Ensayo
inédito
Pepita
Turina
VERDADES
PUNZANTES
LOS
MÉTODOS PARA ENCAUZAR CONDUCTAS
LOS
METODOS PARA ENCAUZAR CONDUCTAS incluyen los represivos
donde las cárceles y los reformatorios cumplen el
papel que la justicia dispone. Los métodos de consuelo
son más utilizados por los psiquiatras y psicólogos,
como por las religiones.
Manchados
de crimen y de neurosis, los individuos de conductas
difíciles, que se presentan ante los jueces y los
psiquiatras, tienen una apariencia sucia, que los
jueces o los médicos quieren limpiar. Desempeñando
sus profesiones, poseyendo especialidad, utilizan
limpiadores que consideran eficaces. “Hasta donde
es posible remontar en la historia para estudiarla,—
reflexiona el alemán Frank Benseler (1929-
) — vemos que siempre ha sido necesario dirigir el
comportamiento humano”.
Los
delincuentes han existido siempre, y los vicios. En
la antigua civilización griega, los sofronitas tenían
por misión vigilar y guiar a los beodos con poco equilibrio.
La embriaguez era — no cabe duda — un extendido vicio
en la antigua Grecia. En el Imperio Bizantino, la
ciudad de Constantinopla fue la más corrupta, cruel
y sensual. El refinamiento y devoción de sus
habitantes no libró a Constantinopla de estas deficiencias.
La
inmoralidad está en la naturaleza humana. Buscando
estimulantes, olvidos, antes de las tabernas, en todos
los ámbitos del orbe, entre primitivos y civilizados,
el hombre descubrió el alcohol y se embriagó. Mahoma
prohibió el alcohol, a los que seguían su religión,
y por dejarlo encontraron el opio. En la prehistoria,
y en todas las épocas de la historia había homosexuales,
prostitutas, ladrones, vida inmoral.. Sin
lenguaje, sin vestuario, sin lectura, sin dinero,
sin cine, sin televisión, sin escuelas de inmoralidad
y vicios los había. Leyes morales diferentes anulan
algunas inmoralidades, algunos vicios. En ciertas
sociedades nadie se quebrantaba ni era castigado por
incesto.
¿Por
qué el hombre necesita y busca el alcohol?
Ocupó su inteligencia en destilar los frutos y sacarlo
de la uva, del maíz y de otros vegetales que
guardaban en su interior azúcares y componentes para
fabricar su extranecesidad embriagante. Los
vegetales puros los hizo impuros. De la amapola sacó
el opio y sus derivados drogadores. De otras plantas
extrajo los componentes descomponiéndolos para transformarlos
en antinaturales y viciosos. Desarrolló esa habilidad
que le dio placeres, al mismo tiempo que la destrucción
de su organismo. Beber, fumar, drogarse ¿necesidades
de su cuerpo o de su alma? Sus células invadidas,
le hicieron dar a su cerebro respuestas motivadas
por la intoxicación. Los cambios que se
producen ¿es porque están allí y se desbordan? Embriagados
los hombres se transforman, unos en pendencieros,
otros en simpatiquísimos y alegres, los callados conversan,
los tímidos se atreven. ¿Se droga o bebe para dejar
de ser lo que es, o para poder ser lo que desea? Muchos
crímenes se cometen bajo la influencia del alcohol.
¿Se llega al homicidio porque soterradamente se desea
matar, o porque cambia nuestro YO, sin que nada tenga
que ver nuestra fidedigna índole? ¿Borrachos o drogados
somos más inauténticos o más auténticos? ¿Amarra o
desamarra la invasión de sustancias perturbadoras
en nuestro cuerpo?
Nada
puede inducirnos a ser lo que no somos, ni aún hipnotizados.
Pero, una mujer casta, bajo el mandato de la hipnosis
puede desnudarse en público, haciéndole creer que
está sola en su dormitorio. Ser no, pero hacer sí.
Quienes saben actuar sobre caracteres débiles o circunstancias
atemorizadoras logran resultados. Mujeres poco sexuales,
por amor o temor, se dejan corromper por sus maridos
o amantes. Aprenden aberraciones sexuales y odiándolas
tienen que realizarlas, y nunca, nunca llegan a gustarlas,
a disfrutarlas. Padres dominantes —el corregidor Zañartu
en tiempos de la colonia — obligó a sus hijas a ser
monjas. Y lo fueron por obediencia, porque
no podían rebelarse de la fuerte autoridad paterna.
Por presiones familiares muchos estudian y ejercen
profesiones que no les gustan. ¡Tantas cosas que se
hacen. no dependen de la voluntad persona! Es arduo,
y en ocasiones imposible, evadirse de la cultura a
la que se pertenece. Circunstancias históricas en
que toca vivir impiden preferencias o rechazos.
Antes
que se plantearan teorías, antes que las eficacias
descubridoras se acercaran a lo que hacemos y por
qué lo hacemos, antes de que nadie se dedicara a investigar,
a explicar el comportamiento humano, antes de aclarar,
justificar, condenar las oscuras razones, antes que
los abogados hicieran defensas y los fiscales hundieran,
imponiendo sus conocimientos, antes del psicoanálisis,
la capacidad de resistencia de los habitantes de este
planeta rebasó límites y la imposibilidad de sustraerse
a los aconteceres los llevó a la enfermedad o a la
delincuencia. Alexander Mitscherlich, profesor y director
de la Psychomatischen Universitälsklink (clínica universitaria
de la Universidad de Heidelberg), relacionando la
delincuencia con las enfermedades psicosomáticas aclara:
“ Es cierto que la medicina dispone de un sistema
de diagnósticos sumamente desarrollado y de técnicas
operatorias asombrosas, pero esto no lo ha humanizado,
antes bien puede decirse que cada vez entiende menos
a sus pacientes".
Con
los perfiles psicológicos que se hacen de los individuos,
se responde sólo a veces a la necesidad de normas
que estudien y resuelvan los problemas del hombre.
Los
sentimientos más que la razón priman en la conducta.
No
son los delincuentes los que recurren a las consultas
de psicólogos, siquiatras y demás especialistas que
tengan que ver con la psiquis. Los médicos que tratan
a los delincuentes no los busca directamente el afectado,
sino los abogados defensores que quieren salvar a
sus clientes alegando que son enfermos. El delincuente
no busca el origen de sus desviaciones, y rara vez
quiere dejar de hacer lo que hace; no anhela el aburrimiento
de ser un hombre de bien. Los reos sólo aceptan que
se les considere enfermos para aminorar días de encarcelamiento
o para salvarse de la pena de muerte. Los delincuentes
“sueltos”, a quienes no han alcanzado las tenazas
de la justicia, jamás acuden al consultorio de aquellos
a quienes se considera salvadores de las trizaduras
psíquicas. Las prostitutas no recurren a un psiquiatra
que las libre de ese mal. Ellas consideran su “trabajo”
como un medio de ganarse la vida. Ejercen. una profesión
rentable ¿eso es una, enfermedad?
El
psicoanalista es el interrogador y el escuchador.
En los confesionarios los sacerdotes católicos eran
los escuchadores de nuestros “pecados”. Y para confesarse
no había que pagar en dinero, sólo en penitencias.
Lejos de la abogacía y la magistratura, libre de contactos
forenses, el psiquiatra atiende otra clase de pacientes,
formula sus preguntas y da respuestas diagnostizadoras.
Al
difundirse los descubrimientos del psicoanálisis,
Se instalaron en todos los países clínicas psicoanalíticas,
donde millares de hombres y mujeres enfermos psíquicamente,
se tendieron en el diván del psiquiatra, o se dejaron
hipnotizar para que asomara el revés de sus conflictos.
Las zozobras psíquicas se agarraron al salvavidas
del psicoanálisis. Algunos se salvaron y por ello
los especialistas vieron crecer su clientela. Las
depresiones, las incapacidades de adaptación, las
dificultades sexuales y otras angustias parecieron
aliviarse rompiendo las ocultas cadenas del subconsciente,
librando de fantasmas. Sorpresas inimaginables
surgieron en las confesiones. Se remeció la pureza
de la infancia. Desde la cuna éramos impuros y los
atisbos iban graduando nuestros conocimientos y nuestros
deseos, La sinceridad más entrañable dibujó, como
en una tela en blanco, los colores sombríos
de la intimidad. El decoro tambaleó todos los que
acudieron a la consulta del psicoanalista, no vacilaron
en desnudarse.
El
psicoanálisis propuso cambios en el sistema de escuchar
y tratar a sus consultantes y dedicarse también a
los que no buscaron por sí solos respuestas médicas.
Con los delincuentes se probaron tácticas hasta entonces
desconocidas. Las oportunidades fueron creciendo y
la justicia apadrinó informes psicoanalíticos. La
medicina forense que se preocupó primero sólo de cadáveres,
en que los dentistas empezaron a tomar parte, refiriéndose
a la dentadura y a los trabajos que en ella se habían
efectuado, saltó a los seres. Mucho más interesante
es tratar con seres vivos y no con cadáveres. Ya no
el asesinado sino los asesinos, sus cuerpos, sus almas,
sus mentes en ebullición fueron examinadas. Los pensamientos
no se ven en el cerebro vivo ni muerto, pero los cambios
que provocan en la conducta de los existentes, señalaron
aciertos que los jueces y abogados tomaron en cuenta.
La
capacidad de respuesta del psicoanálisis, el aporte
a la antropología, los métodos utilizados: herencia,
tests, grafología, manchas de tinta, psicógramas,
hipnotismo, sueños ayudaron a las observaciones controladas.
Se tomó mucho en cuenta la dimensión relevante de
las palabras. Se instauró un diálogo aproximativo.
Un adjetivo de formación reciente (1969) se empleó
en psicología, cine, televisión, medios audiovisuales
y otras prácticas rastreadoras. Ese adjetivo, SUBLIMINAL,
que viene de “limen” (umbral), se refiere a las percepciones
inconscientes, por debajo del umbral, o nivel de percepción
consciente. En la redacción de informes psicológicos,
psiquiátricos, psicoanalíticos fue utilísimo.
Lo
inaccesible del subconsciente hace que sea imposible
“relatarlo” El lenguaje, no crece explorando
la intimidad, reflotando la memoria. Cómo hallar detrás
de lo que se muestra, o puede mostrarse, lo que se
oculta hasta para el paciente mismo. En la naturaleza
del paciente ignaro, ciertas excitaciones no alcanzan
a ser conscientes, ni externas, ni expresables. El
ignaro no tiene formas orales, no tiene idioma audible.
Las fibras descarnadas de sus anudamientos es imposible
que las pueda desatar, para que las analice un escuchador,
Ni un filósofo griego hubiera podido hacerlo,
ya que el psiquiatra de lo que oye extrae conclusiones,
como si las palabras fueran cuerdas vibrátiles de
las cuales se extraen melodías.
Detrás
de las posibles respuestas, los motivos ignorados
por el propio hechor, distancian las averiguaciones
exactas. El delincuente muchas veces cree que hace
bien robar un banco, robar a los ricos, consentir
que otro cometa un delito. La tortura moral entonces
no se presenta. La conciencia no se altera, en la
frialdad de un homicida, que planeo la muerte ajeno
al miedo del hecho y al arrepentimiento posterior.
Ciertamente, albergar una conciencia atormentadora
no es característica de todos los que transgreden
las leyes. Además, el delincuente es un esperanzado;
confía en que no será descubierto. Sergio Baeza P.,
en un artículo publicado en 1984, titulado “La experiencia
y la esperanza” anota: “La esperanza malogra, porque
el delincuente cree que puede quedar impune o piensa
que el objetivo tenido en vista al cometer el hecho
ilícito puede reportarle un beneficio superior al
daño de la pena”. “Piénsese, por ejemplo, que el castigo
de los delitos, en cuanto busca la ejemplarización
o intimidación, si realmente lograra estos objetivos,
y los conseguiría si actuara el factor conductual
de la experiencia, produciría una evidente disminución
de los mismos”. “Si realmente estuviéramos dirigidos
por la experiencia,
jamás manejaríamos a más de noventa kilómetros en
los caminos y no esperaríamos para bajar a dicha velocidad
que los vehículos que viajan en nuestra contra nos
anunciaran, con señales luminosas, la presencia de
la policía más adelante”. La revista LIFE publicó
que: “ En cierta época Inglaterra llegó al punto de
ahorcar a los carteristas a la vista del pueblo, y
mientras, allí mismo, otros rateros sondeaban las
faltriqueras de los espectadores”.
Durante
el tiempo que sigue al hecho, el victimario solo se
preocupa de buscar coartadas, huir de la justicia,
burlarla y aún envanecerse por ello. La conciencia
no asoma en un ser tan ocupado en buscar recursos
de escondite. Y, al ser descubierto e interrogado
continúa escondiéndose. Y como en el subconsciente
el remordimiento no ha marcado huellas, en las interrogaciones
psiquiátricas responde mal, no deliberadamente sino
por ausencia de una voz interior sancionadora.
Homicidas con remordimiento los hay. Me refiero
a quienes les falta ese rasguño, ese rumiar atormentador,
y que ante el psiquiatra no pueden dar a conocer lo
que desconocen, lo que no tienen dentro de sí.
El
psiquiatra no se adhiere a las huellas concretas que
interesan a los laboratorios policiales: dientes,
labios, dedos, uñas, sangre, pasos. Trabaja con los
desdibujados secretos incisos en el pasado más que
en el presente. Sabrá que el hombre de hoy es el resultado
del ayer y supondrá que su conducta está supeditada
e los indicadores psiquiátricos: Complejo de Edipo,
frustraciones infantiles, sexo más que nada.
Una
mente de doctor en medicina y no de policía es la
del psiquiatra, un detective sui generis, un espiólogo
que mira los intersticios de nuestro ser privado de
entrar en el laberinto la psiquis; un laberinto cerrado
al que no es posible entrar ni salir. El que la lleva
no vive un ella; vive con ella.
El
fluir de una confesión deslucida por la indigencia
de pensamientos y palabras, hace que el psiquiatra
detecte evidencias pobres. El que no tiene terror
de hechos canallescos es cínico, desnaturalizado y
la mentalidad organizada del psiquiatra se pierde
en la desorganización del ignorante que siendo cobarde
tiene el valor de herir, de hacer daño creyendo que
es necesario.
No
faltan conciencias que poco estorban. Si el criminal
fuera una persona sensible, sería incapaz de hacer
lo que hizo y luego despreocuparse. Sería un atormentado
en el día y un desvelado en la noche. Las reacciones
de un asesino son anormales al cometer el crimen y
al ser investigado. En las informaciones que aparecen
redactadas por el profesor de la Universidad Británica
de Columbia, Robert D. Hare, basado en teorías e investigaciones
sobre LA PSICOPATIAS, se lee, que no son los psicópatas
los únicos antisociales carentes de prejuicios, que
los trastornos emocionales y las frustraciones abruman
cambiando la conducta.
La
capacidad de resistencia ha decrecido en las actuales
condiciones de vida, haciendo aumentar los males con
una cantidad de problemas que no los puede resolver
el psicoanálisis; la febrilidad desorbitada; la avidez
de consumo, las ansias de alcanzar cúspides, la mecanización,
la tecnificación, la masificación, el ruido, el smog,
los acelerados cambios sociales, el carácter absurdo
de muchos de ellos, genera enfermedades psicosomáticas.
Nuestros males de hoy no tienen que ver sólo con la
hipófisis o glándula pituitaria, que en la parte inferior
del cerebro secreta hormonas y hace que seamos gigantes
o enanos, gordos o delgados, apetentes o inapetentes,
perezosos, retrasados mentales, apáticos o fogosos
sexuales. Sabemos que el hombre y sus adelantos son
una red de variables. Lástima que los errores siguieron
a los descubrimientos.
Las
discusiones sobre el psicoanálisis, las teorías y
terapias reconocieron que el psicoanálisis, al ser
más que un todo terapéutico es un método denunciante
y restringido. Expandiéndose más allá de la medicina,
filósofos lo utilizaron. Jean Paul Sartre, con sus
principios del “psicoanálisis existencial” pensó:
“que el hombre es una totalidad y no una colección;
que en consecuencia, él se exprime entero en el más
insignificante y el más superficial de sus procederes,
dicho de otro modo, que él no tiene un gesto, un tic,
un acto humano que no sea "revelador”. Entonces
¿por qué el poeta-músico alemán Ernst Theodor Hoffman
(1776-1822), pudo decir: Soy lo que parezco y no parezco
lo que soy”, Entonces, para qué se ha inventado el
detector de emociones? Dos investigadores de la Universidad
de Harvard, en 1979, lo perfeccionaron para llegar
al conocimiento de las seis emociones fundamentales
que el adulto oculta y que sólo en el niño es posible
conocerlas por la expresión del rostro: dicha, tristeza,
miedo, ansiedad, desagrado, sorpresa.
Simplificar
las cosas es arrogancia. Nada hay simple sino para
aquellos que no tienen contorno. Esa ciencia que se
llama Psicología no es saber total: es técnica de
investigación, orientación, búsqueda y descubrimiento,
indagación de pasiones internas, pero basadas en expresiones
internas y “codificadas”. El psicólogo fracasa ante
los simuladores y ante quienes les falta poder expresivo
o apercepción. La psicología es un “se supone”.
Las técnicas que emplea son falibles, porque el psicólogo
es un imperfecto individuo humano. Los mundos inmersos
del subconsciente, cuyo rango modificó la imagen del
hombre, son rompecabezas que se manipulan y se logra
armar mal. La PSICOLOGIA y el PSICOANALISIS, nudos
de un mismo tronco, o ramas de un mismo árbol, se
basan, más que nada, en los acontecimientos de la
infancia y la cristalización psíquica alrededor de
esos aconteceres. Cada tanto tiempo aparecen nuevas
técnicas que tratan de medir, evaluar, curar. Entre
ellas la sofrología, la terapia gestáltica, la sicotrónica,
el sociograma, el psicodrama, la logoterapia, y otras
terapias semi-fantásticas. El Análisis Transaccional
permite orientarse en la topografía interna de la
mente, analizar el propio comportamiento y la Terapia
Guestáltica es un método para descubrir las partes
fragmentadas de nuestra personalidad y las potencialidades
menos conocidas.. Métodos para comprender nuestro
Yo, la presencia invisible y constante de nuestros
YOOS, para utilizarlos, activarlos, no sólo en momentos
especiales, que rara vez o nunca llegan, sino en la
vida diaria.
Alvin
Toffler (1928- ), el futurista canadiense, escribe:
“En el campo de la salud mental, los psicoterapeutas
buscaron formas de curar a la “persona total” empleando
la terapia "Gestalt". Se produjo una auténtica
explosión de terapia "Gestalt", y su práctica
se extendió por todos los puntos de los Estados Unidos.
El objetivo de esta actividad era, según el psicoterapeuta
Frederick S. Pearls, “incrementar el potencial humano
mediante el proceso de integración” de la conducta
sensorial del individuo, sus percepciones y sus relaciones
con el mundo exterior”. En Medicina ha surgido un
movimiento de “salud totalista”. Hace unos años —informa
Science — habría sido inimaginable que el Gobierno
Federal prestara su patrocinio a una conferencia sobre
la salud que abordaba temas tales como curación por
la fe, iriología, acupresión, meditación budista y
electromedicina”. Desde entonces se ha producido una
virtual explosión de interés por métodos y sistemas
alternativos de curación”, todos los cuales quedan
incluidos bajo la denominación de “salud totalista”.
Buscando
y encontrando métodos que aliviaran o hicieran desaparecer
las perturbaciones, por los cuales se puso en práctica
la imposición de manos, la astrología, la hidroterapia,
las plegarias, los ensalmos y los increíbles medicamentos
y prácticas de la medicina folklórica, llegando a
la psicología y al psicoanálisis que desarrolló hasta
la terapia de grupo en que se trasvasaría la soledad,
desoyendo la verdad de que el hermetismo y la individualidad
humana no tiene voz de grupo.
Las
terapias biológicas produjeron la psicocirugía, el
electroshock y el uso de drogas. El Dr. francés Jean
Thuillier, en su importante libro ‘El nuevo rostro
de la locura”, ofrece la historia del tratamiento
de las enfermedades nerviosas y mentales, para enseñar
que la psicofarmacología cambia las conductas, ordenando
controles y descontroles en nuestro organismo.
Fuera
de todos los tratamientos, métodos y recursos, lo
particular, principalmente los padres, modelaron o
quisieron modelar la vida de sus hijos. El filme de
Ingmar Bergman "Fanny y Alexander” que recibió
en 1984 el premio OSCAR, a la mejor película extranjera,
es una muestra de la felicidad o la infelicidad que
marca la vida de un niño, según los criterios que
lo forman. Igualmente, como se trata de una película
con toques autobiográficos del director, comprendemos
que educado en severidades religiosas, sometido a
una pedagogía en que la culpa y el pecado son ejes
centrales para “formar” a las “almas sanas”, él —
lo sabemos, porque se ha divulgado mucho su vida —
tiene grandes dudas sobre Dios, es un hombre de muchos
matrimonios y turbulentos amores, y ni siquiera como
ciudadano es un dócil pagador de impuestos, y hasta
quiso abandonar Suecia por rechazo a esas imposiciones.
Si
se formaran “almas sanas” por padres estrictos, la
estrictez sería la educación más acertada y de mejores
resultados. La disciplina y la jerarquía trazan normas,
pero uno de los aciertos de Freud es su escepticismo,
grabado en una de sus frases: “Hay tres tareas imposibles:
gobernar, educar y curar”.
Lo
que la familia inculca se deslíe después en una sociedad
en que coexisten varias “verdades” y, entre ellas,
para la verdad policial es necesario valorizar otros
elementos,
¿A
qué se debe el descarrío? Ni los científicos más adiestrados
dan la respuesta. Sociólogos, psicólogos, psiquiatras,
jueces, abogados, hurgando y hurgando sólo encuentran
algunas raíces de los actos delictuosos, de la personalidad
delictiva y el peligro del daño que se causa a la
sociedad. Antes que nada, el delito debe ser castigado.
Summun
jus, summa injuria (El derecho más estricto es la
máxima injusticia) —dice Cicerón. Esta frase latina
da a entender que la interpretación y aplicación rigurosa
de la ley, representa, a veces una iniquidad. Toda
estrictez y seguridad es injusticia.
A
la justicia la representan alegóricamente como una
Diosa ciega. La justicia no debe ser ciega. Tantas
veces la justicia no acierta, porque los que la ejercen,
al ser ellos justos y normales, desconocen al hombre
llevado por exacerbaciones emocionales, por arrebatos
perturbadores. A la justicia le falta generosidad
y le sobra sanción.
René
Vergara (1918-1981), perito en esos asuntos, autor
de varios libros relacionados con crímenes opina:
“Cómo pueden ponerse por escrito, en el código,
las infinitas variedades y variantes conductuales
de víctimas, victimarios, policías, abogados, jueces,
testigos, peritos, secretarios, actuarios, ministros
y gendarmes? Los crímenes ajenos son demasiados para
pesquizarlos de verdad”.
El
crimen perfecto tal vez no exista. Sólo que los malhechores
no descubiertos son muchos. Los imponderables que
están en todas las posibilidades humanas se presentan
en un crimen y en su pesquisa.
La
palabra autorizada de René Vergara, que además de
escritor y ensayista fue profesor de criminalística
y director de policía científica, afirma: “Los que
parcialmente estudian el delito, como si el crimen
pudiera ser dividido: criminólogos (causas), criminalísticos
(efectos), legisladores (códigos apellidados “penales")
médicos legistas (causas de muerte), sociólogos (diferencias
socioeconómicas), psicólogos (alma y conducta), etc.,
poseen indudablemente, parte de la verdad histórica
del horrible-crimen; pero, el criminal sigue su marcha
ascendente. Algo falta en nuestras esencias. En el
ya viejo y espeluznante juego del delito y pesquisa,
algunos investigadores, sin quererlo ni esperarlo,
se encuentran con los mismos crímenes de ayer... y
todo es nuevo, y el hecho, siendo el mismo, es otro".
Los
jueces y abogados que tienen acceso a las conductas
delictuales son, fragmentarios reveladores de las
extrañas condiciones componen los delitos.
El
escritor y filósofo alemán Hermann de Keyserling
(1880-1946) pensó: “Cada hombre viene al mundo con
disposiciones naturales determinadas, de la que no
es responsable y que no puede cambiar. Es un contrasentido
manifiesto poner exigencias, formular mandatos, juzgar
allí donde se trata de dones naturales puros y simples,
donde por consecuencia no existe responsabilidad.
La jurisprudencia de inspiración romana lo tiene bien
en cuenta cuando enseña que “ el móvil testimonia
en descargo, el carácter como cargo”.
La
antropología constitucional estudia las predisposiciones
corporales a ciertas enfermedades y también a las
conductas “Si yo supiera por qué maté” se ha lamentado
más de un homicida. “Haga algo para que yo no haga
estas cosas” — le han rogado a los psicólogos, tantas
víctimas de esa fuerza arrebatadora que desequilibra
los impulsos. Todos tenemos deseos de matar, a veces,
deseos de robar, a veces, de hacer un mal contra alguien
o contra la sociedad. No llegamos a ser delincuentes
porque no lo llevamos a cabo. Tenemos reflexión, medimos
las consecuencias, sabemos dominarnos. Es más fuerte
nuestro poder moderador.
La
justicia sólo trabaja con pruebas. ¿Qué se puede probar
en lo que hace quien delinque? Se puede probar lo
que hizo, pero el por qué está distante de las pruebas
evidentes que la justicia esgrime. Filósofos, psicólogos,
escritores, han trabajado para probar verdades. Nos
conmueven, los conocimientos del pensar reflexivo
y descubridor, pero siempre, S I E M P R E, más allá
hay una puerta cerrada, infranqueable, ante la que
se ha golpeado, se ha empujado y ante la cual detiene
la perplejidad.
Jorge
Luis Borges en las frases numeradas de “Fragmentos
de un evangelio apócrifo”, anota: 10.- Bienaventurados
los que no tienen hambre de justicia, porque saben
que nuestra suerte, adversa o piadosa, es obra del
azar, que es inescrutable. 18.- Los actos de los hombres
no merecen ni el fuego ni los cielos.
El
enorme potencial de las fuerzas irresistibles y la
ambigüedad de las motivaciones hace que sea discutible
si se merece o no castigo. No debe haber castigo donde
no hay culpa, debe haberlo cuando la hay, pero, ¿qué
clase de castigo? La realidad delictual está sujeta
a un código. Pero al individuo i-rre-pe-ti-ble no
se le puede sujetar a un re-pe-ti-do código. El delincuente
siempre es peligroso. Las cárceles sirven entonces
para apartarlo de la sociedad. La sociedad se libra
así de un peligro suelto. Sólo que el encierro vengativo
no regenera y que un criminal puede madurar más en
la cárcel como tal. Los daños que la prisión provoca
agudizan problemas ¿Cuál es el tratamiento o los tratamientos
justos y útiles para con los que necesitan ser reformados.
Hay delincuentes corregibles e incorregibles. Hasta
ahora montones de reincidentes salen de las cárceles
para volver a sus fechorías. Como para vengarse anhelan
la libertad, y no para hacer una vida mejor.
Los
sistemas de represión son mundialmente humillantes
y producen rebeldía. Un anónimo presidiario, interrogado
al respecto dijo: "La sociedad tiene el deber
de castigar a los culpables. Pero no tiene el derecho
de acabar de desmoralizarlos, de mancillarlos pera
siempre, de envilecerlos sin remedio”.
Los
daños que la prisión provoca agudizan los problemas.
Es necesario reconocer que la pena - la cárcel
- intimida a un número reducidísimo de personas.
Las menos peligrosas. Con respecto a los más dañosos
no produce mayor efecto. La cárcel únicamente impide
que el delincuente vuelva a violar la ley mientras
cumple su condena.
A
través de la historia de las torturas se ha variado
la forma, y, mostrando error de "antes"
se aplican, errores de "ahora". Todavía
no ha aprendido el ser humano a ser consecuente con
sus semejantes, implantar reformas sin torturar. Y
es muy extraña que se acepte que hay causas “nobles”
para matar, que por justicia o por guerra es un derecho,
una defensa, una salvación, que matar por justicia
o por guerra no es matar.
La
incomunicación, medio cruel de encarcelamiento, por
qué tiene que ser en una pequeñisima habitación oscura
en la que se enceguece, en que las necesidades fisiológicas
sólo se aceptan en horas establecidas, en que las
condiciones del condenado se rebajan a lo más humillante?
¿No basta con incomunicar, dando soledad,
prohibición de hablar y otras disposiciones más humanas
de aislamiento? Y al aplicar la pena de muerte, las
ejecuciones nunca han dejado de ser atroces, trátese
de la hoguera, la crucifixión, el garrote, la guillotina,
el ahorcamiento, la silla eléctrica, el gas letal,
y ahora último la inyección de drogas, parecidamente
a las que el veterinario utiliza para matar perros
o gatos viejos o enfermos.
A
los crímenes pasionales se les disminuye sanción ¿Por
qué? La ansiedad sexual exacerbada es una pasión más.
Todos los crímenes son pasionales. Todos los fanatismos
son pasión. Los dramas de la pasión producen situaciones
agobiantes que impiden diferenciar si es más noble
matar por celos de amor, que por odio, por religión,
por política, por dinero o ansias de poder o por otras
causas inductoras trastornantes.
Para
pesquisar las culpas o la tendencia a las desviaciones,
se ha recurrido a métodos que parecieron acertados,
que se aplicaron con rigor científico y en los que
hubo confianza. Cuando se mata “ amor” en verdad es
por un amor colérico, el amor-amor no alcanza esos
grados. Gastón Bachelard, analizando la psicología
de lo cólera que “la cantidad de estados psicológicos
que pueden ser proyectados es mucho más grande en
la cólera que en el amor".
Los
diferentes sondeos no han entregado adquisiciones
definitivas. Entre ellas la raíz de las aptitudes,
las causas múltiplas de los desajustes. Todos han
producidos dudas y confusión.
El
detector de mentiras se usó mucho en los métodos indagatorios
de la justicia. El año 1920, en Estados Unidos se
creó este aparato y. cincuenta años después David
T. Lycken, Dr. en psiquiatría, profesor de sicología
lo demuele diciendo: “Este artefacto no prueba nada.
Más del cincuenta por ciento de los inocentes no pasa
la prueba. ¡Y muchos culpables pueden burlar el sistema”.
El
Detector de Mentiras, para interrogar a los sospechosos
mide electrónicamente, por medio de dos electrodos
que se conectan al cerebro del paciente, para medir
el sudor, la presión arterial, la respiración. Y,
si al paciente se le acelera el pulso o suda, en respuesta
a las preguntas que se le hacen ES CULPABLE. Pero
el Dr. Lycken critica: “El único detalle exacto que
puede determinar el perito es si una pregunta perturba
más que otras al sujeto, pero no el motivo”.
Tanto
la máquina como el interrogado, son incapaces de captar
las señales físicas de las mentiras. Los criminales
no sudan al cometer horrendos crímenes, ni tampoco
sudan con el detector de mentiras que mide sus reacciones,
por las señales de una agua electrónica que oscila
a sus respuestas. La sangre fría de los asesinos no
hierve con el detector. Los grandes disimuladores
también aprenden a controlar sus reacciones. El Dr.
Lycken informa: “Algunos individuos se impresionan
mucho con estos aparatos. Otros sienten furia intensa
por verse sometidos al interrogatorio... Estas sensaciones
son reflejadas por la aguja con movimientos bruscos.
Sin embargo el detector no puede distinguir si una
persona está simplemente asustada, o por el contrario
muy mortificada".
Con
rayos X, computadoras y adelantos médicos y electrónicos,
con los novedosos procedimientos exploratorios, con
los extraordinarios avances en los métodos de investigación,
los enigmas dejan perplejos a los neurofisiólogos
y neurosicólogos que trabajan con y sobre la mente
humana, analizando condiciones orgánicas y psíquicas,
Las impresiones en el cerebro son únicas, como las
huellas digitales, y su característica irrepetible
individualiza cada mente. El código genético rige
una parte de nuestro proceder. No sólo estamos estructurados
genéticamente. La conducta tiene un fundamento más
que una explicación. Los hechos exteriores son claros
retratos de motivaciones oscuras, abisales. En las
dimensiones del hombre como ser individual y social
las averiguaciones tienen un límite y al fondo es
imposible llegar. Nuestra transparencia es relativa.
Somos más bien opacas hasta para nosotros mismos.
La desnudez de nuestra mímica y de nuestro lenguaje
no es la desnudez del alma. Nuestro comportamiento
y nuestro físico no es raro que reciban dictámenes
inadecuados. El antropólogo francés Alphonse Bertillon
(1853-1914), fundador del Departamento de Identidad
Judicial, aplicó el sistema de las mediciones del
cuerpo humano, del análisis antropométrico, y aportó
uno de los tantos sistemas por los cuales la ciencia
forense y las investigaciones buscan la exactitud.
Antes, César Lombroso (1836-1909), antropólogo y criminalista
italiano, sorprendió con la hipótesis frenológica
que relacionaba la inteligencia y el carácter con
la forma del cráneo. Lombroso, autor del primer argumento
de antropología criminal dio a los asesinos una conformación
física y un origen atávico. Para él la forma de un
cráneo delataba a un asesino y, además, afirmó que
las cárceles están llenas de zurdos. “Ser zurdo es
un estigma de degeneración”. Los zurdos
han recibido muchos juzgamientos infames que hoy se
sabe lo infundados que eran. ¿No se dice “siniestra”
por la mano izquierda? Del término latino “sinister”
(izquierdo) deriva la palabra siniestro y por ello,
durante años, se miró con recelo a quienes ocupaban
principalmente la mano izquierda. Dentro de los errores
de Lombroso, cuyas doctrinas científicas fueron discutidas
en su época y refutadas más tarde, hubo una luz que
indujo a ciertos cambios en el Código Penal, originando
reformas jurídicas y penitenciarias.
Dicen
que el rostro es uno de los medios más visibles de
que dispone el hombre para comunicarse con sus semejantes,
que revela facultades mentales y trastornos. La relación
que existe entre el rostro y el individuo puede ser
increíblemente dispar. La fealdad, o deformidad que
asociamos con la maldad - como los niños para
los personajes de los cuentos literarios - poco tienen
que ver con la verdad. Más aún, se puede asegurar
que hay demonios con cara de ángel, como poetas con
cara de carniceros. Los estafadores ¿tienen
cara de estafadores? Si así fuera no podrían estafar
a nadie. Inspiran confianza y son agradables. Alejandro
Dumas, a propósito de “La Dama de las Camelias”, manifiesta:
“Cómo era posible que su ardiente vida hubiera dejado
en el rostro de Margarita la expresión virginal y
casi infantil que le era característica, es un problema
que sólo podemos plantear, pero no resolver: Y el
premio Nobel de Medicina y Fisiología, el español
Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), aduce: “La simpatía
y la antipatía responden “casi siempre” a un prejuicio
sentimental que se basa “en una creencia vulgar” que
es la siguiente: “El semblante es el espejo del alma”.
La cara es casi siempre una careta, Gracias a ella
la naturaleza recata las más bellas cualidades u oculta
los más repugnantes defectos”.
El
rostro podría ser delator; tiene el mayor número de
fibras nerviosas que mueven sus músculos. Y no lo
es; absolutamente no lo es. Sería sencillo indagar
por medio de la faz; semblantear. Las expresiones
mentirosas están hasta en los seres más corrientes,
en nosotros mismos que tenemos expresiones sociales,
sonrisas y gestos que nos hacen más simpáticos y asequibles.
El hombre puede ser actor y expresar lo que no siente,
lo que no es, como tener naturalmente un aspecto que
no dice con lo que realmente es. La revista VISIÓN,
informa en mayo de 1982 que el Jefe de la Mafia que
comanda en Nápoles dos mil hombres, que produce extorsiones,
asesinatos, crímenes por encargo y específicas actuaciones
delictuales correspondientes a mafiosos, tiene el
“aspecto pacífico de un contador, viste conservadoramente
y con frecuencia usa anteojos con aros de oro”, y,
además “escribe pomposas y almibaradas poesías”.
Entre
nuestras amistades puede haber sádicos, homicidas,
megalómanos, histéricos, paranoicos, maniáticos, desviados
sexuales, y no lo sospechamos. Desde niños, al lado
de nuestro banco escolar no es imposible que se haya
sentado un futuro asesino Marguerite Yourcenar, en
la octava edición de su novela histórica “Memorias
de Adriano” (1983) reflexiona: “Todo se nos escapa,
y todos, hasta nosotros mismos. La vida de mi padre
me es tan desconocida como la de Adriano”. “Sé de
gentes a quienes he frecuentado toda mi vida y que
no reconoceré en los infiernos”. “La observación directa
de los hombres es un método aún más incompleto, que
en la mayoría de los casos se refiere a las groseras
comprobaciones que constituyen el pasto de la malevolencia
humana. La jerarquía, la posición, todos nuestros
azares, restringen el campo visual del conocedor de
hombres: para observarme, mi esclavo goza de facilidades
totalmente distintas de las que tengo yo para observarlo;
pero las suyas son tan limitadas como las mías. Casi
todo lo que sabemos del prójimo es de segunda mano.
Si por casualidad un hombre se confiesa, aboga por
su causa, con su apología pronta. Si lo observamos,
deja de estar solo”. “Nada me explica; mis vicios
y mis virtudes no bastan. Una parte de cada vida,
y de cada vida insignificante, transcurre en buscar
las razones de ser, los puntos de partida, las fuentes”.
“No perder nunca el diagrama de una vida humana, que
no se compone, por más que se diga, de un horizontal
y de dos perpendiculares, sino más bien de tres líneas
sinuosas, perdidas hacia el infinito, constantemente
próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído
ser, lo que ha querido ser, y lo que fue”.
Teniendo
o no conciencia de la falsedad el hombre no es sincero
porque no puede, porque su abismal interioridad le
impide que unas frases, con un movimiento de cejas
con gestos exagerados o casi imperceptibles esté la
hondura y la complejidad de sus reacciones.
Desmond
Morris, en "El zoo humano”, refiriéndose a las
leyes sancionadoras, dice: Si no lleváramos en nosotros
mismos el fundamental impulso biológico de cooperar
con nuestros semejantes, jamás habríamos sobrevivido
como especie. Soy consciente de que existen autoridades
que se manifiestan en total desacuerdo con lo que
acabo de decir. Consideran al hombre inclinado por
naturaleza a ser débil, codicioso y malvado, necesitado
de severos códigos impuestos para que sea fuerte,
comedido y bueno" “ Se ha dicho con frecuencia
que “la ley prohibe a los hombres hacer lo que sus
instintos lo obligan a hacer”. De ahí se sigue que,
si existen leyes contra el robo, el asesinato, el
estupro, entonces es que el animal humano debe ser
estuprador homicida y rapaz" "Es interesante
observar, de paso, cómo tratamos al delincuente: lo
encerramos en una comunidad confinada, compuesta exclusivamente
de delincuentes”.
En
el mundo vegetal hay maleza. Necesaria o no se extirpa
de alguna manera. Es ley que la maleza debe matarse.
En el mundo humano es más difícil tal decisión, porque
el ser humano en algunos casos deja de ser maleza.
Nadie penetra en nuestros recovecos, y ni en ellos,
hay puñales y sangre la justicia toma su parte para
llegar al extremo que decrete la muerte. Si el culpable
demuestra arrepentimiento por la falta cometida el
mal está hecho y es irreversible. Alfredo Etcheberry,
abogado chileno, dictamina: “El arrepentimiento o
enmienda del culpable es una circunstancia atenuante
que la ley aprecia, pero que no otorga impunidad.”
Así se sabe que pedir perdón está demás, que debemos
hacer solamente cosas de las que no tengamos que pedir
perdón. Las consecuencias legales y sociales de los
actos se apartan de Fedor Dostoievski que sostiene:
“Se solamente que el sufrimiento existe, que no hay
culpables, que todo se encadena” Se acercan más a
Tadeus Rozewicz que dice: “Pero qué son los mandamientos
divinos en el mundo de hoy, de qué sirven sin espejos,
sin detectives, sin, cámaras ocultas, sin vigilantes.
En el nuevo mundo son necesarios nuevos proverbios”.
El
delincuente y el juez, dos seres absolutamente incomunicados,
dos realidades entre las ficciones del ejercer uno
con la ley, el otro fuera de ella, se encuentran.
El juez utiliza argumentos cohesionados, admisibles
para resolver. El otro escucha sentencias inadmisibles
que diseñan su culpa con formas que él no ve. Y ambos
continúan viviendo sus realidades divergentes, inencontrables,
inexplicables e inexplicadas.
Las
interrogaciones son uno de los recursos con que la
justicia quiere dilucidar motivos y resultados. F.
Lee Batley, abogado criminalista norteamericano explica:
“Todos hacemos interrogaciones. Los padres interrogan
a sus hijos, los jefes interrogan a sus subordinados,
los políticos interrogan a sus acólitos y se interrogan
entre sí, loa jueces a los delincuentes”. Para interrogar
se requieren condiciones; hacer sentir que nadie es
algo especial, y que cada uno lo es en algún sentido,
ser amable, dar confianza al mismo tiempo que autoridad
y mayor saber. En lo delictual hacer sentir al procesado
que es culpable, sí, pero que no es bochornoso, ni
vergonzante, sino víctima de una debilidad humana
que cualquiera puede tener. En asuntos delictuales
interrogar para descubrir la verdad es muy difícil.
La persona que quiere dominar con las preguntas toma
actitudes especiales. Es contraproducente hacer demasiadas
preguntas. John Kord Lagemann, enseña: “La comprensión
de los sentimientos de una persona, sin juzgarlos,
suele tener un efecto mágico casi en ella para lograr
que se franquee. Surge la verdad, y con la verdad
suele venir la compenetración”. Quién utiliza bien
la psicología sabe disimular qué tipo de interés lo
guía para obtener las mejores respuestas. El
interrogador colocado más alto que el interrogado,
sea en un Instituto de Belleza, en una casa de modas,
en una sala de clases, es el que convence. Esté psíquicamente
estudiado que domina quién está sentado más alto.
Los profesores y los conferenciantes se hacen oír
desde tarimas. Las personas que la justicia elige
para que desempañen el papel de interrogadores deben
sobresalir, para que el temor y la inferioridad ayuden.
El criminal que pertenece a los olvidadizos,
a quienes la conciencia no le remuerde, son pésimos
respondedores. José María del Quinto dice: “Tal como
ha sido observado en millares de casos, el criminal
se asombra, a veces de que se le condene. Dentro de
sí mismo no encuentra la culpabilidad suficiente.
No puede, pues, arrepentirse, aceptar el castigo.
Si hay hombres que no sienten problemas de conciencia,
que no son víctimas del remordimiento ante hechos
delictuosos atroces, parece que algo no funciona bien”.
El indiferente moral, que tanto puede tener perversiones
instintivas como impulsivas, detiene las respuestas
hasta pesa los psiquiatras, que hoy forman parte del
personal sancionador o salvador que aglutina la justicia.
Se
ha cambiado mucho en la forma descubridora que indica
al culpable. Lejos, muy lejos están las prácticas
del hierro y el agua hirviendo que consistía en que
el acusado cogiera un hierro al rojo o metiese una
mano en el agua para suponer que era culpable si pasados
tres días la mano no se curaba. Otra prueba era que
al acusado se le sumiera en una cuba llena de agua
fría, atado de pies y manos y si flotaba se le consideraba
culpable "pues el agua tendía a arrojarlo como
impuro”. A Dios se le consideraba el juez por excelencia,
ya que haciendo combatir al acusador y al acusado,
el vencedor tenía la razón, porque así lo disponía
el Ser Supremo.
Para
conocer el bien y el mal es necesario ser adulto,
ser maduro y mentalmente sano. Salud mental no la
tiene ningún delincuente en el momento de cometer
el delito. Todo acto donde termina la sensatez tiene
visos demenciales. El delincuente ¿quiere serlo? Nadie
se habrá dicho, en principio “quiero ser delincuente”.
Ni en esas tontas y repetidas preguntas que se le
hacen a los niños: "¿qué vas a ser cuando grande?"
o "¿qué quieres ser cuando grande?" Ninguno
responde: “quiero ser ladrón, asesino, estafador”.
Siempre se responde con lo soñado que impresiona como
lindo y atractivo.
Algunos
aspectos del desarrollo pueden considerarse potencialmente
crimininalógenos, se aseguró en Kioto, en 1979, en
el IV Congreso de Naciones Unidas sobre Prevención
del Delito y Tratamiento del Delincuente. Y el aumento
de la delincuencia en la mujer y en el muchacho trazan
líneas ascendentes. Mujeres-enlace en el tráfico de
drogas, terroristas, acciones violentas fuera del
hogar se han sumado a los parricidios, infanticidios,
y a los robos de siempre. La violencia y el alcohol
han dañado sus esquemas mentales diferentes a los
del hombre. Se han contagiado de los estados demenciales
agudos o crónicos de sus amantes, de sus corruptores.
A
medida que la civilización avanza y los inventos proliferan,
los delincuentes varían sus tácticas y poderes. Como
el hombre es un animal de excesos, puede morir o matar
por causas nimias; le es posible morir o matar por
un partido de fútbol, evidenciando así que el mayor
enemigo reside en nosotros mismos.
El
antiguo Derecho Romano continúa vigente, se lo aprenden
de memoria los que estudian para ser abogados. Si
no ha variado ni desaparecido es porque siempre se
necesitó legislar sobre transgresiones.
Las
penas que se aplican son a medias resolutivas. Para
"salvar", el abogado defensor y en ocasiones
el psicoanalista, para hundir, el fiscal. Mientras,
el delincuente antes y después de los procesos sufre
de resentimientos, y no los dirige sino a posibilidades
vengativas. El hombre atrapado jamás acepta su falta
de libertad. El criterio de clasificación hecho de
leyes aceradas, hieren al hechor. ¿Qué le hemos de
hacer? La justicia es un horno en que se quema la
basura que infecta la sociedad.
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