LA NOVELA DE PEPITA TURINA

Januario Espinoza

Diario El Mercurio, Santiago de Chile, domingo 17/8/1941.

 

          Esbelta y pálida, ojos obscuros que diseñan en su movilidad un espíritu inquieto, ademanes nerviosos, afán de conversar sobre las cosas menos pueriles, cierta espontaneidad que seduce, he ahí la objetiva persona de Pepita Turina. Y basta un minuto para darnos cuenta de que tenernos en vista a una mujer con nada de vulgar.

          Se nos figura, ante todo, que ha venido bien armada para los embates de este mundo lleno de asechanzas, porque la timidez no la estorba y algo nos induce a presentir que su voluntad es fuerte.

           También ha entrado con buenas armas al ejercicio de la literatura. Inteligencia despierte y siempre en atisbo, amor por aquello que su vocación le señale, fue en si misma, y, sin duda, el  don de la perseverancia... Añádase a esto el alma amiga del auto análisis de las razas eslavas y el hecho de que haya cruzado por las tres etapas fundamentales en la mujer; la soltería, el matrimonio y la viudez. Se halla, pues, muy capacitada para discurrir alrededor del tema eterno.

           “Un drama de almas” intituló su primera novela. Posiblemente en ella manifestó con poco brillo sus facultades reales, ya que no ha tenido resonancia en nuestro pequeño mundo. Después ella misma habrá tachado los defectos, con intención de corregirse.

          Ya en el titulo de su segundo libro, “Zona intima: la soltería”, hay más originalidad y mayor incitación a la lectura: el primero nos recuerda a una "novela rosa", en que la vida resulta artificial y el arte no vuela casi nunca...

          Lo esencial, es que semejante titulo no engaña. El drama de la mujer condenada por un hado caprichoso a la soltería, a pesar de que merece más que cualquiera ascender a lo que todas aspiran. Mujer inteligente, retraída, caprichosa y rara, entregada a la lectura y más que todo, en constante tarea de introspección. Claudia, la protagonista, absorbe nuestro interés desde el primer instante, y es singular como, página tras página, permanecemos amarrados a una serie de reflexiones, unas sin mucha substancia, otras venidas de lo más profundo. He aquí cómo la novelista la compara con su hermana Jimena:

          “Lo que Claudia tiene de complejo, Jimena tiene de sencillo. Lo que Claudia asciende por el ideal, Jimena desciende por la burguesía. Tienen semejanzas de contornos, de rasgos familiares y de semejanzas enormes en aquellas tintas indelebles de la personalidad, que hacen de cada rasgo colectivo y familiar un motivo individual. Atadas al mismo yugo de convencionalismos y moviéndose en mismo ambiente. Claudia se yergue con sus rebeldías y sus sueños grandilocuentes, mientras Jimena aunque tampoco conforme, tiene aspiraciones corrientes, de posible realización que al ser efectivas le bastarían. Para sentirse dichosa le basta casi siempre un rayo de sol, mientras que Claudia nada le basta o todo la sobra, su pensamiento, su alma descomponen el sol y hacen juegos de luz y sombra en que goza, sufre, se pierde y se encuentra”.

          Y esta mujer complicada concluye por enamorarse de un amigo de su niñez de edad ya madura, al que vuelve a ver después de su fracaso matrimonial; hombre que se ha separado de su mujer que concluyó por aburrirlo y que le fue infiel, pero la cual se niega a concederle la anulación libertadora. Esto crea el conflicto. Claudia, ya amarrada por el amor, hace esfuerzos por zafarse.

          "En Claudia reviven los antiguos temores. No quiere sufrir, no quiere formar pareja con un compañero que levanta murmuraciones  al verlos pasar. Desea amar a otro hombre libre o a ese hombre en un ambiente libre".

          También el drama reside en que Leopoldo Glávick le es espiritualmente inferior.

          Hombre que aspira al renombre que da la literatura, pero no realiza nada; tampoco hace mucho por mejorar su situación económica; en suma, un abúlico que podría brillar si tuviera voluntad para ello. Además se inclina un poco por la bebida. Pero su conversación no es vulgar. Sabe ponerse a tono con ella; así, suele decirle: "Tus palabras

          no son lamentos, son reflexiones. Hasta el más significativo de tus gestos tiene un ancla en la profundidad. Estas encadenada a la sonda de tu pensamiento.

          Él concluye por ausentarse de la ciudad provinciana, y se viene a la capital en busca de mejoramiento económico y también con la esperanza de lograr la disolución anhelada. Se escriben mucho. Y las cartas de la mujer son pobres en frases de cariño y ricas en reflexiones. He aquí uno de sus párrafos.:

          "La comprensión total es imposible. Poco sé yo de ti y poco sabes tú de mí. Y, sin embargo, nos queremos, podemos seguir queriéndonos. Si el amor fuera completa comprensión, completa unión de cuerpo y alma, más pronto de lo que acaba acabaría."     ¡Santas palabras! Porque el amor vive de contrariedades y del misterio. En la claridad y en la paz, muere.

          Es ocioso seguir citando. Lo real es que PepitaTurina muestra una gran maestría en el análisis hacia lo profundo. En muchos momentos, se nos figura un Proust con faldas. La aventaja mucho el francés por la riqueza de los hallazgos; pero ella lo supera en ser siempre liviana en hacerse leer sin fatiga. Podrá tacharse su estilo, vulgar a veces, otras ásperas; pero ello resta poco méritos a este libro en que el alma de una mujer de selección se presenta al desnudo con los matices más finos, con sus luces y sombras. En la novela de Pepita Turina está la mujer sin falsificaciones, en la confesión de sus pensamientos más íntimos. La mujer cuya alma es siempre interesante, porque obedece a mil resortes diversos. Novela que nos  meditar y sentir, es digna de un buen lugar en nuestra literatura.

          Nota de su hija. La autora no tenía los ojos obscuros, sino claros, eran de diferentes tonos: celeste, verdoso y gris.

 



 

© Karen P. Müller Turina