Ensayos
CANTO
DE AMÉRICA de Walt Whitman.
Pepita
Turina
Con
prólogo de Pepita Turina. Titulado: WALT WHITMAN, COTIDIANO
Y ETERNO. Instituto Chileno Norteamericano de Cultura. Editorial
Nascimento, Santiago de Chile 1943, pp. 71 (páginas de P.
Turina. 5-10).
Reproducido
de la Revista tri-mensual "Andean Quartely,
published by the Chile - United States Cultural
Institute. July - September, 1942, Santiago
de Chile. pp. 75-80.
[En
la publicación, equivocadamente se puso en la portada cuotidiano]
Ubicación
11;(393-7)p2 y 11;(393-7)p2 Sección Chilena. Biblioteca Nacional
de Chile.
Ubicación
2;(34-18)p4 Sección Fondo General. Biblioteca Nacional de
Chile.
Ubicación
811 W615c. Filosofía y Humanidades. Colección Bibliobús y
811.38 W615.E. Colección General. Universidad de Chile
*
La autora en este texto hizo variaciones en
el inicio del texto, cambió algunas palabras,
acortó algunos párrafos y agregó algunas
anotaciones. Es más corto que él que escribió
en: Walt Whitman, cotidiano y eterno. Separata
de los Anales de la Universidad de Chile, Tomo
C. primero y segundo trimestre 4ª Serie, Nº
45 - 46, año 1942. pp. 190- 205.
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WALT
WHITMAN, COTIDIANO Y ETERNO
Mayo
31 de 1819 - marzo 26 de 1892
En
el cincuentenario de su muerte
Por
Pepita Turina
El
hombre vive menos que la encina, menos que el elefante, menos que
la ballena, Y eterniza a la encina, al elefante, a la ballena cuando
construye imágenes.
Walt Whitman "el fiel de la balanza de los hombres comunes"
—según propia expresión — era un poeta; un constructor de imágenes.
Cuando en las postrimerías del mes de marzo de 1892, en la Universidad
de Pennsylvania, cuatro doctores hicieron la autopsia (consentida
y deseada de antemano por el recién fallecido Walt Whitman), en
la disección, su identidad física desmoronada quedó catalogada así:
un tejido pulmonar impedido para la respiración por la existencia
de una pleuresía insospechada; dos abscesos tuberculosos que habían
desgarrado el esternón y la quinta costilla; un gran cálculo que
obstruía la vesícula de hiel: Y entre tan serias afecciones, un
cerebro notable por la simetría de sus circunvoluciones y un corazón
intacto.
El cerebro fue enviado para su conservación a la Sociedad Americana
de Antropología, fundada para el estudio de los cerebros superiores.
Y el cuerpo, amortajado con su habitual conjunto de paño gris, con
blanca camisa escotada, de gran cuello abierto, que no había ostentado
jamás el adminículo de la corbata, fue conducido en medio de ceremonias
simples y paganas, al gran reposo horizontal.
Su
tumba se cavó entre tres bloques de granito. La inscripción constaba
escuetamente de tres sílabas: Walt Whitman. Circundando la piedra
compacta, severa, plantas selváticas, frondosa lozanía de ramaje,
expandían la exuberancia de la libre vida vegetal. Así, en el hemisferio
de esa Norteamérica activa y próspera, principalmente en la síntesis
de sus prolongadas estadías en Brooklyn y Nueva York, anticipándose
y superando la pericia de los arquitectos del cemento, del fierro,
del cristal, el poeta había expandido su yo real en pleno aire y
en plena humanidad en el curso de su inmensa inquietud.
Una revista norteamericana de aquella centuria lanzó
entre sus páginas esta pregunta: "¿En cien años
más Walt Whitman será considerado un gran poeta o
bien será olvidado?" Preguntas así se hacen generalmente
cuando se duda…
Durante
treinta años las principales publicaciones no recibían sus versos
o los devolvían con insultos. La muchedumbre anónima, como los hombres
selectos se demoraron en reconocerlo o no se conmovieron, ¡por él!
cantor del fluyente afluente cotidiano, predispuesto a lo máximo
del sentido mínimo, poco metafísico. Su modalidad poética, su tarea
magna y lenta crece sin el riego fulminante de los éxitos. Tras
de la primara edición de su libro, solo Emerson responde satisfactoriamente
y lo estimula. Solo en Emerson encuentran rimas sus versos sin rima.
Para los demás tal osadía es repulsiva. Y el pueblo no sospecha
su polen en esa poesía del ambiente inmediato con su sentido piramidal
que desafía a los tiempos.
Pequeños
cuentos y poesías, moralizantes artículos periodísticos combatiendo
principalmente el alcoholismo, fue su manera tranquila y mediana
(casi me atrevería a decir mediocre) de escritor joven.
Vida
de curso lento, de andar lento, de concepciones lentas. Porque Walt
Whitman tuvo no sólo 20, sino 25, 30, 35 años y todavía no se había
revelado Walt Whitman. Como fondo de educación escolar, únicamente
la escuela primaria, como desarrollo de actividades, para el sustento
diario, fue tipógrafo, maestro de escuela, carpintero, director
de diario, empleado de oficina; actividades desarrolladas sin entusiasmo.
Materialista
a su modo, nunca se le conoció ambición de riquezas, ni atracción
por las mujeres o por los placeres comunes y corrientes. Absorbido
por su gran idea, se saturaba de una serie de materias diversa.
Se interesaba por las antiguas y por las nuevas civilizaciones.
Asistía a las conferencias, frecuentaba gabinetes científicos (en
el gabinete frenológico de Wells y Fowler procedió un día a hacer
su examen frenológico), hizo incursiones por la política, perteneció
al partido Democrático y al Republicano, apareció en los estrados
como orador. Represento pequeños papeles en un círculo de aficionados
al teatro. Entraba a esta serie de cosas como aprendiz de la vida.
Nadie
imaginaba que este temperamento de hombre de bien, sencillo, de
maneras y aspectos simples, pueda ofrecer a su mundo inmediato,
y menos a los no inmediatos, un sentido poético dinámico y fulgente,
un esplendor de lenguaje, un estilo asoleado, a contrapelo con la
burguesía. A quien se le iba a ocurrir que el prosista incoloro
que combatía la pena de muerte, el alcoholismo, el maltrato a los
esclavos negros, el lujo de las iglesias, las exigencias de los
poderes municipales, que daba consejos de higiene, preparaba un
volumen enigmático que se convertiría con el tiempo en los cantos
de su edad y de su raza.
Por
eso, cuando un libro de poemas, impreso en gruesos caracteres sobre
un papel ordinario, asoma tímidamente en las vitrinas de unas pocas
librerías y llega a las redacciones, produce con el asombro más
de alguna burlesca carcajada. Exclusivamente un volumen que va al
encuentro de Emerson recibe un bautismo de comprensión. El poeta
tiene por respuesta una carta enorgullecedora.
Mientras
tanto en las redacciones, los periodistas ríen con inquina del hombre
a quien conocen, a quien creen conocer. Ríen del hijo del carpintero
Walter Whitman y de la holandesa Luisa van Velsor, ríen de su raza
descendiente de lo escogido del pueblo; ejercedores de trabajos
diversos, mezclados a la tierra y al mar, al aire, a la materia,
a las cosas elementales, de donde no conciben un brote intelectual.
Las
carcajadas se truecan luego en indiferencia. No aparecen artículos
en los periódicos. Tampoco compradores en las librerías.
El
poeta redacta de su mano algunos artículos elogiosos y los desliza,
cauto, en algunas publicaciones de amigos.
El
poeta recoge de las librerías su invendible "Briznas de Hierba",
no para replegarse definitivamente.
El
poeta forja nuevos poemas para sumarios a su primer intento.
El
poeta saca una segunda edición crecida en páginas y envuelta vanidosamente
en una de las frases de la carta de Emerson impresa en letras doradas.
El
poeta saca una tercera edición. Los poemas han crecido más; se han
ampliado como una existencia humana.
No
aparece ni interior ni íntimo. Augusto contemplador, no aparece
soñador sino vividor de imágenes, descubridor del mundo que le rodea
y regocijado de su descubrimiento. Autóctono sin ser folklórico,
esencialmente norteamericano, entrega sus versos desde un aislamiento
que posee en alto grado el sentido de la fraternidad. Tenía codo
a codo una fuerte tendencia a guardar el secreto de sí mismo. Era
comunicativo y cerrado. Y siendo ególatra tiene un instinto magnánimo,
desinteresado Atento a la realidad social alcanza el sentido de
lo universal. No ha confeccionado cantos impersonales, pero su persona
trasciende a multiplicidad, a multitud.
Él
recupera los acentos de la Biblia hacia formas democráticas. Acendra
sus temas y rectifica el cauce de la poesía hacia una amplitud que
desmorona contornos, que riega todo lo que estaba lejos de la poesía
y no parecía fértil poéticamente. Amplía. Emancipa. Señala. Su módulo
es el versículo.
Su
verbo empieza a adquirir la temperatura del deshielo.
Los
insultos, las discusiones, de buena o mala manera, contribuyen a
conjurar la indiferencia.
El
poeta desafía; confiado optimista, sano, leal, indestructible.
El
poeta continúa su vida habitual de apariencia holgazana, sus atisbos
de autodidacta multiplicando su contacto con todas las formas, los
objetos y los seres. En suma, un superanimal humano haciendo gala
de su magnífica salud, de su carácter fuerte, de su humor parejo,
de su flema, de su sensualidad; pleno, primitivo, expansionado de
experimentación, con una inteligencia asombrada de cada átomo, acitateada
por sorpresas, alborozada de cada descubrimiento inédito, para esculpirlo
en su palabra y verlo con visos de eternidad.
Observador
introspectivo, interlocutor de una muchedumbre anónima, el trato
regocijado y permanente con las existencias comunes produjo la riqueza
de este inculto que no había hecho más estudios escolares que los
de la escuela primaria. El era menos raciocinante, razonador, que
perspicaz y adivinatorio. Se asegura que hasta poseía un olfato
tan sutil que le permitía percibir por medio de él las horas del
día.
Le
fascinaba el movimiento oceánico de las calles céntricas de las
grandes ciudades; sus millares de vehículos y rostros, el espectáculo
de sus peatones anónimos y también el de las notabilidades del momento.
Walt
Whitman vio así por primera vez al Presidente Lincoln, bloqueado
por la muchedumbre. Walt Whitman se encontró así en la calle, una
y cien veces con su admirado Presidente, hasta que de tantos encuentros
llegaron a saludarse cordialmente cuando se cruzaban en las avenidas.
Al
estallar la guerra que se llamó de Secesión, el poeta se plegó a
las fuerzas del norte, a las fuerzas de su admirado Presidente,
a las fuerzas finalmente victoriosas que abolieron la esclavitud.
En
esa guerra que duró cuatro años, Walt Whitman principalmente prestó
sus servicios como enfermero voluntario.
Su
resistencia física, hasta entonces envidiable, recibe aquí la marca
de las limitaciones humanas. Aparentemente sereno, su sensibilidad
se agrieta de angustias. Sus poros absorben la corrupción ponzoñosa
del ambiente.
Y
llega el tiempo de entrar en la categoría de los "vencidos
invencibles". Veinte años de parálisis le obligan a corregir
el rumbo de sus errancias andariegas, a desplegarse en el ámbito
de una silla, de una hamaca, o en un rincón de jardín o entre las
tan huidas cuatro paredes.
Vienen
amigos a visitarle. Buen escuchador, no derrocha palabras
de banal sociabilidad. Uno de sus gustos es recitar,
hacer audibles los versos, con su agradable voz baritonal.
Vienen niños a verle, a estar largas horas con él,
entretenidos por sus relatos seductores. Su figura
de atleta inmovilizado trasciende al mismo optimismo
pletórico de siempre. "Briznas de Hierba",
el libro en perpetuó y lustral ascenso alcanza
la décima edición. Las dimensiones del sueño poético
de su vida fluctúan entre diez y doce mil versos.
Cuando la muerte llega, recoge un cuerpo de 73 años
trasminado de plenitud y de inmortalidad, no la inmortalidad
que él hubiera querido, porque su poesía no se ha
hecho mayormente accesible a las muchedumbres.
Walt
Whitman poeta del pasado y del porvenir, mundializado y no popular,
dominando colosalmente a todos los poetas del Continente Americano,
ha sido menos trajinado e intensamente más traspasable que Poe,
que Nervo, que Darío. Su estilo, que no aparece torturado a fuerza
de rebuscas, da la impresión de fluir, pero es el resultado de una
labor paciente.
Me
atrevo a decir — como punto final —- un gran poeta que no será desestimado,
pero que tampoco llegó a donde soñó llegar; a la plurimundialidad.
Repito
lo que dije al comienzo: El pueblo no sospecha su polen en esa poesía
piramidal que desafía a los tiempos.
Y
repito uno de sus versos del "Canto a mí mismo", que
señalan su optimismo hacia él ¡quién sabe! del futuro:
"Y
llegaré a mis fines hoy mismo, o dentro de diez mil años, o después
de diez millones de años".
Van
transcurridos sólo cincuenta.
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