LOS MULTIDIÁLOGOS DE PEPITA TURINA

Fernando González Urizar

Revista NuevAurora, Santiago de Chile, Año II, Nº 9, julio-agosto 1978, p. 29

 

QUIERO CELEBRAR en breves palabras la reciente aparición de “Multidiálogos”, editado por el sello generoso de Nascimento a comienzos de marzo último.

¿Qué decir de Pepita Turina, su autora que no aparezca de manifiesto apasionada, apasionante, en su obra, en sus palabras netas, tajantes, desgarradas, que a veces aligeran su pensamiento y en otras pesan y abaten su vuelo?

Edificado sobre lo vario y múltiple, el diálogo incesante —más bien el soliloquio de muchos, apartes en espacio y tiempo transcurre ricamente descarnado, profundo. Pepita Turina no afirma ni niega. O hace lo uno y lo otro, como los visos de una tela suntuosa expuesta a la luz cegadora de la inteligencia.

Toda la miel de su colmena solitaria está aquí, para alimento de muchos que aun la desconocen. El lápiz subrayador, el oído alerta, memorioso, los ojos escrutadores de tinieblas, imaginación y voluntad ordenadora se unen para depositar este rocío, este légamo sagrado, este oscuro esplendor del pensamiento, estos frutos de una sensibilidad, de una intuición convergentes tal un rayo de sol sobre los sentidos -el tacto, el gusto, el oído, el olfato, la vista - sobre todos los tiempos -pasado, presente, futuro-; sobre la muerte, Dios, el yo, los números, los colores, el amor, la mujer, la alfarería, el lenguaje, los escritores, los juegos de los niños y tantos y tantos temas sobre los cuales asienten y disienten las voces, como las eternas mareas del ánima.

Fue justamente el leer, este “hablar a solas con los paños blancos”, este lenguaje escrito irresistible, irremediable, incomunicable, esta pasión voraz que la posee durante cada uno de los días de su vida, la que hizo escritora a Pepita Turina. Pues,  aunque George Balancine, lo niegue, las mariposas de ayer existen, como existe la alegría y la nostalgia. Y aunque ningún tiempo alcanza y un libro más es un árbol menos, como dijo Saint John Perse, creo que Pepita se engaña al juzgar su afición irredimible: No es terapia lo que busca, no es curarse a sí misma, no es egofiliatria. Es simplemente fatalidad, vocación profunda, secreta.

Porque aunque lo más acertado haya sido ya escrito, y no por ella —como lo manifiesta—; aunque el esplendor que escribieron otros no tenga el temblor de sus yemas ni sea sangría para sus tensiones, de todas maneras “peor que los príncipes hemofílicos, de cada roce le brota sangre de las palabras”.

Así, de su vida sólo puede retener lo que escribe, lo que consagra, aparta, separa del tumulto y del fluir. Porque entonces lo fugaz que la acosa se vuelve de piedra, eterno.

Confieso que he leído y disfrutado cabalmente “Multidiálogos”, el último y preferido de los escritos de mí querida amiga Pepita Turina; que me he sumido en ese entreveramiento en apariencia caótico de sus apuntes y recortes acumulados no en una sino en cien partes. Sí. Lo he leído y disfrutado de cabo a rabo.

Si la luz es la sombra de Dios sobre la tierra, como solía decir Albert Einstein, esta obra de Pepita es ni más ni menos que la sal, que el perfume de una pasión avasalladora, que el resplandor lejano de una lámpara acompañando al vicio impune.

O tal vez sea, como la perla, la grávida costra de una llaga del alma. La  tocamos largamente, a solas, despiertos, conmovidos: adivinamos sus raíces afincándose a trémulas más allá de las tinieblas.

 



 

© Karen P. Müller Turina