Ensayo inédito

Pepita Turina

VERDADES PUNZANTES

LA LECTURA, EL CINE, LA RADIO Y LA TELEVISIÓN
Cómo y en qué grado influyen en la conducta.

          Analizando hechos punibles, el psicólogo Spranger en su libro “Psicología de la edad juvenil” hace un detallado análisis respecto de las lecturas más que nada, pero las mismas conclusiones que para las lecturas — que han disminuido en la preferencia de los jóvenes son aplicables al cine, la radio y la televisión. Spranger también se refiere al teatro y al cinematógrafo. Hace ver que un juez de jóvenes (Gualterio Hoffman) ha asegurado que “nunca” (escuchemos bien N U N C A) ha visto que los jóvenes hayan tomado para la realización de sus hechos punibles la narración contenida en un libro. Spranger recalca que el joven, tiene esos demonios en sí mismo. La lectura y la asistencia al cine dan a su naturaleza un pábulo fatal, pero NO CREAN ESA NATURALEZA. El profesor de la Universidad de Hamburgo Ernst Cassirer (1874-1945), hablando de la posible influencia del teatro, dice: “En los dramas de Shakespeare no somos infectados por la ambición de Macbeth, por la crueldad de Ricardo III o por los celos de Otelo; no estarnos a la merced de estas emociones". Françoise Parturier, la escritora francesa, en un artículo de prensa expuso: “ Si hubiera de pensarse en la moral, debiera censurarse casi todo el teatro, desde “Phedre”, incestuosa, hasta “Le Balcon” y “ Les paravents” de Genet. ¿Por dónde empezar, dónde detenerse? ¿Antes de “Arrabal”? ¿"Después de “Arrabal”? Yo puedo afirmar, en todo caso, que “Phedra” no me ha convertido en una incestuosa, ni “Electre” en una parricida, ni “ Le Balcon “, en una fetichista, ni “Seet Sweet Eros”, en una idiota”. La publicación “British Board. of Film Censors” entrega en sus páginas lo siguiente: “En el énfasis sobre cuestiones sexuales el censor finge creer que su tarea procurará una sociedad más “decente”. Pero todo seguirá como antes por el sencillo motivo de que nunca el cine, ni el teatro, ni las revistas, fue la causa de los errores, los desvíos y los excesos de la conducta sexual de la Humanidad. Las perversiones sexuales ya estaban creadas en la antigua Grecia, en la antigua Roma y en el Renacimiento, según abundantes pruebas, y no aumentaron después que los Lumière (Auguste-Marie y Louis-Jean) hicieron sus primeros experimentos cinematográficos hacia 1896. Es notable que los censores cinematográficos, al cabo de ver tantos filmes degenerados, inmorales y subversivos, sigan siendo hombres decentes, monógamos y legalistas; quizás el cine no sea tan dañino, al fin y al cabo”.

          Después de conocer estas afirmaciones nace pensar que no son las películas inmorales, eróticas o terroríficas, las que forman el erotismo, la inmoralidad, el crimen, la delincuencia en todas sus faces. Y que los más corruptos serían los censores que ven "todos" los filmes "antes" que actúe la tijera podadora de escenas que se consideras repudiables.

          Tampoco es posible ignorar que un buen porcentaje de asesinos, ladrones, violadores son analfabetos que jamás han leído, ni han visto una obra de teatro ni una película.

          Jacques Barzun, el ensayista francés, se pregunta: “Qué prueba existe de que un buen libro haya evitado jamás una mala acción o una hermosa sonata, un hecho irracional”. “Son los hombres educados en el arte, la literatura, los idiomas, la historia y la filosofía quienes han sido los ambiciosos e intrigantes, los rebeldes y los tiranos, los libertinos y los agitadores, así como las grandes figuras trágicas en la historia biográfica del arte”.

          Ningún ser se transforma en violento porque ha leído literatura violenta, ni en criminal ni en detective porque ha leído novelas policiales, ni en deportista porque ve mucho deporte. Las películas de violencia que abundan hoy en la televisión ni siquiera producen pesadillas en los niños y hasta duermen mejor porque en las agresivas escenas de la que son espectadores el “malo” siempre es castigado y el “bueno” triunfa. Varios investigadores de la Universidad de Wyaming llegaron a una conclusión similar después de experimentar con un grupo de veinte niños — entre seis y doce años de edad — a quienes analizaron en junio de 1968.

          Lo espeluznante, lo criminal tiene muy poca influencia en la estructura de un alma infantil que busca eso por razones de niñez y cuya naturaleza ideomotora busca aventuras. El niño suele ser cleptómano, incendiario, y realiza una serie de barbaridades que terminan con la niñez.

          Nadie es influido s o l a m e n t e por la lectura, el cine de las salas de los cinematógrafos o de la televisión casera, para que su conducta se pervierta. Esos medios son entretenimientos. Y la mente perversa no se forma en ellos. La agresividad, la envidia, los traumas no los crea el entretenimiento. Deben sumarse una inmensa gama de "disconformidades emocionales" que dan origen a las neurosis y a la delincuencia. Lo definitivamente inmoral y deformador es la vida, donde triunfan los políticos venales, los industriales explotadores, los comerciantes inescrupulosos, los corruptores directos, el perverso realismo. Variados elementos confluyen para producir formas y causas de las desviaciones. Lo que se mira o lo que se imagina no basta.

          El profesor de criminología Alejandro Zalaquett ha hecho notar que la publicidad, que muestra incitantes delicias en el consumo de alcohol y en el sabor de un cigarrillo, es un procedimiento más provocador que los argumentos del cine y advierte que la exhibición de los supermercados luciendo largas calles de bebidas alcohólicas es más tentadora de adquisiciones.

          Los poderes asimiladores del ser humano hace que la trama de la estructura influenciable no sea simple. La inducción tiene que dominar seguidamente, actuar sobre terreno blando. Los cineastas no hacen películas con el propósito de corromper. Muestran lo corrompido. Mostrar no es convencer, no es inducir. La inducción es trabajo constante y sobre terreno propicio. No se trata de ver una película de espías y ser espía, de asaltantes de bancos y al día siguiente robar un banco, de ver películas de prostitutas, de traficantes de estupefacientes, de mirar lo que sucede en el mundo delictual para llegar a serlo, si faltan las condiciones y las circunstancias que empujan a ello. Ninguna mujer, acabando de ver una película de "compañeras de la noche” puede salir a esperar en una calle de busconas y tener éxito y “soportar” ese trabajo. Hay que tener condiciones para entrar en esos riesgos, practicar el amor rentado y tener aptitudes para ello. Si creyera en la influencia nociva del cine, la peor juventud de Chile estaría en Lota, el pueblo minero del carbón. La cartelera de los cines, en la semana de 1966 que me tocó estar allí, programó: Audaz asalto, La bestia electrónica, Almas perversas, Arenas sangrientas, Nido de la mafia, El asesino enmascarado, Amante y asesino, Deshojando la margarita, La Reina y su zángano, Terror y sexo. El comercio del cine asegura que “eso” quiere la juventud. La juventud, en verdad, no sabe bien lo que quiere, “eso” es lo que se le da. Si no hubiera “eso” vería otra cosa mejor. Lo cierto es que se inculca mediocridad más que posibles desviaciones delictuales.

          De gran aceptación por el público lector, por los espectadores de cine, por los televidentes y radioescuchas son las novelas policiales. No es un género peligroso, ya que los partidarios de él seguramente nunca cometerán un crimen. La imaginación detectivesca y criminal de Conan Doyle o de Agatha Christie fascinó a millares de fervientes admiradores. Si los devoradores de novelas policiales no caen en ningún delito, menos caen los escritores de esos relatos. Ellos viven y trabajan con materiales criminógenos imaginativos. Igualmente los guionistas de películas violentas, llenas de armas, de venganzas, asesinatos.

          El profesor de la Facultad de Filosofía y Ciencias Sociales, Ramón Menanteau Benítez piensa que: “Tanto el justo que cae y se levanta enseguida, como el hipócrita más consumado, y el Tartufo más astuto no hacen más que realizar lo que intrínsecamente son y por eso auténticos. Y cuando un hombre “adquiere” unos caracteres los adquiere porque la capacidad de adquirirlos está inscrita en la profundidad de su ser: Dicho brevemente, los caracteres adquiridos son también innatos en la medida que potencialmente lo son”.

          Mauriac ha dicho: “Ningún lector lee el libro que nosotros escribimos”. Igual se puede aplicar a las películas. No existe el desde fuera. Todo es subjetivo. “Nadie ve la película que nosotros filmamos”, podrían acotar los cineastas.

          En las grandes ciudades o en un villorrio cualquiera, alguien está mirando tranquilamente una pantalla de televisión con unas escenas de violencia, mientras que en un avión secuestrado a la mismas, un terrorista que detesta leer o entretenerse con películas, tiene amedrentados a cuarenta pasajeros inocentes y al piloto, con la amenaza de hacer estallar la nave si no se obedece al mandato de llevarlo a donde quiere ir.

          La televisión ha contribuido a que se vean películas todos los días, o más de una al día. Y gratis. De cuando en cuando ocurre que un niño quiere volar como Superman; para ello se tira de un balcón y se mata. Actuó la capacidad de identificación equivocada. Esto sucede igualmente aparte de los sucederes irreales cinematográficos. Un niño juega con armas de juguete y un día, por desgracia, el padre tiene un revolver de verdad en un cajón a su alcance, lo coge, dispara y mata a su compañero de juego, o, una tarde cualquiera encuentra una caja de fósforos, enciende uno y produce un incendio devastador.

          No es  unánime el criterio de que el cine, la televisión, la lectura corrompen. Las mismas sombras que en una pantalla se mueven, incitan de muy distinta manera al contemplador. Para que las resistencias se aflojen se necesita más que libros y películas. Lo que arrastra tiene sutiles conexiones, causas potenciadoras que hacen vibrar cuerdas tensadas por secretos movimientos incontrolables. El cine y la lectura tienen sus peligros, indudablemente. Solo que a veces no son provocadores de la imaginación, sino escapada. ¿No sentimos acaso gran atracción por los seres y los ambientes muy diferentes? Nos entretiene aquello que no somos. Y basta que a la mente se le hagan visibles los fantasmas, para librarse de ellos, James Bond, el agente 007 ¿qué representa? La publicidad insistente lo ha hecho seductor. Su calidad de invencible lo ha elevado al máximo de las preferencias. El estilo de James Bond ha diseñado un maletín que los hombres llevan con orgullo a sus oficinas y en sus viajes. Las fascinantes mujeres que lo rodean, semidesnudas, recrean a quienes les será imposible conseguir nada parecido.

          El cineasta sueco Ingmar Bergman, entrevistado sobre sus experiencias como espectador, respondió: “De niño, ciertos filmes de Walt Disney me causaban verdadero terror. Sobre todo uno titulado “La danza de los esqueletos”; lo vi a los doce años y perdí el sueño por tres noches; aún no lo he olvidado. Vi “Blanca Nieves y los siete enanitos” a los veinte años y me pareció igualmente horripilante; aquella bruja, aquellos pájaros, ese bosque nocturno donde azotaba el viento, la torre siniestra con el espejo mágico parlante...”

          El comentarista de cine Héctor Soto, publicó en el diario "El Mercurio" una opinión sobre lo que el cine es capaz de influir en un escritor: “Un cinéfilo de verdad es Guillermo Cabrera Infante (1929- ), el célebre escritor cubano en el exilio. Cientos, miles de películas vistas y revistas han dejado en su sensibilidad huellas profundas. Para él, el cine no ha sido escuela de virtud ni de complejidad. Ha sido escuela de inteligencia del mundo y de revelación. De experiencias sublimes, pero también experiencias banales. Unas y otras las ha asimilado como propias y son consustanciales a él y a sus libros”.

          Otro cinéfilo, el escritor chileno Horacio Serrano publicó: “Quién esté al día con el cine, está al día con el mundo, en una sola noche, milagro que le es negado al libro, al teatro, a la música, a todas las artes, el cine las reúne todas, la pintura, la luz, el color, la escultura, la palabra, el baile, en fin TO D O”.

          Las sugerencias del cine nada enseñan de lo que no esté en la índole y dedicación del que lo mira. En el cine no se aprende a ser rico, ni vagabundo, ni deportista, actor, narcotraficante, erótico, escritor, político, sabio, científico. El cine para la mayoría es entretención. Para algunos aprendizaje. Luminotécnicos buscan la potencia de la luz, mueblistas aprecian los muebles, arquitectos, y decoradores de interiores encuentran detalles para su trabajo, apreciadores del talento histriónico, del vestuario, de los peinados, maquillaje descubren formas de arreglo. Los argumentos y los conflictos dramáticos o cómicos nos llenan de drama o de comicidad sólo por un par de horas.

          La condición humana y su instinto agresivo no se manifiesta más hoy sólo por el cine. El instinto de agresión y de lucha es una respuesta a factores hostiles. No sólo antes del cine, sino antes de que se inventaran las armas, el bíblico fratricida Caín, por envidia, ultimó a su hermano Abel con la quijada de un asno. Para matarse utilizaba la rama de un árbol, la espina de una rosa, o las manos estranguladoras, Antes de que existieran las joyas, el dinero y los demás adelantos de la civilización existían hechos delirantes. Un sólo fenómeno no basta para que arrecien los fenómenos envilecedores. En esta era tecnológica han cambiado las técnicas y las tácticas. No se podía fabricar bombas y hacerlas estallar si no se habían inventados Otros son los poderes. El psiquiatra Anthony Storr en “La agresividad humana” hace notar que el perfeccionamiento de las armas permite hoy matar a distancia, lo que produce también distancia psicológica. Se masacran mujeres, niños inocentes en gran escala, despiadadamente, no sufriendo el espectáculo del hecho.

          El historiador Arnold Toynbee (1889-1975) se pregunta: “¿Cuál es la lección de nuestra imprevista y decepcionante experiencia? Y se responde: “Esta nos ha enseñado que aunque el progreso sea acumulativo en un campo de la ciencia y la tecnología no existe progreso acumulativo hacia una mayor humanidad en el trato que dispensamos a los demás. En los dominios social y espiritual, la batalla a favor de la humanidad y en contra del salvajismo innato de la naturaleza humana tiene que librarse por cada ser humano en su propia alma, desde el despertar de su conciencia hasta que sea vencido por la muerte o la senilidad”.

          A las múltiples vertientes que nos forman le damos o no una canalización. Somos seres asediados. Cualquier cosa, aún siendo muy buena, destruye la relación habitual en situaciones determinadas de la vida.  Las influencias vienen del barrio en que vivimos, las conversaciones que escuchamos, los amigos y los enemigos que tenemos, las inclinaciones que nos nacen y también las que nos inculcan. Lo absolutamente normal no existe. El mal y el bien están en todo. Vienen de todas partes: de nuestros padres, de nuestros antecesores, de los profesores, del ambiente, de nuestra idiosincracia. Las influencias vienen de sucesos ordinarios y extraordinarios. Una revolución, una guerra, un terremoto hacen aumentar la criminalidad. Si a algunos por ciertas razones se les encienden las fibras nerviosas de la ira y gritan y agreden con el rostro descompuesto, a otros por las mismas razones la pena le sube en oleadas y a otros la risa le mueve los músculos o el estatismo les entiesa la faz. De diversos modos se alteran los músculos visibles, y más la química invisible el riesgo sanguíneo y los millares de mecanismos que forman al ser vivo, lo hacen reaccionar por lo que sucede.

          No todas las agresividades son destructivas. Para sobrevivir en algunos medios más que en otros, es indispensable una capacidad de agresión. Pero en el fenómeno conductual de los delincuentes la ira es debilidad, ofuscamiento, falta de control. Ignoro si un iracundo inventó el primer cuchillo, el primer revólver, sólo sé que gritar, pegar, matar no arregla nada. Si gritando, pegando o MATANDO SE ARREGLARAN LAS COSAS ¡QUÉ FACIL SERIA ARREGLAR EL MUNDO! La ira del político produce la guerra, la ira de los católicos produjo la Inquisición. Los tiranos todos, los dictadores son vengadores. Arrastran multitudes en contra de algo, no sólo de alguien. En cada uno de esos seres hay un entrecruzamiento de torrentes. La emociones son incontrolables; no dependen de nuestra voluntad.

          Refiriéndose al destacado dramaturgo inglés Harold Pinter, Fernando Debesa en una de sus artículos sobre teatro que publica en el diario El Mercurio, señala que es sólo una necesidad de nuestra lógica que, suponemos que detrás de las distintas conductas de un hombre subyace un ser coherente y fijo, que llamamos su “yo”. Pinter a través de Len, el protagonista de su obra “Los enanos” dice lo siguiente: “El asunto es: ¿quién eres? No por qué eres, ni cómo eres ni siquiera qué cosa eres. Eres la suma de muchos reflejos”. Pinter ha replicado a sus críticos diciendo: “En la vida real tenemos que tratar con gente cuya historia, relaciones familiares o motivaciones psicológicas ignoramos por completo. Por tanto, cualquiera representación de la vida sobre un escenario que exhiba situaciones claras, sin misterio, y un mundo en que todo “tiene sentido”, está basada en una simplificación. Y toda simplificación es una forma de falsificación”. Por lo demás, en las obras teatrales del realismo social siempre se llega como conclusión a la necesidad de una reforma de la sociedad. Pues bien, con reforma o sin ella, “los problemas fundamentales de la existencia permanecen idénticos: la soledad, el impenetrable misterio del universo, la muerte”.

          No hay, en realidad, consecuencias legales frente e los dramaturgos, cineastas, escritores, programadores de televisión.

 


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© Karen P. Müller Turina