstancias atemorizadoras logran resultados. Mujeres poco sexuales, por amor o temor, se dejan corromper por sus maridos o amantes. Aprenden aberraciones sexuales y odiándolas tienen que realizarlas, y nunca, nunca llegan a gustarlas, a disfrutarlas. Padres dominantes —el corregidor Zañartu en tiempos de la colonia — obligó a sus hijas a ser monjas. Y lo fueron por obediencia, porque no podían rebelarse de la fuerte autoridad paterna. Por presiones familiares muchos estudian y ejercen profesiones que no les gustan. ¡Tantas cosas que se hacen. no dependen de la voluntad persona! Es arduo, y en ocasiones imposible, evadirse de la cultura a la que se pertenece. Circunstancias históricas en que toca vivir impiden preferencias o rechazos.

          Antes que se plantearan teorías, antes que las eficacias descubridoras se acercaran a lo que hacemos y por qué lo hacemos, antes de que nadie se dedicara a investigar, a explicar el comportamiento humano, antes de aclarar, justificar, condenar las oscuras razones, antes que los abogados hicieran defensas y los fiscales hundieran, imponiendo sus conocimientos, antes del psicoanálisis, la capacidad de resistencia de los habitantes de este planeta rebasó límites y la imposibilidad de sustraerse a los aconteceres los llevó a la enfermedad o a la delincuencia. Alexander Mitscherlich, profesor y director de la Psychomatischen Universitälsklink (clínica universitaria de la Universidad de Heidelberg), relacionando la delincuencia con las enfermedades psicosomáticas aclara: “ Es cierto que la medicina dispone de un sistema de diagnósticos sumamente desarrollado y de técnicas operatorias asombrosas, pero esto no lo ha humanizado, antes bien puede decirse que cada vez entiende menos a sus pacientes".

          Con los perfiles psicológicos que se hacen de los individuos, se responde sólo a veces a la necesidad de normas que estudien y resuelvan los problemas del hombre.

          Los sentimientos más que la razón priman en la conducta.

          No son los delincuentes los que recurren a las consultas de psicólogos, siquiatras y demás especialistas que tengan que ver con la psiquis. Los médicos que tratan a los delincuentes no los busca directamente el afectado, sino los abogados defensores que quieren salvar a sus clientes alegando que son enfermos. El delincuente no busca el origen de sus desviaciones, y rara vez quiere dejar de hacer lo que hace; no anhela el aburrimiento de ser un hombre de bien. Los reos sólo aceptan que se les considere enfermos para aminorar días de encarcelamiento o para salvarse de la pena de muerte. Los delincuentes “sueltos”, a quienes no han alcanzado las tenazas de la justicia, jamás acuden al consultorio de aquellos a quienes se considera salvadores de las trizaduras psíquicas. Las prostitutas no recurren a un psiquiatra que las libre de ese mal. Ellas consideran su “trabajo” como un medio de ganarse la vida. Ejercen. una profesión rentable ¿eso es una, enfermedad?

          El psicoanalista es el interrogador y el escuchador. En los confesionarios los sacerdotes católicos eran los escuchadores de nuestros “pecados”. Y para confesarse no había que pagar en dinero, sólo en penitencias. Lejos de la abogacía y la magistratura, libre de contactos forenses, el psiquiatra atiende otra clase de pacientes, formula sus preguntas y da respuestas diagnostizadoras.

          Al difundirse los descubrimientos del psicoanálisis, Se instalaron en todos los países clínicas psicoanalíticas, donde millares de hombres y mujeres enfermos psíquicamente, se tendieron en el diván del psiquiatra, o se dejaron hipnotizar para que asomara el revés de sus conflictos. Las zozobras psíquicas se agarraron al salvavidas del psicoanálisis. Algunos se salvaron y por ello los especialistas vieron crecer su clientela. Las depresiones, las incapacidades de adaptación, las dificultades sexuales y otras angustias parecieron aliviarse rompiendo las ocultas cadenas del subconsciente, librando de fantasmas. Sorpresas inimaginables surgieron en las confesiones. Se remeció la pureza de la infancia. Desde la cuna éramos impuros y los atisbos iban graduando nuestros conocimientos y nuestros deseos, La sinceridad más entrañable dibujó, como en una tela en blanco, los colores sombríos de la intimidad. El decoro tambaleó todos los que acudieron a la consulta del psicoanalista, no vacilaron en desnudarse.

          El psicoanálisis propuso cambios en el sistema de escuchar y tratar a sus consultantes y dedicarse también a los que no buscaron por sí solos respuestas médicas. Con los delincuentes se probaron tácticas hasta entonces desconocidas. Las oportunidades fueron creciendo y la justicia apadrinó informes psicoanalíticos. La medicina forense que se preocupó primero sólo de cadáveres, en que los dentistas empezaron a tomar parte, refiriéndose a la dentadura y a los trabajos que en ella se habían efectuado, saltó a los seres. Mucho más interesante es tratar con seres vivos y no con cadáveres. Ya no el asesinado sino los asesinos, sus cuerpos, sus almas, sus mentes en ebullición fueron examinadas. Los pensamientos no se ven en el cerebro vivo ni muerto, pero los cambios que provocan en la conducta de los existentes, señalaron aciertos que los jueces y abogados tomaron en cuenta.

          La capacidad de respuesta del psicoanálisis, el aporte a la antropología, los métodos utilizados: herencia, tests, grafología, manchas de tinta, psicógramas, hipnotismo, sueños ayudaron a las observaciones controladas. Se tomó mucho en cuenta la dimensión relevante de las palabras. Se instauró un diálogo aproximativo. Un adjetivo de formación reciente (1969) se empleó en psicología, cine, televisión, medios audiovisuales y otras prácticas rastreadoras. Ese adjetivo, SUBLIMINAL, que viene de “limen” (umbral), se refiere a las percepciones inconscientes, por debajo del umbral, o nivel de percepción consciente. En la redacción de informes psicológicos, psiquiátricos, psicoanalíticos fue utilísimo.

          Lo inaccesible del subconsciente hace que sea imposible “relatarlo” El lenguaje, no crece explorando la intimidad, reflotando la memoria. Cómo hallar detrás de lo que se muestra, o puede mostrarse, lo que se oculta hasta para el paciente mismo. En la naturaleza del paciente ignaro, ciertas excitaciones no alcanzan a ser conscientes, ni externas, ni expresables. El ignaro no tiene formas orales, no tiene idioma audible. Las fibras descarnadas de sus anudamientos es imposible que las pueda desatar, para que las analice un escuchador, Ni un filósofo griego hubiera podido hacerlo, ya que el psiquiatra de lo que oye extrae conclusiones, como si las palabras fueran cuerdas vibrátiles de las cuales se extraen melodías.

          Detrás de las posibles respuestas, los motivos ignorados por el propio hechor, distancian las averiguaciones exactas. El  delincuente muchas veces cree que hace bien robar un banco, robar a los ricos, consentir que otro cometa un delito. La tortura moral entonces no se presenta. La conciencia no se altera, en la frialdad de un homicida, que planeo la muerte ajeno al miedo del hecho y al arrepentimiento posterior. Ciertamente, albergar una conciencia atormentadora no es característica de todos los que transgreden las leyes. Además, el delincuente es un esperanzado; confía en que no será descubierto. Sergio Baeza P., en un artículo publicado en 1984, titulado “La experiencia y la esperanza” anota: “La esperanza malogra, porque el delincuente cree que puede quedar impune o piensa que el objetivo tenido en vista al cometer el hecho ilícito puede reportarle un beneficio superior al daño de la pena”. “Piénsese, por ejemplo, que el castigo de los delitos, en cuanto busca la ejemplarización o intimidación, si realmente lograra estos objetivos, y los conseguiría si actuara el factor conductual de la experiencia, produciría una evidente disminución de los mismos”. “Si realmente estuviéramos dirigidos por la experiencia, jamás manejaríamos a más de noventa kilómetros en los caminos y no esperaríamos para bajar a dicha velocidad que los vehículos que viajan en nuestra contra nos anunciaran, con señales luminosas, la presencia de la policía más adelante”. La revista LIFE publicó que: “ En cierta época Inglaterra llegó al punto de ahorcar a los carteristas a la vista del pueblo, y mientras, allí mismo, otros rateros sondeaban las faltriqueras de los espectadores”.

          Durante el tiempo que sigue al hecho, el victimario solo se preocupa de buscar coartadas, huir de la justicia, burlarla y aún envanecerse por ello. La conciencia no asoma en un ser tan ocupado en buscar recursos de escondite. Y, al ser descubierto e interrogado continúa escondiéndose. Y como en el subconsciente el remordimiento no ha marcado huellas, en las interrogaciones psiquiátricas responde mal, no deliberadamente sino por ausencia de una voz interior sancionadora. Homicidas con remordimiento los hay. Me refiero a quienes les falta ese rasguño, ese rumiar atormentador, y que ante el psiquiatra no pueden dar a conocer lo que desconocen, lo que no tienen dentro de sí.

          El psiquiatra no se adhiere a las huellas concretas que interesan a los laboratorios policiales: dientes, labios, dedos, uñas, sangre, pasos. Trabaja con los desdibujados secretos incisos en el pasado más que en el presente. Sabrá que el hombre de hoy es el resultado del ayer y supondrá que su conducta está supeditada e los indicadores psiquiátricos: Complejo de Edipo, frustraciones infantiles, sexo más que nada.

          Una mente de doctor en medicina y no de policía es la del psiquiatra, un detective sui generis, un espiólogo que mira los intersticios de nuestro ser privado de entrar en el laberinto la psiquis; un laberinto cerrado al que no es posible entrar ni salir. El que la lleva no vive un ella; vive con ella.

          El fluir de una confesión deslucida por la indigencia de pensamientos y palabras, hace que el psiquiatra detecte evidencias pobres. El que no tiene terror de hechos canallescos es cínico, desnaturalizado y la mentalidad organizada del psiquiatra se pierde en la desorganización del ignorante que siendo cobarde tiene el valor de herir, de hacer daño creyendo que es necesario.

          No faltan conciencias que poco estorban. Si el criminal fuera una persona sensible, sería incapaz de hacer lo que hizo y luego despreocuparse. Sería un atormentado en el día y un desvelado en la noche. Las reacciones de un asesino son anormales al cometer el crimen y al ser investigado. En las informaciones que aparecen redactadas por el profesor de la Universidad Británica de Columbia, Robert D. Hare, basado en teorías e investigaciones sobre LA PSICOPATIAS, se lee, que no son los psicópatas los únicos antisociales carentes de prejuicios, que los trastornos emocionales y las frustraciones abruman cambiando la conducta.

          La capacidad de resistencia ha decrecido en las actuales condiciones de vida, haciendo aumentar los males con una cantidad de problemas que no los puede resolver el psicoanálisis; la febrilidad desorbitada; la avidez de consumo, las ansias de alcanzar cúspides, la mecanización, la tecnificación, la masificación, el ruido, el smog, los acelerados cambios sociales, el carácter absurdo de muchos de ellos, genera enfermedades psicosomáticas. Nuestros males de hoy no tienen que ver sólo con la hipófisis o glándula pituitaria, que en la parte inferior del cerebro secreta hormonas y hace que seamos gigantes o enanos, gordos o delgados, apetentes o inapetentes, perezosos, retrasados mentales, apáticos o fogosos sexuales. Sabemos que el hombre y sus adelantos son una red de variables. Lástima que los errores siguieron a los descubrimientos.

          Las discusiones sobre el psicoanálisis, las teorías y terapias reconocieron que el psicoanálisis, al ser más que un todo terapéutico es un método denunciante y restringido. Expandiéndose más allá de la medicina, filósofos lo utilizaron. Jean Paul Sartre, con sus principios del “psicoanálisis existencial” pensó: “que el hombre es una totalidad y no una colección; que en consecuencia, él se exprime entero en el más insignificante y el más superficial de sus procederes, dicho de otro modo, que él no tiene un gesto, un tic, un acto humano que no sea "revelador”. Entonces ¿por qué el poeta-músico alemán Ernst Theodor Hoffman (1776-1822), pudo decir: Soy lo que parezco y no parezco lo que soy”, Entonces, para qué se ha inventado el detector de emociones? Dos investigadores de la Universidad de Harvard, en 1979, lo perfeccionaron para llegar al conocimiento de las seis emociones fundamentales que el adulto oculta y que sólo en el niño es posible conocerlas por la expresión del rostro: dicha, tristeza, miedo, ansiedad, desagrado, sorpresa.

          Simplificar las cosas es arrogancia. Nada hay simple sino para aquellos que no tienen contorno. Esa ciencia que se llama Psicología no es saber total: es técnica de investigación, orientación, búsqueda y descubrimiento, indagación de pasiones internas, pero basadas en expresiones internas y “codificadas”. El psicólogo fracasa ante los simuladores y ante quienes les falta poder expresivo o apercepción. La psicología es un se supone”. Las técnicas que emplea son falibles, porque el psicólogo es un imperfecto individuo humano. Los mundos inmersos del subconsciente, cuyo rango modificó la imagen del hombre, son rompecabezas que se manipulan y se logra armar mal. La PSICOLOGIA y el PSICOANALISIS, nudos de un mismo tronco, o ramas de un mismo árbol, se basan, más que nada, en los acontecimientos de la infancia y la cristalización psíquica alrededor de esos aconteceres. Cada tanto tiempo aparecen nuevas técnicas que tratan de medir, evaluar, curar. Entre ellas la sofrología, la terapia gestáltica, la sicotrónica, el sociograma, el psicodrama, la logoterapia, y otras terapias semi-fantásticas. El Análisis Transaccional permite orientarse en la topografía interna de la mente, analizar el propio comportamiento y la Terapia Guestáltica es un método para descubrir las partes fragmentadas de nuestra personalidad y las potencialidades menos conocidas.. Métodos para comprender nuestro Yo, la presencia invisible y constante de nuestros YOOS, para utilizarlos, activarlos, no sólo en momentos especiales, que rara vez o nunca llegan, sino en la vida diaria.

          Alvin Toffler (1928- ), el futurista canadiense, escribe: “En el campo de la salud mental, los psicoterapeutas buscaron formas de curar a la “persona total” empleando la terapia "Gestalt". Se produjo una auténtica explosión de terapia "Gestalt", y su práctica se extendió por todos los puntos de los Estados Unidos. El objetivo de esta actividad era, según el psicoterapeuta Frederick S. Pearls, “incrementar el potencial humano mediante el proceso de integración” de la conducta sensorial del individuo, sus percepciones y sus relaciones con el mundo exterior”. En Medicina ha surgido un movimiento de “salud totalista”. Hace unos años —informa Science — habría sido inimaginable que el Gobierno Federal prestara su patrocinio a una conferencia sobre la salud que abordaba temas tales como curación por la fe, iriología, acupresión, meditación budista y electromedicina”. Desde entonces se ha producido una virtual explosión de interés por métodos y sistemas alternativos de curación”, todos los cuales quedan incluidos bajo la denominación de “salud totalista”.

          Buscando y encontrando métodos que aliviaran o hicieran desaparecer las perturbaciones, por los cuales se puso en práctica la imposición de manos, la astrología, la hidroterapia, las plegarias, los ensalmos y los increíbles medicamentos y prácticas de la medicina folklórica, llegando a la psicología y al psicoanálisis que desarrolló hasta la terapia de grupo en que se trasvasaría la soledad, desoyendo la verdad de que el hermetismo y la individualidad humana no tiene voz de grupo.

          Las terapias biológicas produjeron la psicocirugía, el electroshock y el uso de drogas. El Dr. francés Jean Thuillier, en su importante libro ‘El nuevo rostro de la locura”, ofrece la historia del tratamiento de las enfermedades nerviosas y mentales, para enseñar que la psicofarmacología cambia las conductas, ordenando controles y descontroles en nuestro organismo.

          Fuera de todos los tratamientos, métodos y recursos, lo particular, principalmente los padres, modelaron o quisieron modelar la vida de sus hijos. El filme de Ingmar Bergman "Fanny y Alexander” que recibió en 1984 el premio OSCAR, a la mejor película extranjera, es una muestra de la felicidad o la infelicidad que marca la vida de un niño, según los criterios que lo forman. Igualmente, como se trata de una película con toques autobiográficos del director, comprendemos que educado en severidades religiosas, sometido a una pedagogía en que la culpa y el pecado son ejes centrales para “formar” a las “almas sanas”, él — lo sabemos, porque se ha divulgado mucho su vida — tiene grandes dudas sobre Dios, es un hombre de muchos matrimonios y turbulentos amores, y ni siquiera como ciudadano es un dócil pagador de impuestos, y hasta quiso abandonar Suecia por rechazo a esas imposiciones.

          Si se formaran “almas sanas” por padres estrictos, la estrictez sería la educación más acertada y de mejores resultados. La disciplina y la jerarquía trazan normas, pero uno de los aciertos de Freud es su escepticismo, grabado en una de sus frases: “Hay tres tareas imposibles: gobernar, educar y curar”.

          Lo que la familia inculca se deslíe después en una sociedad en que coexisten varias “verdades” y, entre ellas, para la verdad policial es necesario valorizar otros elementos,

          ¿A qué se debe el descarrío? Ni los científicos más adiestrados dan la respuesta. Sociólogos, psicólogos, psiquiatras, jueces, abogados, hurgando y hurgando sólo encuentran algunas raíces de los actos delictuosos, de la personalidad delictiva y el peligro del daño que se causa a la sociedad. Antes que nada, el delito debe ser castigado.

          Summun jus, summa injuria (El derecho más estricto es la máxima injusticia) —dice Cicerón. Esta frase latina da a entender que la interpretación y aplicación rigurosa de la ley, representa, a veces una iniquidad. Toda estrictez y seguridad es injusticia.

          A la justicia la representan alegóricamente como una Diosa ciega. La justicia no debe ser ciega. Tantas veces la justicia no acierta, porque los que la ejercen, al ser ellos justos y normales, desconocen al hombre llevado por exacerbaciones emocionales, por arrebatos perturbadores. A la justicia le falta generosidad y le sobra sanción.

          René Vergara (1918-1981), perito en esos asuntos, autor de varios libros relacionados con crímenes opina: Cómo pueden ponerse por escrito, en el código, las infinitas variedades y variantes conductuales de víctimas, victimarios, policías, abogados, jueces, testigos, peritos, secretarios, actuarios, ministros y gendarmes? Los crímenes ajenos son  demasiados para pesquizarlos de verdad”.

          El crimen perfecto tal vez no exista. Sólo que los malhechores no descubiertos son muchos. Los imponderables que están en todas las posibilidades humanas se presentan en un crimen y en su pesquisa.

          La palabra autorizada de René Vergara, que además de escritor y ensayista fue profesor de criminalística y director de policía científica, afirma: “Los que parcialmente estudian el delito, como si el crimen pudiera ser dividido: criminólogos (causas), criminalísticos (efectos), legisladores (códigos apellidados “penales") médicos legistas (causas de muerte), sociólogos (diferencias socioeconómicas), psicólogos (alma y conducta), etc., poseen indudablemente, parte de la verdad histórica del horrible-crimen; pero, el criminal sigue su marcha ascendente. Algo falta en nuestras esencias. En el ya viejo y espeluznante juego del delito y pesquisa, algunos investigadores, sin quererlo ni esperarlo, se encuentran con los mismos crímenes de ayer... y todo es nuevo, y el hecho, siendo el mismo, es otro".

          Los jueces y abogados que tienen acceso a las conductas delictuales son, fragmentarios reveladores de las extrañas condiciones componen los delitos.

          El escritor y filósofo alemán Hermann de Keyserling (1880-1946) pensó: “Cada hombre viene al mundo con disposiciones naturales determinadas, de la que no es responsable y que no puede cambiar. Es un contrasentido manifiesto poner exigencias, formular mandatos, juzgar allí donde se trata de dones naturales puros y simples, donde por consecuencia no existe responsabilidad. La jurisprudencia de inspiración romana lo tiene bien en cuenta cuando enseña que “ el móvil testimonia en descargo, el carácter como cargo”.

          La antropología constitucional estudia las predisposiciones corporales a ciertas enfermedades y también a las conductas “Si yo supiera por qué maté” se ha lamentado más de un homicida. “Haga algo para que yo no haga estas cosas” — le han rogado a los psicólogos, tantas víctimas de esa fuerza arrebatadora que desequilibra los impulsos. Todos tenemos deseos de matar, a veces, deseos de robar, a veces, de hacer un mal contra alguien o contra la sociedad. No llegamos a ser delincuentes porque no lo llevamos a cabo. Tenemos reflexión, medimos las consecuencias, sabemos dominarnos. Es más fuerte nuestro poder moderador.

          La justicia sólo trabaja con pruebas. ¿Qué se puede probar en lo que hace quien delinque? Se puede probar lo que hizo, pero el por qué está distante de las pruebas evidentes que la justicia esgrime. Filósofos, psicólogos, escritores, han trabajado para probar verdades. Nos conmueven, los conocimientos del pensar reflexivo y descubridor, pero siempre, S I E M P R E, más allá hay una puerta cerrada, infranqueable, ante la que se ha golpeado, se ha empujado y ante la cual detiene la perplejidad.

          Jorge Luis Borges en las frases numeradas de “Fragmentos de un evangelio apócrifo”, anota: 10.- Bienaventurados los que no tienen hambre de justicia, porque saben que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del azar, que es inescrutable. 18.- Los actos de los hombres no merecen ni el fuego ni los cielos.

          El enorme potencial de las fuerzas irresistibles y la ambigüedad de las motivaciones hace que sea discutible si se merece o no castigo. No debe haber castigo donde no hay culpa, debe haberlo cuando la hay, pero, ¿qué clase de castigo? La realidad delictual está sujeta a un código. Pero al individuo i-rre-pe-ti-ble no se le puede sujetar a un re-pe-ti-do código. El delincuente siempre es peligroso. Las cárceles sirven entonces para apartarlo de la sociedad. La sociedad se libra así de un peligro suelto. Sólo que el encierro vengativo no regenera y que un criminal puede madurar más en la cárcel como tal. Los daños que la prisión provoca agudizan problemas ¿Cuál es el tratamiento o los tratamientos justos y útiles para con los que necesitan ser reformados. Hay delincuentes corregibles e incorregibles. Hasta ahora montones de reincidentes salen de las cárceles para volver a sus fechorías. Como para vengarse anhelan la libertad, y no para hacer una vida mejor.

          Los sistemas de represión son mundialmente humillantes y producen rebeldía. Un anónimo presidiario, interrogado al respecto dijo: "La sociedad tiene el deber de castigar a los culpables. Pero no tiene el derecho de acabar de desmoralizarlos, de mancillarlos pera siempre, de envilecerlos sin remedio”.

          Los daños que la prisión provoca agudizan los problemas. Es necesario reconocer que la pena - la cárcel - intimida a un número reducidísimo de personas. Las menos peligrosas. Con respecto a los más dañosos no produce mayor efecto. La cárcel únicamente impide que el delincuente vuelva a violar la ley mientras cumple su condena.

          A través de la historia de las torturas se ha variado la forma, y, mostrando error de "antes" se aplican, errores de "ahora". Todavía no ha aprendido el ser humano a ser consecuente con sus semejantes, implantar reformas sin torturar. Y es muy extraña que se acepte que hay causas “nobles” para matar, que por justicia o por guerra es un derecho, una defensa, una salvación, que matar por justicia o por guerra no es matar.

          La incomunicación, medio cruel de encarcelamiento, por qué tiene que ser en una pequeñisima habitación oscura en la que se enceguece, en que las necesidades fisiológicas sólo se aceptan en horas establecidas, en que las condiciones del condenado se rebajan a lo más humillante? ¿No basta con incomunicar, dando soledad, prohibición de hablar y otras disposiciones más humanas de aislamiento? Y al aplicar la pena de muerte, las ejecuciones nunca han dejado de ser atroces, trátese de la hoguera, la crucifixión, el garrote, la guillotina, el ahorcamiento, la silla eléctrica, el gas letal, y ahora último la inyección de drogas, parecidamente a las que el veterinario utiliza para matar perros o gatos viejos o enfermos.

          A los crímenes pasionales se les disminuye sanción ¿Por qué? La ansiedad sexual exacerbada es una pasión más. Todos los crímenes son pasionales. Todos los fanatismos son pasión. Los dramas de la pasión producen situaciones agobiantes que impiden diferenciar si es más noble matar por celos de amor, que por odio, por religión, por política, por dinero o ansias de poder o por otras causas inductoras trastornantes.

          Para pesquisar las culpas o la tendencia a las desviaciones, se ha recurrido a métodos que parecieron acertados, que se aplicaron con rigor científico y en los que hubo confianza. Cuando se mata “ amor” en verdad es por un amor colérico, el amor-amor no alcanza esos grados. Gastón Bachelard, analizando la psicología de lo cólera que “la cantidad de estados psicológicos que pueden ser proyectados es mucho más grande en la cólera que en el amor".

          Los diferentes sondeos no han entregado adquisiciones definitivas. Entre ellas la raíz de las aptitudes, las causas múltiplas de los desajustes. Todos han producidos dudas y confusión.

          El detector de mentiras se usó mucho en los métodos indagatorios de la justicia. El año 1920, en Estados Unidos se creó este aparato y. cincuenta años después David T. Lycken, Dr. en psiquiatría, profesor de sicología lo demuele diciendo: “Este artefacto no prueba nada. Más del cincuenta por ciento de los inocentes no pasa la prueba. ¡Y muchos culpables pueden burlar el sistema”.

          El Detector de Mentiras, para interrogar a los sospechosos mide electrónicamente, por medio de dos electrodos que se conectan al cerebro del paciente, para medir el sudor, la presión arterial, la respiración. Y, si al paciente se le acelera el pulso o suda, en respuesta a las preguntas que se le hacen ES CULPABLE. Pero el Dr. Lycken critica: “El único detalle exacto que puede determinar el perito es si una pregunta perturba más que otras al sujeto, pero no el motivo”.

          Tanto la máquina como el interrogado, son incapaces de captar las señales físicas de las mentiras. Los criminales no sudan al cometer horrendos crímenes, ni tampoco sudan con el detector de mentiras que mide sus reacciones, por las señales de una agua electrónica que oscila a sus respuestas. La sangre fría de los asesinos no hierve con el detector. Los grandes disimuladores también aprenden a controlar sus reacciones. El Dr. Lycken informa: “Algunos individuos se impresionan mucho con estos aparatos. Otros sienten furia intensa por verse sometidos al interrogatorio... Estas sensaciones son reflejadas por la aguja con movimientos bruscos. Sin embargo el detector no puede distinguir si una persona está simplemente asustada, o por el contrario muy mortificada".

          Con rayos X, computadoras y adelantos médicos y electrónicos, con los novedosos procedimientos exploratorios, con los extraordinarios avances en los métodos de investigación, los enigmas dejan perplejos a los neurofisiólogos y neurosicólogos que trabajan con y sobre la mente humana, analizando condiciones orgánicas y psíquicas, Las impresiones en el cerebro son únicas, como las huellas digitales, y su característica irrepetible individualiza cada mente. El código genético rige una parte de nuestro proceder. No sólo estamos estructurados genéticamente. La conducta tiene un fundamento más que una explicación. Los hechos exteriores son claros retratos de motivaciones oscuras, abisales. En las dimensiones del hombre como ser individual y social las averiguaciones tienen un límite y al fondo es imposible llegar. Nuestra transparencia es relativa. Somos más bien opacas hasta para nosotros mismos. La desnudez de nuestra mímica y de nuestro lenguaje no es la desnudez del alma. Nuestro comportamiento y nuestro físico no es raro que reciban dictámenes inadecuados. El antropólogo francés Alphonse Bertillon (1853-1914), fundador del Departamento de Identidad Judicial, aplicó el sistema de las mediciones del cuerpo humano, del análisis antropométrico, y aportó uno de los tantos sistemas por los cuales la ciencia forense y las investigaciones buscan la exactitud. Antes, César Lombroso (1836-1909), antropólogo y criminalista italiano, sorprendió con la hipótesis frenológica que relacionaba la inteligencia y el carácter con la forma del cráneo. Lombroso, autor del primer argumento de antropología criminal dio a los asesinos una conformación física y un origen atávico. Para él la forma de un cráneo delataba a un asesino y, además, afirmó que las cárceles están llenas de zurdos. “Ser zurdo es un estigma de degeneración”.  Los zurdos han recibido muchos juzgamientos infames que hoy se sabe lo infundados que eran. ¿No se dice “siniestra” por la mano izquierda? Del término latino “sinister” (izquierdo) deriva la palabra siniestro y por ello, durante años, se miró con recelo a quienes ocupaban principalmente la mano izquierda. Dentro de los errores de Lombroso, cuyas doctrinas científicas fueron discutidas en su época y refutadas más tarde, hubo una luz que indujo a ciertos cambios en el Código Penal, originando reformas jurídicas y penitenciarias.

          Dicen que el rostro es uno de los medios más visibles de que dispone el hombre para comunicarse con sus semejantes, que revela facultades mentales y trastornos. La relación que existe entre el rostro y el individuo puede ser increíblemente dispar. La fealdad, o deformidad que asociamos con la maldad - como los niños para los personajes de los cuentos literarios - poco tienen que ver con la verdad. Más aún, se puede asegurar que hay demonios con cara de ángel, como poetas con cara de carniceros. Los estafadores ¿tienen cara de estafadores? Si así fuera no podrían estafar a nadie. Inspiran confianza y son agradables. Alejandro Dumas, a propósito de “La Dama de las Camelias”, manifiesta: “Cómo era posible que su ardiente vida hubiera dejado en el rostro de Margarita la expresión virginal y casi infantil que le era característica, es un problema que sólo podemos plantear, pero no resolver: Y el premio Nobel de Medicina y Fisiología, el español Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), aduce: “La simpatía y la antipatía responden “casi siempre” a un prejuicio sentimental que se basa “en una creencia vulgar” que es la siguiente: “El semblante es el espejo del alma”. La cara es casi siempre una careta, Gracias a ella la naturaleza recata las más bellas cualidades u oculta los más repugnantes defectos”.

          El rostro podría ser delator; tiene el mayor número de fibras nerviosas que mueven sus músculos. Y no lo es; absolutamente no lo es. Sería sencillo indagar por medio de la faz; semblantear. Las expresiones mentirosas están hasta en los seres más corrientes, en nosotros mismos que tenemos expresiones sociales, sonrisas y gestos que nos hacen más simpáticos y asequibles. El hombre puede ser actor y expresar lo que no siente, lo que no es, como tener naturalmente un aspecto que no dice con lo que realmente es. La revista VISIÓN, informa en mayo de 1982 que el Jefe de la Mafia que comanda en Nápoles dos mil hombres, que produce extorsiones, asesinatos, crímenes por encargo y específicas actuaciones delictuales correspondientes a mafiosos, tiene el “aspecto pacífico de un contador, viste conservadoramente y con frecuencia usa anteojos con aros de oro”, y, además “escribe pomposas y almibaradas poesías”.

          Entre nuestras amistades puede haber sádicos, homicidas, megalómanos, histéricos, paranoicos, maniáticos, desviados sexuales, y no lo sospechamos. Desde niños, al lado de nuestro banco escolar no es imposible que se haya sentado un futuro asesino Marguerite Yourcenar, en la octava edición de su novela histórica “Memorias de Adriano” (1983) reflexiona: “Todo se nos escapa, y todos, hasta nosotros mismos. La vida de mi padre me es tan desconocida como la de Adriano”. “Sé de gentes a quienes he frecuentado toda mi vida y que no reconoceré en los infiernos”. “La observación directa de los hombres es un método aún más incompleto, que en la mayoría de los casos se refiere a las groseras comprobaciones que constituyen el pasto de la malevolencia humana. La jerarquía, la posición, todos nuestros azares, restringen el campo visual del conocedor de hombres: para observarme, mi esclavo goza de facilidades totalmente distintas de las que tengo yo para observarlo; pero las suyas son tan limitadas como las mías. Casi todo lo que sabemos del prójimo es de segunda mano. Si por casualidad un hombre se confiesa, aboga por su causa, con su apología pronta. Si lo observamos, deja de estar solo”. “Nada me explica; mis vicios y mis virtudes no bastan. Una parte de cada vida, y de cada vida insignificante, transcurre en buscar las razones de ser, los puntos de partida, las fuentes”. “No perder nunca el diagrama de una vida humana, que no se compone, por más que se diga, de un horizontal y de dos perpendiculares, sino más bien de tres líneas sinuosas, perdidas hacia el infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser, y lo que fue”.

          Teniendo o no conciencia de la falsedad el hombre no es sincero porque no puede, porque su abismal interioridad le impide que unas frases, con un movimiento de cejas con gestos exagerados o casi imperceptibles esté la hondura y la complejidad de sus reacciones.

          Desmond Morris, en "El zoo humano”, refiriéndose a las leyes sancionadoras, dice: Si no lleváramos en nosotros mismos el fundamental impulso biológico de cooperar con nuestros semejantes, jamás habríamos sobrevivido como especie. Soy consciente de que existen autoridades que se manifiestan en total desacuerdo con lo que acabo de decir. Consideran al hombre inclinado por naturaleza a ser débil, codicioso y malvado, necesitado de severos códigos impuestos para que sea fuerte, comedido y bueno" “ Se ha dicho con frecuencia que “la ley prohibe a los hombres hacer lo que sus instintos lo obligan a hacer”. De ahí se sigue que, si existen leyes contra el robo, el asesinato, el estupro, entonces es que el animal humano debe ser estuprador homicida y rapaz" "Es interesante observar, de paso, cómo tratamos al delincuente: lo encerramos en una comunidad confinada, compuesta exclusivamente de delincuentes”.

          En el mundo vegetal hay maleza. Necesaria o no se extirpa de alguna manera. Es ley que la maleza debe matarse. En el mundo humano es más difícil tal decisión, porque el ser humano en algunos casos deja de ser maleza. Nadie penetra en nuestros recovecos, y ni en ellos, hay puñales y sangre la justicia toma su parte para llegar al extremo que decrete la muerte. Si el culpable demuestra arrepentimiento por la falta cometida el mal está hecho y es irreversible. Alfredo Etcheberry, abogado chileno, dictamina: “El arrepentimiento o enmienda del culpable es una circunstancia atenuante que la ley aprecia, pero que no otorga impunidad.” Así se sabe que pedir perdón está demás, que debemos hacer solamente cosas de las que no tengamos que pedir perdón. Las consecuencias legales y sociales de los actos se apartan de Fedor Dostoievski que sostiene: “Se solamente que el sufrimiento existe, que no hay culpables, que todo se encadena”  Se acercan más a Tadeus Rozewicz que dice: “Pero qué son los mandamientos divinos en el mundo de hoy, de qué sirven sin espejos, sin detectives, sin, cámaras ocultas, sin vigilantes. En el nuevo mundo son necesarios nuevos proverbios”.

          El delincuente y el juez, dos seres absolutamente incomunicados, dos realidades entre las ficciones del ejercer uno con la ley, el otro fuera de ella, se encuentran. El juez utiliza argumentos cohesionados, admisibles para resolver. El otro escucha sentencias inadmisibles que diseñan su culpa con formas que él no ve. Y ambos continúan viviendo sus realidades divergentes, inencontrables, inexplicables e inexplicadas.

          Las interrogaciones son uno de los recursos con que la justicia quiere dilucidar motivos y resultados. F. Lee Batley, abogado criminalista norteamericano explica: “Todos hacemos interrogaciones. Los padres interrogan a sus hijos, los jefes interrogan a sus subordinados, los políticos interrogan a sus acólitos y se interrogan entre sí, loa jueces a los delincuentes”. Para interrogar se requieren condiciones; hacer sentir que nadie es algo especial, y que cada uno lo es en algún sentido, ser amable, dar confianza al mismo tiempo que autoridad y mayor saber. En lo delictual hacer sentir al procesado que es culpable, sí, pero que no es bochornoso, ni vergonzante, sino víctima de una debilidad humana que cualquiera puede tener. En asuntos delictuales interrogar para descubrir la verdad es muy difícil. La persona que quiere dominar con las preguntas toma actitudes especiales. Es contraproducente hacer demasiadas preguntas. John Kord Lagemann, enseña: “La comprensión de los sentimientos de una persona, sin juzgarlos, suele tener un efecto mágico casi en ella para lograr que se franquee. Surge la verdad, y con la verdad suele venir la compenetración”. Quién utiliza bien la psicología sabe disimular qué tipo de interés lo guía para obtener las mejores respuestas.  El interrogador colocado más alto que el interrogado, sea en un Instituto de Belleza, en una casa de modas, en una sala de clases, es el que convence. Esté psíquicamente estudiado que domina quién está sentado más alto. Los profesores y los conferenciantes se hacen oír desde tarimas. Las personas que la justicia elige para que desempañen el papel de interrogadores deben sobresalir, para que el temor y la inferioridad ayuden. El criminal que pertenece a los olvidadizos, a quienes la conciencia no le remuerde, son pésimos respondedores. José María del Quinto dice: “Tal como ha sido observado en millares de casos, el criminal se asombra, a veces de que se le condene. Dentro de sí mismo no encuentra la culpabilidad suficiente. No puede, pues, arrepentirse, aceptar el castigo. Si hay hombres que no sienten problemas de conciencia, que no son víctimas del remordimiento ante hechos delictuosos atroces, parece que algo no funciona bien”. El indiferente moral, que tanto puede tener perversiones instintivas como impulsivas, detiene las respuestas hasta pesa los psiquiatras, que hoy forman parte del personal sancionador o salvador que aglutina la justicia.

          Se ha cambiado mucho en la forma descubridora que indica al culpable. Lejos, muy lejos están las prácticas del hierro y el agua hirviendo que consistía en que el acusado cogiera un hierro al rojo o metiese una mano en el agua para suponer que era culpable si pasados tres días la mano no se curaba. Otra prueba era que al acusado se le sumiera en una cuba llena de agua fría, atado de pies y manos y si flotaba se le consideraba culpable "pues el agua tendía a arrojarlo como impuro”. A Dios se le consideraba el juez por excelencia, ya que haciendo combatir al acusador y al acusado, el vencedor tenía la razón, porque así lo disponía el Ser Supremo.

          Para conocer el bien y el mal es necesario ser adulto, ser maduro y mentalmente sano. Salud mental no la tiene ningún delincuente en el momento de cometer el delito. Todo acto donde termina la sensatez tiene visos demenciales. El delincuente ¿quiere serlo? Nadie se habrá dicho, en principio “quiero ser delincuente”. Ni en esas tontas y repetidas preguntas que se le hacen a los niños: "¿qué vas a ser cuando grande?" o "¿qué quieres ser cuando grande?" Ninguno responde: “quiero ser ladrón, asesino, estafador”. Siempre se responde con lo soñado que impresiona como lindo y atractivo.

          Algunos aspectos del desarrollo pueden considerarse potencialmente crimininalógenos, se aseguró en Kioto, en 1979, en el IV Congreso de Naciones Unidas sobre Prevención del Delito y Tratamiento del Delincuente. Y el aumento de la delincuencia en la mujer y en el muchacho trazan líneas ascendentes. Mujeres-enlace en el tráfico de drogas, terroristas, acciones violentas fuera del hogar se han sumado a los parricidios, infanticidios, y a los robos de siempre. La violencia y el alcohol han dañado sus esquemas mentales diferentes a los del hombre. Se han contagiado de los estados demenciales agudos o crónicos de sus amantes, de sus corruptores.

          A medida que la civilización avanza y los inventos proliferan, los delincuentes varían sus tácticas y poderes. Como el hombre es un animal de excesos, puede morir o matar por causas nimias; le es posible morir o matar por un partido de fútbol, evidenciando así que el mayor enemigo reside en nosotros mismos.

          El antiguo Derecho Romano continúa vigente, se lo aprenden de memoria los que estudian para ser abogados. Si no ha variado ni desaparecido es porque siempre se necesitó legislar sobre transgresiones.

          Las penas que se aplican son a medias resolutivas. Para "salvar", el abogado defensor y en ocasiones el psicoanalista, para hundir, el fiscal. Mientras, el delincuente antes y después de los procesos sufre de resentimientos, y no los dirige sino a posibilidades vengativas. El hombre atrapado jamás acepta su falta de libertad. El criterio de clasificación hecho de leyes aceradas, hieren al hechor. ¿Qué le hemos de hacer? La justicia es un horno en que se quema la basura que infecta la sociedad.

 


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© Karen P. Müller Turina